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José Mujica abría así su discurso en Naciones Unidas el 24 de septiembre del 2013. La afirmación no era sólo una ubicación geográfica, era una proclama política y ética. Era el clamor de un hombre que, desde la austeridad personal y la radicalidad moral, cuestionaba el rumbo de un mundo sometido a la economía de mercado, el consumismo desbocado y la indiferencia institucional frente al sufrimiento humano. Mujica no sólo hablaba como presidente de Uruguay: lo hacía como portavoz de millones de personas empobrecidas del sur global, de las víctimas silenciosas del sistema.
El discurso de Mujica ante Naciones Unidas fue más que una intervención: fue una sacudida, y más de una década después, sigue vigente. Con palabras sencillas pero incisivas, cargó contra el capitalismo consumista, la obsolescencia programada, el militarismo o la incapacidad colectiva de construir un mundo más justo. Contra un consumismo que hace entes menos libres y fabrica necesidades artificiales para mantener el ritmo de consumo. Lo hizo no como un tecnócrata, sino como un hombre que ha conocido el dolor, la miseria, la lucha y la reflexión.
Su mensaje central era claro: es necesario un cambio profundo. Un cambio que no puede ser sólo tecnológico ni legislativo, sino que debemos dejar de considerar la felicidad como una suma de posesiones y empezar a pensarla como una vida con sentido.
Probablemente en esta reflexión, Mujica es también un hombre extremadamente contemporáneo y visionario. Anticipa como pocos que la crítica con mayor sentido al capitalismo del siglo XXI no está en la forma de producir, el trabajo, como si lo ha sido durante el XIX y el XX, sino en la obligación de consumir por encima de nuestras posibilidades. Él, como alternativa, propone un modelo de vida que reduzca el deseo a lo esencial y que permite dedicar el tiempo a lo que da sentido a la existencia: amar, pensar, compartir, cuidar. Lo que él llama “cuidar la vida” como el verdadero propósito vital.
Más recientemente, a raíz de la segunda victoria de Donald Trump en la Casa Blanca, se mostró sorprendido y preocupado por el retroceso civilizatorio que supone el discurso del presidente estadounidense. “Han reducido el liberalismo a un listado de recetas económicas” y alertaba de que la principal aportación del liberalismo es la tolerancia, la aceptación de las diferencias en un clima de respeto. Al capitalismo de Trump y sus seguidores europeos, ya no les sirve la democracia liberal y tienen, en cambio, prácticas en las que los derechos son triturados y horizontes de autoritarismo.
Una vida de compromiso y resistencia
Pepe Mujica es, ante todo, un hombre de coherencia. Militó desde joven en la lucha por la justicia social y se implicó como miembro y fundador del movimiento Tupamaro, una organización de liberación nacional que optó por la vía armada en respuesta a las desigualdades sociales ya la represión. Esta etapa le llevó a pasar trece años en prisión durante la dictadura militar de Uruguay, en condiciones extremas de aislamiento y sufrimiento.
Lejos de amargarse o de rendirse, de optar por el rencor, la venganza o el dolor, Mujica salió de aquella etapa con una lucidez renovada y un compromiso aún más profundo con la libertad y la dignidad humana. Su paso por la cárcel se convirtió en una escuela interior: “Tuve que galopar hacia adentro para no volverme loco”, diría después. Con el regreso de la democracia, canalizó su lucha hacia la vía política institucional, contribuyendo a fundar el Movimiento de Participación Popular dentro del Frente Amplio , un proyecto progresista que le llevaría hasta la presidencia del país.
Su ejemplo es el de alguien que es capaz de superar la persecución y prisión en condiciones infrahumanas y hacer posible construir puentes y poner por delante al futuro colectivo. Apostó claramente por la unidad, por el trabajo conjunto de las múltiples fuerzas de izquierdas para ser más útiles al servicio de las clases populares, y el resultado no sólo fueron las victorias del Frente Amplio al frente del gobierno, sino una estabilidad política y económica en Uruguay destacables en el contexto latinoamericano.
Un estilo de vida como bandera
Mujica no ha necesitado discursos grandilocuentes para ganarse la admiración del mundo. Su mensaje más potente ha sido, sin duda, su forma de vivir. Sin lujos, en una casa rural a las afueras de Montevideo, con un huerto, su esposa Lucía Topolansky, activista y política como él, y una perra con pata amputada, Mujica ha encarnado una forma de austeridad radical y consciente. Cuando la prensa le bautizaba como “el presidente más pobre del mundo”, él replicaba: “Pobres son los que más quieren” .
Su casa se ha convertido en los últimos años en un lugar de peregrinación para personas y líderes de las izquierdas (y no sólo) de todo el mundo, reconociéndolo como referente político pero sobre todo moral y ético. Aparecen sonrientes sentados en la mesa de su cocina o como copilotos de su viejo Volkswagen Escarabajo. Un coche, por cierto, símbolo de su austeridad y por lo que, contradicciones capitalistas, llegaron a ofrecer un millón de dólares para comprarlo.
Una voz coherente
El legado de Mujica es inmenso porque conecta con una verdad elemental y universal: la necesidad de vivir con coherencia. Él no sólo denuncia; propone. No sólo critica; construye. Su discurso, lejos del cinismo imperante, es una llamada a la esperanza activa: “Es posible vivir de otra manera” , nos dice. Y él lo demuestra todos los días.
Una coherencia que no significa inmovilismo o quietud. Él cambió mucho en su vida. Su camino pasa por la lucha armada, y por el encarcelamiento y la tortura, pero también por el perdón a sus represores y por la reconciliación, por la política y la vida institucional, por la apuesta por la unidad política sin renunciar a su singularidad con enormes dosis de generosidad e inteligencia política.
En tiempos marcados por el individualismo, la desafección política, Mujica se convierte en un referente moral. Su figura no es la de un santo ni la de un héroe. Es la de un hombre que, con contradicciones y errores, ha intentado ser fiel a sus ideales en todas las etapas de su vida. Y esto, hoy, es revolucionario. La revolución de la coherencia. La seducción de la humildad sincera, sin artificio, ligada a un genuino compromiso con la lucha por la dignidad humana.
Hoy Lucía Topolansky, su compañera de lucha y de vida, pierde a su marido y se queda más sola y más triste. Nosotros perdemos un referente… pero también nos sentimos más solos y más tristes.