Esta entrevista ha sido publicada en el blog Educa.Barcelona de El Diari de l'Educació.
En esta entrevista, Olalla explica cómo se confunde la verdad con el interés y cómo la avalancha de información en plena era de Internet no deja tiempo para un análisis sosegado. Hay más oportunidades para influir y dirigir el entorno, pero también se pueden abrir caminos a nuevos delirios, y por eso valora el acierto de discernir lo que es bueno para el interés común: «La capacidad de tomar decisiones y ejercer nuestra voluntad no vendrá dada por la ciencia, ni por la inteligencia artificial ni por las nuevas herramientas, sino que será una prerrogativa puramente humana».
La cuarta sesión del ciclo ‘En clave de Educación’ está organizada por el Consell Educatiu de Barcelona (CEMB), el Consell de la Formació Professional de Barcelona (CFPB) y la Associació de Mestres Rosa Sensat, con la colaboración del Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA) y el Departament d’Educació de la Generalitat de Catalunya.
¿Hay valores que están en crisis y que debería priorizar la educación?
Creo que los valores siempre están en crisis en el sentido de que es algo abierto, que está sujeto a la evolución. Por tanto, están en crisis en el sentido etimológico de la palabra crisis, que significa la idea de ‘krino’, de juzgar, reconsiderar, replantear. Los valores ni están establecidos en el mundo de una manera permanente y sólida, ni son entidades que no están sujetas a la evolución y al cambio.
En este sentido, la educación tiene un papel fundamental, permanente, entendiendo la educación en un sentido muy amplio, no en el sentido de un adoctrinamiento y de unas tesis cerradas para enseñarnos qué pensar, sino en el sentido de enseñarnos a pensar, de cultivar nuestras actitudes como seres humanos argumentar a favor una conducta que consideramos buena. Es decir, la educación como un cultivo de facultades que nos posibilita para la ética y nos capacita para el uso de la libertad, es algo que se necesita plenamente para afrontar ese estado crítico permanente de los valores. No considero que pueda existir un avance en los valores sin ir acompañado de un ejercicio permanente de la educación.
¿De qué valores estaríamos hablando?
De aquello que nos acerca en cada momento a nuestro ideal del bien, a nuestro ideal de cómo ser mejores. Es inconveniente nombrarlos con una fórmula muy cerrada porque contradice esto que estábamos diciendo anteriormente. El valor principal es el poder estar abierto a considerar constantemente y desde la libertad, desde la honestidad, desde la empatía, desde la solidaridad. Todo esto podrían ser valores en sí mismos, pero en el fondo son casi puntos de partida para intentar definir a nivel individual. Y también a nivel colectivo, como sociedad, aquello que reconocemos como bueno. Aquello que creemos que sintoniza con el interés común y con una ida a mejor.
Yo creo que aquello a lo que debemos aspirar como sociedades, es a que las libertades fundamentales, los derechos fundamentales y los recursos fundamentales lleguen a todos, que estén al alcance de todos. Este me parece el desiderátum más importante. Se trataría de ser capaces de darle forma a aquello que nos lleve hacia esos objetivos, si es que realmente creemos en esos objetivos, a aquello que nos lleve a combatir el egoísmo, a postergar el interés particular y las ambiciones de un ser humano, y que nos lleve a ser capaces de hacerlo uno mismo en favor de aquello que consideramos bueno. Porque es bueno para todos y, por lo tanto, también es bueno para uno mismo.
No se trata de conseguir que se instalen en la tierra una especie de valores que existen en el mundo de las ideas y que vengan a materializarse como una utopía, como una especie de imposición del bien, desde arriba. Se trata precisamente de un proceso casi contrario, de ir aquilatando desde abajo, en nuestro trato y en nuestro consternamiento permanente el que esos caminos que nos pueden llevar al objetivo de que aquello que consideramos fundamental para todos, alcance a todos.
Las nuevas tecnologías, ¿facilitan o dificultan esos caminos?
