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Imagínate un cocinero que cocina por 300 personas cada día. De estas hay con todo tipo de alergias, intolerancias y gustos: vegetarianos, carnívoros, flexiveganos, etc. Este cocinero trabaja en una pequeña, vieja y mal organizada cocina. El producto con el que cocina es insuficiente y debe hacer maravillas para que llegue para todos. No sabe por qué, de vez en cuando llega al trabajo y alguien que se dedica a cambiarlo todo de sitio, o le piden que corte con una cuchara o le han quitado algunos de los utensilios necesarios para cocinar. Ahí fuera, los clientes no están contentos, se quejan, a veces le insultan y le dicen que no vale. Y el cocinero debe seguir trabajando motivado y no decir nada y no quejarse. Contento con un sueldo de ayudante de cocina cuando ejerce de cocinero. Ah, pero eso sí, le han puesto un robot de cocina de la hostia al cocinero.
Y no estoy hablando de cocina…
Sueño que me voy de la escuela y no vuelvo, que hago “campana eterna”. Y no es el hecho de dar clase lo que motiva mi huida, sino todo aquello que hay más de allá de los muros de las clases. ¿Qué está pasando con nuestra profesión, con el profesorado?
Me siento una aguja en un pajar, una aguja que nadie busca, ni ve.
Ser profesor y quejarse hoy en día está muy mal visto. Parece ser que nada de lo que expongamos es motivo suficiente para ser merecedores de comprensión ni de apoyo. Todo lo contrario, cada vez que intentamos alzar la voz y denunciar la situación en la que trabajamos, solo recibimos críticas e incluso insultos. Hace años que el profesorado viene denunciando que las condiciones en las que trabajamos no favorecen el quehacer en el aula. No tenemos los medios económicos ni los recursos humanos para hacer frente a todos los desafíos que enfrenta la escuela y las aulas. Y esta realidad no es solo cosa nuestra. En época COVID, los sanitarios ya expusieron esta misma situación en su campo. La urgencia del momento les fue favorecedora para visibilizar una realidad hasta entonces también ignorada. Por suerte o desgracia, en nuestra profesión no es tan sencillo demostrar las vidas que salvamos, las heridas que curamos o las semillas que plantamos.
Sea como fuere, somos un colectivo en colapso que vivimos constantemente en la contradicción: nuestro trabajo es muy importante e imprescindible para la sociedad (esto se dice especialmente en campaña o cuando los resultados no van bien). Pero no debemos ser tanto cuando nunca se nos tiene en cuenta a la hora de tomar decisiones, cuando nuestra opinión sobre las necesidades de las aulas y centros nunca son escuchadas. Si como administración no nos escuchan y nos señalan cada vez que las cosas no van bien, ¿qué creen que harán el resto de personas? Pues eso mismo, señalarnos, responsabilizarnos y despreciarnos tal y como hace ustedes. Somos importantes únicamente como evocador en el que tirar todas las responsabilidades.
Veamos por un momento las siguientes afirmaciones. Estoy segura de que muchos de vosotros, docentes, se podrán identificar con muchas de ellas:
- Menosprecio de tus ideas y logros: ¿Sientes que tus aportaciones no son tenidas en cuenta, que tus logros se minimizan y te hacen sentir inferior o invisible?
- Culpa por situaciones ajenas a tu control: ¿Sientes que se te culpa o responsabiliza por decisiones o situaciones en las que no has participado ni tienes responsabilidad?
- Desvalorización de tu opinión: ¿Sientes que tu opinión no se valora, y que se toman decisiones importantes sin consultarte ni tener en cuenta tu perspectiva?
- Miedo a expresar tu malestar: ¿Sientes que no puedes compartir tu malestar por miedo a ser tachado de débil, poco competente o exagerado?
- Falta de respeto por la salud mental: ¿Sientes que tu salud mental no se tiene en cuenta, ni tus límites emocionales y psicológicos se respetan en el entorno laboral?
- Expectativas inalcanzables: ¿Sientes que, por mucho tiempo y esfuerzo que dediques a tu trabajo, nunca es suficiente para cumplir las expectativas de la organización?
- Dificultad para reclamar lo que necesitas: ¿Sientes que, cuando reclamas lo que necesitas para realizar tu trabajo adecuadamente, te perciben como egoísta o incompetente?
- Miedo a represalias: ¿Temes expresar tus opiniones en público por miedo a represalias, críticas o acusaciones que podrían recaer sobre ti?
- Miedo a las reacciones del entorno: ¿Te asusta expresar ciertos pensamientos u opiniones porque no sabes cómo reaccionarán los demás o tus superioridades?
