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El cansancio invisible
María Teresa, exalumna en la facultad universitaria, hace doce años enseña en una escuela pública de un municipio del norte de Colima, México. Después de la pandemia, sus jornadas se extendieron más allá del horario escolar: reuniones virtuales y presenciales, informes interminables de dudosa utilidad, capacitaciones improvisadas y, sobre todo, la tarea de mantener viva la atención de sus alumnos en medio del desánimo. “No es que no quiera seguir —me dice como disculpándose, mientras conversamos en la fila del supermercado—, pero me siento vacía. Siento que ya no tengo energía ni para entusiasmarme con mis propios alumnos. Tampoco tengo el acompañamiento que me gustaría. Y no me pasa solo a mí, aunque no me consuela.”
Su testimonio podría escucharse en cualquier país de América Latina. Tras la emergencia sanitaria, los maestros de la región experimentaron una fatiga emocional profunda que no ha sido debidamente reconocida. Mientras las políticas educativas se concentran en prioridades demagógicas, la salud mental y el bienestar integral del profesorado siguen siendo relegados. El desdén es peligroso: sin maestros emocionalmente saludables no hay educación posible.
El agotamiento docente es hoy síntoma de una crisis global. La UNESCO advirtió en 2023 que el mundo enfrenta una “escasez sin precedentes” de maestros: faltan casi 44 millones para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible hacia 2030. En muchos países, las causas son las mismas: bajos salarios, sobrecarga laboral, falta de apoyo institucional y creciente desafección social hacia la docencia.
El maestro ha pasado de ser un agente de transformación a un operario del sistema
En América Latina, estos factores se agravan por una realidad estructural: la precariedad. Según la CEPAL, más del 60 % de los docentes latinoamericanos trabaja en condiciones que impiden la innovación o el desarrollo profesional sostenido. A ello se suma una burocratización excesiva: reportes, formatos, evaluaciones, metas administrativas. El maestro ha pasado de ser un agente de transformación a un operario del sistema.
El resultado es, irónicamente, una epidemia de agotamiento emocional. Aumentan de forma alarmante los niveles de estrés, ansiedad y depresión entre los docentes. Cruel paradoja, los mismos gobiernos que promueven programas de “educación socioemocional” para los alumnos, pocas veces consideran la salud mental de quienes los enseñan. Menos atienden las variables que debilita al personal dedicado a la docencia.
Hablar de bienestar docente no es baladí. Es, en realidad, una estrategia de sostenibilidad pedagógica. El bienestar no se reduce al estado emocional del profesor; implica condiciones laborales, reconocimiento social, autonomía pedagógica y un entorno institucional que respalde su desarrollo.
Los países que protegen la salud y el desarrollo profesional de su profesorado logran mejores resultados de aprendizaje y mayor estabilidad en el ecosistema escolar. Finlandia, Canadá o Corea del Sur son ejemplos de cómo el cuidado de los maestros se traduce en innovación y calidad educativa.
En América Latina, hay experiencias esperanzadoras. Uruguay, a través del Plan Ceibal, no solo incorporó tecnología, sino programas de acompañamiento emocional y desarrollo profesional. Chile impulsó, con su Ley de Desarrollo Profesional Docente (2016), un sistema de mentorías y formación que incluye aspectos de bienestar. Costa Rica incorporó la educación emocional en la formación inicial y la actualización docente. En México, algunas universidades formadoras y programas estatales iniciaron estrategias de apoyo psicoeducativo, aún sin consolidarse como política nacional.
Estos ejemplos muestran que el bienestar no es un asunto individual, sino responsabilidad pública e institucional. Cuidar a quien enseña significa diseñar escuelas que cuiden, sistemas que comprendan que enseñar no debe conducir a la enfermedad. Tengo por hipótesis que las mejores escuelas cuidan a sus maestros, física y emocionalmente, además, los potencian.
Un profesor con bienestar emocional genera entornos seguros, motivadores y empáticos
El bienestar como eje del aprendizaje
Detrás del cansancio docente hay un riesgo profundo: la pérdida de sentido formativo. Cuando el trabajo se convierte en rutina o en mera sobrevivencia burocrática, la educación deja de ser un acto de creación y esperanza.