Se amplía el marco. No creo que vaya a ser más fácil o más difícil. La irrupción de las nuevas tecnologías, aunque no corresponde solo a este momento, sino que ya venimos evolucionando en este sentido desde hace mucho tiempo, nos va a poner ante herramientas y posibilidades nuevas, nos expone a un bombardeo de estímulos mayores y a una confusión mayor todavía, pero también nos da acceso a una mayor cantidad de información, nos da acceso a la comunicación con personas con las que antes no podríamos interactuar.
Todas las herramientas que ha ido creando el hombre a lo largo de su larga historia o todos los recursos que ha ido descubriendo introducen posibilidades que podemos considerar buenas y otras que podemos considerar malas. Esta coyuntura en la que nos encontramos, que parece que apunta hacia un cambio no sólo cuantitativo, sino cualitativo también en las posibilidades que se nos ofrecen, en principio parece que dificulta, que hace más complejo ese ejercicio de intentar señalar honestamente qué es aquello que consideramos bueno, pero, por otro lado, también amplía nuestras posibilidades.
No podemos y no debemos delegar nuestra función propiamente humana de ejercer la voluntad; es decir, de tomar esas decisiones, de señalar esos ideales, de señalar esos objetivos o de luchar por eso que entendemos como valores en la existencia de una serie de herramientas o de posibilidades nuevas que tomen esas decisiones por nosotros. Esta irrupción de nuevas posibilidades amplía el territorio, lo hace más abigarrado y más complejo, pero también nos da posibilidades nuevas. Gracias a todo el desarrollo, tanto ético como político, de la ciencia y de la tecnología, a lo largo de la historia, el ser humano es ahora más poderoso que nunca, pero también es más peligroso que nunca.
¿Qué repercusiones tiene ese poder?
Su capacidad de influir sobre el medio es mucho mayor de lo que ha sido en el pasado. Para el ser humano cada vez es más fácil jugar a ser Dios, a dirigir la naturaleza, a dirigir la evolución de su entorno, pero eso nos abre hacia posibilidades que pueden ser muy peligrosas, nos abre hacia nuevos delirios también. Lo importante es que nuestra capacidad de discernir aquello que es bueno, no conforme a unos valores hipotéticos o prestablecidos, sino a ese ejercicio interno de aquilatación, a la capacidad de discernir aquello que es bueno, aquello que es el interés común. La capacidad de tomar decisiones sobre ello y de ejercer nuestra voluntad no va a venir dada por la ciencia, ni por la inteligencia artificial ni por las nuevas herramientas, sino que será una prerrogativa puramente humana.
Estamos en un contexto más amplio que nos plantea desafíos nuevos, pero va a ser seguir siendo necesario ejercitar las facultades que nos lleven a la conciencia y a la voluntad porque el futuro está abierto y no va a venir condicionado por las posibilidades de las nuevas herramientas, sino por aquellos que tengan la capacidad de tomar decisiones. Así ha sido siempre en la historia de la humanidad. El futuro lo marcan aquellos que tienen la capacidad de tomar las decisiones.
En este caso, tanto a nivel individual como social y colectivo, tenemos que tener conciencia de que no podemos quedarnos fuera de este juego, no podemos delegar esa función puramente humana de la voluntad y la conciencia, que es lo que nos va a diferenciar de las máquinas y la que nos va a diferenciar de los instrumentos en general. Eso es algo que debemos seguir cultivando en un contexto cada vez más nuevo y cada vez más abigarrado.
Cuando hablas del control que ejerce el ser humano sobre la naturaleza, ¿te refieres sobre todo al medio ambiente?
