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En enero de 2018, la Comisión Europea (CE)organizó la primera Cumbre sobre Educación: «Sentar las bases del Espacio Europeo de Educación: por una educación innovadora, inclusiva y basada en valores». Uno de los puntos de la agenda se centró en “el desarrollo de un ecosistema europeo de educación digital de alto rendimiento” para intentar “mejorar las competencias y aptitudes de los ciudadanos para la transición digital”. Dos meses más tarde presentó “varias propuestas de nuevas iniciativas destinadas a reducir las desigualdades socioeconómicas y, al mismo tiempo, mantener la competitividad a fin de construir una Europa más unida, más fuerte y democrática”. Entre ellas se encontraba el Plan de Acción de Educación Digital. El texto comenzaba afirmando que “La educación y la formación son las mejores inversiones en el futuro de Europa”, con lo que las personas que nos dedicamos a la educación no podríamos estar más de acuerdo. A partir de aquí, un considerable número de documentos, propuestas y abultados presupuestos se han puesto a circular. Pero, hasta ahora, sé de pocos que estén aterrizando en los centros de enseñanza e incidiendo en su mejora.
A partir de aquí se han ido generando una serie de documentos que siguen con nuevas propuestas como el Plan de Acción de Educación Digital (2021-2027): Reiniciando la educación y la formación en la era digital. Este Plan dice ofrecer una visión estratégica a largo plazo de una educación digital europea de alta calidad, inclusiva y accesible. Este plan se propone contribuir las propuestas de «una Europa adaptada a la era digital» y la Next Generation EU. También apoya el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (MRR), cuyo objetivo es crear una Unión Europea más ecológica, digital y resiliente.
El documento EU’s 2021-2027 long-term budget and NextGenerationEU: facts and figures, presenta un presupuesto a largo plazo (2021 a 2027) de 2.018 billones de euros (1.211 billones de euros, completados con 806.900 millones a través de Next Generation EU), que se entiende como una respuesta sin precedentes a la crisis del coronavirus. La educación en sus distintas dimensiones y la digitalización de todos los sectores aparecen en distintos apartados del documento. En este contexto, el Ministerio de Educación y Formación Profesional (MEFP) ha lanzado el Programa de Cooperación Territorial (PCT) para la Digitalización del Ecosistema Educativo #EcoDigEdu y las actuaciones que incluye se enmarcan en el Plan de Digitalización y para el periodo 2021-2027. Esperemos que esta vez no nos quedemos en la mera compra de recursos con obsolescencia programada y la simple utilización de tecnologías digitales y pensemos sobre su influencia en la configuración de la educación escolar, en la noción de conocimiento, enseñanza y aprendizaje, en sus efectos colaterales, en la distancia entre los documentos y los contextos de aplicación, las restricciones y la complejidad de la práctica educativa.
Esperemos que esta vez no nos quedemos en la mera compra de recursos con obsolescencia programada y la simple utilización de tecnologías digitales
Para contribuir a este propósito, en esta columna, invito a pensar qué puede significar el repetido término “digitalización de la educación” y a vislumbrar a quién pueden beneficiar el ingente volumen de fondos que se piensa destinar.
Según el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, la digitalización supone la «acción y efecto de digitalizar», de registrar datos en forma digital, de convertir o codificar en números dígitos datos o informaciones de carácter continuo, como, por ejemplo, una imagen fotográfica, o un documento, o un libro. Y aquí mi pregunta ¿Podemos digitalizar “la educación”? ¿Seguimos en la idea de Alfred North Whitehead (1861-1947) de que “la mejor educación se encuentra en la obtención de la máxima información a partir del aparato más sencillo”? ¿Entendemos que la enseñanza consiste en “trasmitir información”? ¿Seguimos con el discurso de la “magia de la máquina”?
