“¡Sin planeta, no hay futuro!”, “¡Ni un grado más, ni una especie menos!”, gritan los jóvenes en las manifestaciones contra el cambio climático, el agotamiento de los recursos y el deterioro de las condiciones de vida en la Tierra. Su futuro y el del planeta que heredarán está en juego. Es necesario abrir un debate sobre nuestro modelo de vida y empezar a buscar alternativas. Para ello debemos descolonizar y reeducar el imaginario dominante anclado en el desarrollo sin límites. Para aprender a cubrir las necesidades propias y comunitarias de la sociedad sin comprometer la expansión de la vida.
Esta lucha también ha llegado al ámbito educativo. Entre otros, el movimiento Profes por el futuro plantea acciones concretas para poner en práctica los valores de respeto y cuidado del medio ambiente en el día a día escolar, fomentando el contacto con la naturaleza y el entorno próximo, incorporar los principios de sostenibilidad en la gestión de los centros escolares (eficiencia energética, autoconsumo eléctrico con placas solares, economía circular, reutilización de materiales, reciclaje en el aula, disminución de los plásticos, etc.), extendiendo el uso de la bicicleta o las rutas peatonales como elemento de transporte escolar. Este movimiento de profesorado ha tomado impulso a partir del movimiento estudiantil Fridays For Future contra el calentamiento global y el cambio climático que adquirió protagonismo a nivel mundial cuando la joven activista sueca Greta Thunberg empezó a manifestarse frente al Parlamento Sueco.
Sobriedad voluntaria
No nos podemos permitir consumir 2,5 planetas para cubrir nuestros deseos. Sabemos que únicamente la ruptura con el sistema capitalista, con su consumismo y su productivismo, puede evitar la catástrofe. Es imprescindible, por tanto, educar en un modelo social económico acorde con un estilo de vida de “sobriedad voluntaria”. Un estilo que sea universalizable a todo el planeta. No podemos consentir que la Cumbre del Clima de Glasgow 2021 fortalezca la vía del llamado “Capitalismo Verde”.
La conservación del medio ambiente no es posible sin reducir la producción económica que es la responsable de la depredación sin límite de los recursos naturales y la destrucción del medio que genera, y que actualmente está por encima de la capacidad de regeneración natural del planeta. Hay otra manera de hacer las cosas, otra manera de vivir: supeditar el mercado al bien común y al cuidado del planeta, sustituir la competencia por la cooperación, acomodar la economía a la economía de la naturaleza y del sustento de las necesidades básicas. Este enfoque se denomina “decrecimiento”.
El decrecimiento propone reducir el uso excesivo de los recursos y energía (especialmente en los países más ricos del planeta) y reducir simultáneamente la desigualdad. Cuestionar el modelo de desarrollo capitalista, que extrae los recursos para crecer del Sur Global manteniéndole pobre y endeudado. Para ello habría que basar la economía y la vida en principios radicalmente diferentes: relocalización, reutilización, recuperación, cooperación, autoproducción e intercambio, durabilidad, sobriedad, etc. No se trata de vivir todos en la miseria, ni renunciar a las conquistas de la ciencia y la técnica, sino aprender a vivir mejor con menos: menos comida basura, menos estrés, menos pleitesía al consumo.
El decrecimiento es la opción deliberada por un nuevo estilo de vida, individual y colectivo, que ponga en el centro la justicia, el bien común, los valores humanistas y que estos sean las prioridades que nos muevan: las relaciones cercanas, la cooperación, la participación democrática, la solidaridad, la educación crítica, el cultivo de las artes, etc. Implementar la filosofía de la simplicidad, de una vida sobria, para aprender a reducir y limitar deseos, pero también muchas necesidades. Educar, en definitiva, en que “se puede vivir mejor con menos”.
Descolonizar el imaginario dominante
La construcción de esta sociedad del decrecimiento implica todo un trabajo de liberación de las mentalidades y de descolonización del imaginario dominante. El pensamiento dominante ha colonizado nuestro sentido común estableciendo una relación directa entre crecimiento económico (más producción, más consumo) y desarrollo, prosperidad; entendiendo que “más” (un coche más nuevo, más grande, con más cilindrada) es igual a “mejor”. La competitividad se ha convertido en un mantra que se repite sistemáticamente como un dogma de fe para salir de cualquier crisis.
Hemos de poner la vida y su cuidado en el centro. Es imprescindible comprender la esencia ecodependiente e interdependiente de la vida humana. Somos naturaleza y nuestra vida está sujeta inevitablemente a los límites físicos del planeta, a la vez que somos seres necesitados, porque cada persona necesita ser cuidada a lo largo de toda su existencia y sobre todo en algunos momentos del ciclo vital.
Hemos de crear un clima ecoeducativo en los centros, para que todo el alumnado adquiera una conciencia ecológica ético-crítica incorporando para ello la educación ecosocial en el currículo de todos los niveles. Debe ser central, pues lo es en la vida. El Documento de Bases para una nueva política educativa plantea propuestas concretas para avanzar en su aplicación progresiva: Implicar a toda la comunidad en proyectos que fomenten formas alternativas de resolver la alimentación, el transporte o el ocio, que conduzcan a una reducción del consumo: saber sembrar un huerto, reparar objetos, coser ropa, etc. Ecocomedores con cocinas escolares en el colegio y no catering de líneas de frio, utilizando productos locales de temporada, de producción ecológica, desechando productos que promuevan la explotación salarial y evitando el desperdicio alimentario. Desarrollar una educación vinculada al territorio que facilite el acceso a pie y en bicicleta a centros escolares, con una escolarización de proximidad. Construir y adaptar los centros educativos con criterios ecológicos y realizar auditorías ambientales de los centros educativos para evitar derroches en calefacción, iluminación, equipos electrónicos. Abordar los problemas ecológicos más importantes tales como: declive energético, pérdida de biodiversidad, sobre-urbanización, cambio climático, contaminación, crisis alimentaria, así como sus causas y medidas correctoras necesarias. Desarrollar una ética ecológica…
Se trata también de introducir simultáneamente contenidos críticos con nuestra forma de producción y consumo, y experiencias alternativas que muestren que es posible vivir bien con menos, para un “buen vivir” colectivo.
Igualmente se trata de facilitar estrategias y herramientas para que sean capaces de analizar críticamente el entorno que les rodea y el modelo de consumo y crecimiento constante que les ofrece la publicidad, los medios, el cine, la música comercial, la moda, etc.
Y simultáneamente ser ejemplo de ello en la propia dinámica de funcionamiento de los centros educativos. En Castilla y León se inició un proceso en 2021 para que casi sesenta centros educativos públicos comenzaran la renaturalización de sus patios escolares como parte de la respuesta al cambio climático. Plantando diferentes especies de plantas y eliminando pavimentos. Pero también con la incorporación de programas activos de educación ambiental y para la sostenibilidad de cara a minimizar los efectos del cambio climático, y de utilización educativa periódica del espacio exterior o el entorno cercano.
Mientras perviva el modo de producción capitalista, cuya finalidad no es procurar la satisfacción de necesidades que mejoran nuestra calidad de vida, la de nuestras comunidades y la vida en el planeta, sino que es reproducir y acrecentar sociedades de consumo, existirá un conflicto manifiesto entre la destrucción de la naturaleza para obtener beneficios y su conservación para poder sobrevivir. Por lo que debemos reorientar los sistemas educativos desde infantil a la universidad desde un enfoque decrecentista por justicia social y climática. Es urgente y crucial. No podemos dilatarlo más.