Me refiero a todo tipo de dimensiones. El ser humano, hasta unas épocas relativamente recientes, era prácticamente un ser vivo más, un animal más en estos escenarios. Poco a poco, su capacidad de influir sobre el entorno, ya desde el conocimiento del fuego hasta todas las revoluciones culturales que ha habido a lo largo del tiempo, hacen al hombre más poderoso sobre su entorno, pero a lo que asistimos en los últimos tiempos es a un salto cualitativo realmente grande en esto, porque ahora ya somos capaces de influir a otros niveles: a nivel biológico, genético, hasta influir sobre el clima, crear lluvia artificial, impedir que llueva, prever fenómenos que antes resultaban imprevisibles o que habían sido atribuibles a la divinidad… Estamos incluso a unos pasos de fundirnos con las máquinas y de diseñar nuestro propio genoma. Por eso digo que nuestra capacidad de jugar a ser Dios es cada vez mayor y el peligro que eso conlleva es cada vez mayor y lo importante es que nuestra responsabilidad y nuestra conciencia puedan crecer a la par de nuestra posibilidad de obrar.
Todos los instrumentos de los que estamos hablando en esta nueva coyuntura de la inteligencia artificial y de la tecnología amplían nuestra capacidad de obrar y de modificar la realidad, pero tenemos que intentar, ejerciendo aquello que nos hace realmente humanos, que es la conciencia, la voluntad, definir de forma sincera, atendiendo a la verdad, aquello que realmente es bueno, no simplemente aquello que nos conviene temporalmente. Ese es el ejercicio propiamente humano al que seguimos estando llamados y, para eso, no nos va a valer solo la tecnología y la ciencia. Será necesario lo que tradicionalmente consideramos las humanidades; es decir, las prácticas, las artes, el cultivo del lenguaje, el cultivo de la razón, el cultivo de la capacidad crítica, el cultivo de la capacidad de argumentar, de la capacidad de verbalizar, de la capacidad de interactuar como seres humanos, el desarrollo de la empatía, el cultivo de la bondad… Son cuestiones que nunca nos van a llegar resueltas de la mano de la ciencia o de la mano de la tecnología y que, sin embargo, son absolutamente imprescindibles para no acabar convirtiéndonos en víctimas de nuestros propios delirios y de nuestra propia capacidad de obrar de una manera incontrolada. Esto jugará un gran papel a nivel individual y colectivo, no solamente a nivel de aquellos que vayan a señalar las políticas o que vayan a señalar las líneas generales. Todos tenemos que participar en ese proceso y estar muy atentos.
Has hablado sobre el acceso a las nuevas tecnologías y la participación de todos. ¿La tecnología es democrática porque llega a muchas personas o no lo es porque deja fuera a algunos colectivos, como personas mayores o vulnerables?
Per se, no es ni democrática ni antidemocrática. Todo dependerá del uso que le demos. Un martillo puede servir para clavar clavos o para agredir a alguien, y eso no es una cualidad intrínseca del martillo, es una consecuencia del uso que tu hagas de esa herramienta. La democracia es un proyecto propiamente humano, no es algo que venga desde el lado de la ciencia. Es una aspiración hacia la igualdad política que contrarrestre las desigualdades naturales que existen en las sociedades, derivadas del linaje, del estatus social, de las posibilidades económicas, etc. Buscamos que, a través de la política, se regulen y se hagan más justas esas relaciones, de manera que es un proyecto puramente humano y dependerá de nuestra sagacidad y nuestra capacidad para hacer uso de esas nuevas herramientas. Por lo tanto, yo creo que no debemos ni demonizar ni divinizar a las nuevas tecnologías y a las nuevas posibilidades, debemos entender que son nuevos instrumentos que se ponen en nuestras manos y que lo que reclaman es prudencia por nuestra parte.