- Desvalorización de tu presencia y trabajo: ¿Sientes que tus contribuciones son invisibilizadas, incluso cuando estás aportando a propuestas beneficiosas por el equipo o por la organización?
- Dificultad para solicitar ayuda: ¿Sientes que te resultaría difícil solicitar ayuda por miedo a ser percibido como incompetente o por sentirte culpable por necesidad de apoyo?
- Descalificación sistemática: ¿Sientes que tus contribuciones se descalifican constantemente, lo que hace difícil mantenerse motivado/a en un entorno de trabajo poco reconocible?
- Inseguridad en la toma de decisiones: ¿Tienes la sensación de que tu capacidad para tomar decisiones profesionales es constantemente cuestionada o mermada por otros?
- Falta de valoración del esfuerzo colaborativo: ¿Sientes que tu esfuerzo por crear un ambiente de trabajo colaborativo no es valorado, y que las ideas de otras personas siempre tienen más peso que las tuyas?
- Falta de apoyo situaciones de conflicto con terceras personas: Sientes que, cuando tienes un problema con terceros, como familias o alumnado, no puedes contar con el apoyo de las personas que están por encima de ti, y te sientes dejado/a en tu suerte en la gestión de la situación?
Pues bien, todo esto con el que cualquier docente podría identificarse, son signos de abuso laboral. Son los patrones propios de manipulación y abuso que lo que en última instancia buscan es degradar la autoestima del otro para ejercer su control. Y es esta exactamente la relación que tenemos con las administraciones y cada vez más con la sociedad en general. Y no es casualidad que los síntomas que sufre el profesorado sean exactamente los mismos que en cualquier relación de abuso: depresión, ansiedad, sin sentido, agotamiento, desesperanza, insomnio, etc.
El sindicato USTEC·STEs (IAC) realizó una encuesta a los docentes de Cataluña en 2024 que derivó en un estudio sobre el malestar docente. En ella se valoraba especialmente la carga de trabajo, la democracia en los centros, la salud física y emocional y lo atractiva de su profesión y la posibilidad de abandonarla. Los resultados podrían concluirse en que un 36% de este colectivo se plantea abandonar la profesión a causa de la carga mental, los conflictos con personas y la cantidad de burocracia innecesaria. Estoy segura de que esta realidad se puede aplicar al resto de comunidades.
Es complicado detallar todos los sin sentido que vivimos en esta profesión: años de recortes salariales que no han sido revertidos y pérdida de poder adquisitivo (aproximadamente un 25% de nuestro salario). Cambios constantes en el currículum que suponen horas y horas invertidas en cambiar materiales, organización del centro, evaluaciones, etc., horas invertidas que en poco tiempo no servirán de nada porque habrá nuevos cambios. Sobreexposición de evaluaciones y pruebas a docentes y estudiantes para constatar que los resultados no son buenos y que las cosas no van bien, sin invertir, sin embargo, en los medios necesarios para mejorarlo. Carece de recursos materiales y personales, acompañado de unas políticas cada vez más demandantes y supuestamente inclusivas (en papel son muy inclusivas). Inversiones millonarias en tecnología (pantallas, portátiles, robótica, etc.), que se exhiben orgullosamente de cara a la sociedad como un éxito, pero que en realidad, no son el pilar fundamental de ningún avance educativo, sino un paso más hacia unos centros educativos conquistados por empresas que, imitando el modelo americano, han visto en estos un pilar de negocio a corto y largo plazo.
En los centros ocurren muchas cosas, muchísimas, aparte de los aprendizajes. Y los aprendizajes nunca, nunca van desligados del estado emocional que se vive en los centros y fuera de ellos. Nuestras criaturas pasan y pasarán muchos años en los centros educativos. Aquí aprenden a relacionarse, se les escucha y ayuda cuando tienen problemas en casa o en la escuela. Se detecta cuando tienen algún problema, dificultad o trastorno. En los centros pasarán los años más importantes y fundamentales en el crecimiento de una persona, y lo harán acompañados de adultos docentes que deben tener el tiempo, los recursos humanos y materiales para atenderlos. Se merecen y necesitan que puedan pasarlos en condiciones dignas, atendidos material y personalmente con todo lo esencial y necesario. No podemos exigir cambios, criterio, adaptación y soluciones al colectivo educativo, si no hacemos antes una apuesta real y con sentido hacia la educación.
Es hora de que dejemos a un lado los gurús de la educación, las grandes corporaciones y otros oportunistas, y entendamos que aquí hay un problema básico y de raíz: la infrafinanciación en educación y la falta de escucha del personal que trabaja.
Es curioso que cuando hay un “peligro” ahí fuera, se invierta en armamento, pero no se haga cuando el peligro está en los centros educativos.