En los diferentes documentos publicados por la CE y el MEFP, no he logrado encontrar una aproximación a lo que se entiende por “digitalización de la educación” que transcienda la anterior definición, pero sí un énfasis repetido en el uso de la tecnología digital. El BOE de 16 de mayo de 2022, publicó la resolución sobre la actualización del marco de referencia de la competencia digital docente. Este documento, que orienta las actuaciones de las distintas CCAA, indica que, en este proceso, el profesorado es la pieza fundamental. De ahí que explicite seis áreas referidas a su formación y actuación: compromiso profesional, contenidos digitales, enseñanza y aprendizaje, evaluación y retroalimentación, empoderamiento del alumnado y desarrollo de la competencia digital del alumnado. Cada una de ellas contiene entre tres y cinco subáreas que incluyen indicaciones sobre etapas y niveles de progresión, indicadores de logro y afirmaciones sobre el desempeño. Todo ello centrado en el uso “crítico y responsable” de la tecnología digital. Según la adaptación realizada por el Departament d’Educació, DigCompEdu “es el modelo de enseñanza que promueve: que todo el alumnado consiga un aprendizaje significativo, motivador y pertinente, adaptado a las necesidades y diferencias personales, que le permita adquirir y desarrollar sus competencias de forma progresivamente autónoma trabajando en equipo con sus iguales”. Lo que falta por determinar es quién, cómo, cuándo y en qué condiciones se implementará este modelo para conseguir estos resultados. También falta por vislumbrar qué terrenos acabará fertilizando la lluvia de millones propuesta para la “digitalización”. Para fundamentar mis reflexiones me referiré a mi entorno próximo a falta de estudios globales.
Falta por vislumbrar qué terrenos acabará fertilizando la lluvia de millones propuesta para la “digitalización”
En Cataluña, al igual que imagino en otras CCAA, el tema de la “digitalización de la educación” ha generado un considerable volumen de documentos por parte de Administración. Esta propuesta llega en un momento en el que los centros están dando respuesta a las consecuencias de la pandemia de la Covid, mientras tienen que considerar las dimensiones del currículo propuesto por la Lomloe y las derivaciones Decret Llei 6/2022, de 30 de mayo (DOCG), que fija los criterios aplicables a la relaboración, aprobación, validación y revisión de los proyectos lingüísticos de los centros educativos. En este marco de obligatoriedad me pregunto cuántos docentes y equipos directivos han podido encontrar el tiempo y la energía para consultarlos.
Este contexto y en referencia a las mejoras que se pretenden alcanzar, me plantean la cuestión. ¿Hasta qué punto la implementación del programa #EcoDigEdu y los fondos de la NextGeneration, planean abordar de forma holística los desafíos de la educación? O ¿una vez más, se van a centrar en la compra y uso de recursos digitales?
Parece que en Cataluña se van a invertir (se están invirtiendo) 149.961.863 € en equipamiento digital específico como MRR. De ellos, 20.989.937 para dispositivos, 126.062.658 para aulas digitales, y 2.909.268 para capacitación y apoyo. Más 47.633.230 para capacitación docente. También se han convocado 284 plazas de mentores digitales, salidos de la propia plantilla docente, se han estipulado niveles de acreditación de la competencia digital docente (inicial A1, A2, intermedio, B1, B2 y avanzado C1, C2) y se ofrece al profesorado y a los centros diversas oportunidades de formación.
Se echa en falta una visión educativa contextualizada y crítica de los dispositivos digitales. En especial, en relación con la noción de educación, enseñanza, aprendizaje, papel del docente y del alumnado en la que se basan
La explicitación de los contenidos de la formación, independientemente de quién los imparta, que no es un tema menor, remite a una clara dimensión de uso de los dispositivos y aplicaciones desarrolladas por las empresas. Se echa en falta una visión educativa contextualizada y crítica de aquellos. En especial, en relación con la noción de educación, enseñanza, aprendizaje, papel del docente y del alumnado en la que se basan y promueven, así como los efectos colaterales del uso de estas tecnologías dentro y fuera del aula y la huella digital que generan. Por otra parte, desde el día a día de la vida de los centros educativos, se vislumbran necesidades que van mucho más allá de las pizarras interactivas y los laboratorios de robótica. Porque, como ha venido mostrando la investigación, la tecnología digital por sí misma no mejora el aprendizaje. Sin dejar de considerar la creciente presencia e influencia de las compañías tecnológicas en la educación y la dependencia que generan, además de la ingente cantidad de datos personales e institucionales que les regalamos. Es evidente que necesitamos entender, desenvolvernos y beneficiarnos de los desarrollos tecnológicos, pero el tema crucial para la educación es si relacionarnos con ellos como meros consumidores o como políticos, educadores e investigadores responsables y pensantes.
De ahí la importancia de analizar, calibrar, discutir, situar y actuar en consecuencia, preguntándonos: ¿qué campo está fertilizando esta lluvia de millones? ¿El de la educación o el de las empresas tecnológicas? Pensemos y actuemos porque, como suelo repetir, si no lo hacemos, alguien lo está haciendo por nosotros.