Algo con lo que ya tenemos experiencia histórica es, por ejemplo, la existencia generalizada de Internet a partir de los años 90. Nos hemos preguntado a veces si realmente ha contribuido a la democratización, en el sentido de llevar las posibilidades hasta los últimos rincones o hasta la gente más desfavorecida, o se ha convertido en un instrumento de dominio también por parte de quienes lo gestionan. Probablemente hayan sucedido las dos cosas. Si hacemos un análisis de la corta o ya la no tan corta implantación de Internet en el mundo, probablemente encontremos ejemplos que nos hagan pensar que ha sido una democratización de muchas cosas y que ha favorecido el acceso de muchas personas, pero, por otro lado, también tenemos sobrados ejemplos de cómo se ha convertido en un arma de control social y en una vía de propaganda para determinadas ideas y discursos. Es como el ejemplo del martillo. Estas herramientas no son ni dejan de ser democráticas, porque la democracia es algo puramente humano, no es algo inherente a una herramienta. Ojalá seamos suficientemente sagaces y capaces para construir democracia con esas herramientas.
‘La irrelevancia de la verdad’ es el título de tu conferencia. Suena a época de fake news…
Viene de un texto que publiqué en la revista ‘Barcelona Metrópolis’. Se hace mención a los bulos, que es lo primero que puede venir a la mente al escuchar esta frase, pero en realidad a lo que me refiero es mucho más grave, es a la irrelevancia de la verdad en el corazón del sistema, no en el uso o en las intervenciones de alguien que pueda lanzar un bulo en las redes o que pueda intoxicar alguna forma la opinión, sino como aquellos que tienen la capacidad de marcar el discurso, de imponer determinadas líneas de pensamiento o de decidir hacia dónde quieren llevarnos, lo hacen de espaldas a la verdad en muchos momentos.
De esto tenemos sobrados ejemplos en todas las crisis que se han desatado últimamente, empezando por la bélica. Cómo se están tratando las guerras que más afectan ahora a nuestro entorno en Occidente. La propia guerra de Ucrania con Rusia, o Israel y Palestina. Cómo se basan en la ocultación deliberada de la información y de la verdad, que ha llevado hasta a matar a periodistas que iban a informar.
Lo vemos en el caso de la crisis económica. Cómo ha funcionado la voluntad de los mercados y de las agencias de calificación y de los planes de rescate; se han impuesto determinados intereses al margen de la realidad. Lo hemos visto también en la gestión de la pandemia, que de una manera muy poco crítica la élite política, la comunidad sanitaria en su mayoría, la prensa de una manera muy servil en muchos momentos y la propia opinión pública asumió el discurso dominante. Incluso cuando en muchas ocasiones estaba realmente claro que iba contra la evidencia científica. Y lo hemos visto en muchos otros ámbitos, en el campo de la migración…
Llega mucha información y de manera muy rápida, a veces a base de tuits. ¿Estamos perdiendo la capacidad de análisis?
Sí, esa es otra de las consecuencias del bombardeo de información al que estamos sometidos, que no hay tiempo para la reflexión. Normalmente, cuando quieres informarte de un tema, ya tienes la atención puesta en otro o ya te derivan la atención hacia otra, y ahí muchas veces tenemos una falta de contexto, de reposo y de memoria incluso, que es necesaria para la capacidad de análisis y la relación de hechos. No hace falta remontarse al pasado, a veces son temas que sucedieron muy poco tiempo atrás y que, sin embargo, explican lo que está sucediendo en estos momentos, y los olvidamos y los ignoramos, incluso porque estamos acostumbrados a elaborar nuestros juicios y nuestras actuaciones con las informaciones puntuales del último momento.
Eso nos lleva a ser todavía mucho más manipulables y vulnerables. En el momento que uno va restringiendo su capacidad de visión, de recuerdo, de relación y de análisis, y se queda casi viviendo en su último momento alimentado por una información puntual que normalmente obedece a intereses, pierde la visión del conjunto y carece de elementos para tomar decisiones maduras y para poder interpretar lo que está pasando en el mundo en el que vive.
Eso, en gran medida, como bien señalas en la pregunta, es fruto de este constante bombardeo con noticias muchas veces muy llamativas y muy sensacionalistas, pero que carecen de contexto y que nos impiden hacer un análisis reposado y crítico de la realidad.