Numerosas investigaciones en neuroeducación y psicología del aprendizaje coinciden en que el clima emocional del docente influye directamente en la disposición cognitiva de los estudiantes. Un profesor con bienestar emocional genera entornos seguros, motivadores y empáticos. Por el contrario, el malestar, la ansiedad o el desánimo se transmiten al grupo, aun de forma inconsciente.
De ahí la urgencia de repensar la formación inicial y continua. No basta con enseñar lecciones o contenidos; hay que enseñar a cuidar de sí mismo y a sostener emocionalmente a los otros. Una ética del cuidado. El acompañamiento psicoeducativo, la supervisión pedagógica empática y la comunidad docente son piezas clave. Las políticas deben incluir tiempos para la reflexión, la colaboración y el descanso creativo.
En otras palabras, el bienestar docente es una pedagogía en sí misma: enseña a convivir, a resistir, a cuidar el sentido profundo del aprendizaje.
Entre el desgaste y la esperanza
A pesar de las adversidades, miles de maestros latinoamericanos sostienen sus escuelas con imaginación y compromiso. Son, muchas veces, héroes anónimos de sistemas que no los protegen. Desde comunidades rurales del sur de México hasta escuelas periféricas de Buenos Aires, los docentes reinventan la enseñanza cada día, haciendo del aula un espacio que aspira y construye otros futuros. Pero no es fácil.
Este capital humano es el mayor tesoro de la región. Sin embargo, la narrativa pública sobre el magisterio suele ser ambivalente: se le exige todo, se le reconoce poco. Se habla de innovación y calidad, pero rara vez de salud profesional, de sentido de propósito, de vida docente plena.
Los informes internacionales suelen medir competencias o rendimiento, pero no preguntan cómo se siente el maestro que los hace posibles. Tampoco lo indagan los ministerios de educación o las instituciones. En ese silencio se esconde una injusticia simbólica; se descuida lo esencial.
Hay señales de cambio. En algunos países se discuten políticas de descanso pedagógico, programas de acompañamiento emocional y mentorías entre pares. Redes de docentes autogestionan espacios de apoyo, formación y reflexión. En ellos, la palabra “bienestar” empieza a concebirse como horizonte ético, no como delirio.
Del discurso a la acción: qué políticas necesitamos
Pensar en el bienestar docente como política pública implica asumir al menos cinco compromisos estructurales:
- Revalorizar social y simbólicamente la profesión, pero en serio, no sólo en discursos.
- Garantizar condiciones dignas de trabajo. La pretensión es añeja y parece inalcanzable, pero no se puede suprimir la exigencia.
- Incorporar el bienestar en la formación inicial, lo que implica una reinvención del oficio docente.
- Acompañamiento institucional permanente mediante redes de soporte y aprendizaje.
- Evaluar con sentido, para la comprensión y la mejora, a partir del diálogo de actores.
Estas medidas no son utópicas. Son necesarias para construir una educación sostenible, en la que el cuidado no sea un lujo, sino un derecho.
Si algo mostró la pandemia fue que la escuela depende del cuerpo y del ánimo de sus maestros. Cuando enfermaron o se agotaron, la educación se paralizó o apagó. Ninguna tecnología sustituyó el vínculo humano, la voz que anima, la mirada que comprende, el abrazo de cobijo.
Hoy, el mayor desafío no es incorporar inteligencia artificial, sino recuperar la inteligencia emocional del sistema educativo. La región no podrá innovar ni transformar si no cuida a quienes encarnan esa transformación. Cuidar a quien enseña es cuidar la raíz del aprendizaje. Es reconocer que toda reforma educativa comienza por una reforma del cuidado. Es entender que, sin bienestar docente, no habrá futuro educativo posible.
Epílogo: una pedagogía del cuidado
Quizá la lección más profunda de esta crisis sea que el bienestar docente se contagia. Cuando un maestro se siente escuchado, valorado y acompañado, transmite a sus estudiantes una forma de estar en el mundo basada en la empatía, la cooperación y la confianza.
Esa es la pedagogía del cuidado que América Latina puede ofrecer al mundo: una educación nacida de la adversidad, que no renuncia a la esperanza; una pedagogía que recuerda que enseñar no es solo transmitir conocimiento, sino sostener y renovar la esperanza en la humanidad.

