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Así nos lo enseñaron desde niños: desde la educación secundaria obligatoria hasta la universidad. Las reglas eran claras, el camino estaba trazado. La formación profesional vista como un “plan B”, en ocasiones, impuesto por obligación paterna, empezó a ganar su lugar como una vía válida, práctica y necesaria. Aún recuerdo a mi madre y a mí, sentados en el despacho del director porque no quería hacer bachillerato.
El molde de la ruta académica parece claro: avanzar paso a paso por el camino marcado y confiar en que al final del trayecto surgirá la oportunidad de demostrar el talento, ambición y ganas de progresar. Esa es la recompensa profesional. Pero una vez ahí, la formación de muchos es idéntica para el puesto de trabajo: una carrera universitaria, quizás un máster y tal vez idiomas. De igual manera, en los casos de formación profesional: ciclo formativo de grado medio y superior. ¿Y la experiencia? Apenas unas prácticas profesionales, y poco más.
Esta situación genera un beneficio al mercado laboral por la amplia demanda que existe para esa oferta determinada. Los perfiles a simple vista no son diferenciales.
Con la formación continua y especializada las reglas del juego cambian. Ahí está la diferencia, romper la barrera del sistema tradicional hacia una especialización, aquello que gusta y apasiona.
En su día busqué esa opción mientras finalizaba la formación profesional, tenía claro que quería orientarme hacia un departamento de recursos humanos. Quienes conocían mis ideas me animaban a seguir por la estricta senda de la formación reglada. Al finalizar la formación profesional y el curso, durante el primer fin de semana que hice mailing con mi currículum recibí diferentes llamadas para entrevistas de trabajo y, mi primer trabajo como administrativo de RRHH.
Es necesario seguir una formación continua para no permanecer anclado en el pasado
A medida que se va adquiriendo la experiencia profesional aparecen los retos y objetivos personales y profesionales junto a los avances en innovación y desarrollo de la tecnología.
En la actualidad, la inteligencia artificial o el uso de Power BI, está demostrando que más allá de la experiencia profesional es necesario seguir una formación continua para no permanecer anclado en el pasado. La evolución y la irrupción de estas nuevas herramientas, en paralelo a las competencias técnicas como arma para un pensamiento crítico, permiten nuevas rutas en la metodología de trabajo. La formación beneficia potenciar el perfil profesional y la calidad del trabajo. Es aquí donde las personas se enfrentan al avance o al freno, como resultado de retroceso, por la evolución del mercado.
Hablar de este tema no es hablar de «titulitis», vulgarmente conocida por todos, sino de conocimiento, inquietud, ambición y negativa a la permanencia en la zona de confort.
Un estudio del Centro Europeo para el Desarrollo de la Formación Profesional (Cedefop) realizada en el año 2012 indicaba que, alrededor de un 16% de los trabajadores de la Unión Europea sienten que en los últimos años sus habilidades se han vuelto obsoletas debido a los avances de la tecnología, la reorganización y el conocimiento de idiomas extranjeros. En la actualidad, esta encuesta podría alcanzar unos niveles superiores con la aparición de numerosas herramientas como las anteriormente descritas.
Más recientemente, el Observatorio Internacional de Cegos en 2022 recogió en un sondeo que el 51% de puestos de trabajo podrían llegar a quedar obsoletos en los siguientes tres años. Esta estimación resalta que la actualización y especialización en competencias es necesaria para la permanencia en el mercado laboral.
Las empresas ofrecen una formación técnica que aporta una experiencia y un valor al desarrollo para la organización y para las personas. Sin olvidar la formación teórica que se adquiere mediante los cursos, tanto bonificados o pagados directamente por la compañía. Cuando se trata de esta segunda y se ofrece de manera voluntaria, no siempre es bien recibida por los empleados que lo consideran en frecuencia como una oportunidad única de ausentarse del puesto de trabajo, aunque una pérdida de tiempo, en lugar de verlo como una oportunidad de ampliar conocimiento hacia su propio desarrollo profesional. Y no, no hablamos únicamente de cursos que se repiten frecuentemente cada cierto periodo o al iniciar la relación laboral.
No obstante, durante mi corta carrera profesional también me he encontrado con empleados que me han solicitado cursos para tratar de mejorar su destreza profesional en algún campo específico. Este comportamiento demuestra una intención de mejora. Sin ir más lejos, casi todas las formaciones que he realizado han sido con la intención de ampliar conocimientos y mejorar en un área específica, así como aportar mayor calidad al trabajo y fortalecer mi perfil profesional.
Tuve la ocasión de tener una charla informal con unos operarios, todos tenían ciertas inquietudes en cuanto a formación. La mayor parte de ellos añoraba y pretendía volver a estudiar algún día. Electromecánica, mantenimiento u otras variedades salieron a la luz ese día. Pude orientarlos hacia la amplia gama de formación profesional que existe en la actualidad y presentar soporte y apoyo hacia la formación continua y específica.
La formación no debe entenderse como una simple ruta tradicional, sino como una elección a la mejora personal y profesional. Entender que no es una obligación, sino una actitud frente al cambio y a la especialización. La diferencia no está solo en el currículum y en el diploma, sino en la actitud que se transmite al decidir seguir aprendiendo. Y ahí es donde realmente se marca la diferencia: entre quienes eligen permanecer en la senda tradicional y quienes optan por el conocimiento, el avance y el progreso.