Sin embargo, un buen análisis es clave para llegar a una madurez en el debate.
Vivimos en un momento en el que defendemos la verdad, los valores y la justicia en la medida en que coinciden con nuestros intereses, con lo cual, en realidad, no estamos defendiendo ni la verdad, ni los valores, ni la justicia. Estamos instalados en una suerte de hipocresía conveniente. Dicho de otra forma, podríamos decir que cuando se está a favor de la paz, se está a favor de la paz con todos; cuando se está en contra de la guerra, se está en contra de todas las guerras; cuando se está en contra de quienes cometen atrocidades, se está de todos los que las cometen; o cuando se persigue a los que atentan contra el derecho internacional o los derechos humanos, hay que perseguirlos a todos; y si se es solidario con los que huyen de la guerra o de la pobreza, hay que ser solidario con los que huyen de todas las guerras y de todas las situaciones de pobreza, porque si esto no se hace así, no se está ni por la paz, ni contra la guerra, ni en contra de todas las atrocidades, ni a favor del derecho internacional y de los derechos humanos, ni se es solidario, simplemente se está tomando partido por una de las opciones.
Esto nos remite a la idea de que defendemos la verdad, pero siempre y cuando coincida con nuestros intereses. Lo vemos en las políticas que está haciendo la Unión Europea en contextos internacionales, como los contextos bélicos que comentábamos. La misma guerra de Ucrania o la guerra en Palestina, debería ser la piedra de toque en la que la Unión Europea de las libertades y del acervo colectivo europeo demostrase de verdad que es quien dice ser. En vez de ser así, está siendo una especie de teatro esperpéntico en el que vemos cómo los líderes políticos están mostrando una sumisión a la agenda neoconservadora americana cuando les conviene. Estamos viendo también cómo la prensa está ejerciendo una labor muy servil y como la propia sociedad a veces está dando muestras de estulticia cuando no de racismo o de actitudes muy poco presentables.
Es en este sentido que digo que estamos viviendo como de espaldas a la verdad, estamos rehuyendo esa búsqueda de la verdad desde unos presupuestos críticos, honestos y sinceros, y estamos confundiendo la verdad con el interés, y ahí está el comienzo del desastre, cuando llamamos derechos a nuestras meras ambiciones y llamamos abusos a las aspiraciones legítimas de los demás, y vemos las cosas a través de este prisma de distorsión. Creo que esa es una idea central que, si la lleváramos a todo lo que vemos alrededor, encontraríamos innumerables ejemplos de este fenómeno. Por eso lo titulo ‘La irrelevancia de la verdad’, porque ya no es que se creen mentiras o que se creen bulos, sino que aquellos que tienen la capacidad de marcar el discurso, que es lo que les confiere el poder, lo hacen impunemente de espaldas a la verdad. La verdad ya no es necesaria para configurar un discurso sólido y convincente, estamos demasiado dispuestos a creernos cualquier cosa.
Además, aquello que pensábamos que eran unas conquistas irreversibles, que el espíritu crítico o el espíritu científico o la capacidad indagadora o la mera disensión argumentada eran cualidades reconocidas universalmente como positivas, ahora estamos viendo que empiezan a ser denostadas y empezamos a ver cómo se degrada a la condición de conspiranoico, de terrorista, de marginal, a cualquiera que esté dispuesto a cuestionar el discurso dominante, incluso con argumentos sólidos. Esto es muy grave porque, si bien oponerse a la libertad de prensa, que evidentemente mina los cimientos del estado de derecho y de la democracia, considerar ya irrelevante la verdad, mina los cimientos de la civilización. Es algo mucho más profundo. No puede existir una civilización como forma de organización humana de espaldas a la verdad, y estamos llegando tristemente en muchos momentos a ver casos de cómo nuestra civilización o aquello que entendemos como civilización está cimentada sobre relatos absolutamente falaces.