Más allá de las visitas escolares tradicionales, los museos son un mundo de oportunidades educativas a menudo desperdiciadas por el sistema educativo. Así lo ve Pedro Viladot, uno de los docentes catalanes que más sabe de museología. Después de hacer de maestro durante años, concluyó su carrera profesional como jefe de Educación del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona (Museo Blau), el primero de toda Cataluña que cuenta con un Consejo de Niños. Viladot, que recientemente se ha doctorado con una tesis sobre las expectativas del profesorado en las visitas a los museos de ciencia, reivindica más proyectos conjuntos entre estos espacios y los centros escolares. Es también uno de los autores de Somos educación. Enseñar y aprender en los museos y centros de ciencia.
Da la sensación de que la escuela no aprovecha suficientemente las posibilidades de los museos.
En parte. Observa que los museos están llenos cada día de visitas escolares y actividad educativa. Otra cosa es entender que así un museo cubre su función educativa. Si medimos el éxito de los museos por la cantidad de alumnos que van, ya podríamos acabar aquí la entrevista. Este es el error que cometen muchos.
¿No es esta una buena evaluación?
No. Como mucho pueden pensar que cubren las expectativas de los visitantes, pero es que esto un museo lo tiene relativamente fácil, porque quienes van siempre se sorprenden. El vínculo que generan las personas cuando entran a los museos, tanto los de arte como los de ciencias, es muy emocional. Entrar y ver vitrinas llenas de animales naturalizados es fantástico, pero tenemos que conseguir que la experiencia de los visitantes vaya mucho más allá de que hagan ‘!Oh!’ a cada paso y se vayan contentos.
Esto ya es más complicado… ¿Qué propone?
Lo primero que tenemos que hacer es romper con la satisfacción como único elemento de valoración de la estancia en el museo. No basta con la encuesta final de una visita. Lo que debemos analizar es el proceso educativo que se da, tanto en el caso de los escolares como en los que no lo son. O se generan cambios cognitivos o no hay proceso educativo. Para hacer esto, de entrada, tenemos que intentar que las actividades sean lo suficientemente largas, al menos de una mañana entera. No puede ser que haya visitas de una hora en que los niños entran y salen y no sabes ni quiénes son. Y más tiempo debe significar también una actividad más relajada. No puede ser que la actividad consista en ir rápido arriba y abajo supuestamente para aprovechar el tiempo. Debemos hacer compatibles las actividades dinámicas con las más profundas.
¿En qué tipo de actividades piensa?
Sea el museo que sea, debemos tener claro que lo que se muestra son objetos que tienen un valor per se importantísimo: son reales. El cuadro es de Picasso y el ánfora es griega. El vínculo emocional que esto puede generar es en el que se basa todo lo que pasa en el museo. Detrás de todas estas piezas hay un relato, y lo que tenemos que hacer es vincularlo al relato de la persona que lo está observando; en este caso, a la cultura de los niños. Por ejemplo, en el Museo Blau para trabajar la clasificación de los seres vivos propusimos un juego de colección de cromos de Panini. Así nadie quedaba fuera de este relato y, mientras tanto, trabajábamos el coleccionismo y la clasificación.
¿Cuál sería una relación ideal entre escuelas y museos?
Una de ellas sería que hicieran proyectos conjuntos a largo plazo, no sólo de un día. En algunos ya pasa, como el Museo Blay, el MNAC, el Picasso… Estos proyectos conjuntos, además, consiguen vincular mucho el museo, que no debe ser un elemento aislado, en el territorio. Lo que se podría hacer es trabajar con los docentes de las escuelas para poder desarrollar elementos del currículo de forma conjunta. Ahora que hablamos de currículos más competenciales, los museos encajan muy dentro de este marco.
Para hacer este trabajo conjunto hay flexibilidad y organización, tanto en las escuelas como en los propios museos. ¿A ambos les compensa?
En las escuelas es evidente. A los museos parece que en términos de número de visitas, tal vez no. Por lo tanto, si la evaluación es cuantitativa, no les compensa, por lo que muchos directores de museo ni se lo plantean. También ocurre que en este país muchos museos no tienen servicios educativos propios bien dotados que puedan desarrollar proyectos de calidad, la mayoría los tienen externalizados y al precio más bajo posible. Si me preguntas, soy pesimista: no veo voluntad de resolver esto ni desde los propietarios de los museos privados ni desde la Administración. Ahora bien, aun así se puede hacer mucho, y en la base se están moviendo cosas para conseguir profesionalizar los equipos educativos.
De hecho, cada vez hay más colaboración, ¿no?
Sí, porque la gente tiene ganas. Y para que las alianzas promovidas hasta ahora, como por ejemplo los proyectos Magnet, han hecho que se abran puertas de escuelas y museos.
¿En qué sale beneficiado un museo de este trabajo conjunto?
En primer lugar, el museo tiene contacto con un espacio con unos conocimientos específicos sobre educación muy potentes, como es una escuela. El solo hecho de estar en contacto con maestros es un beneficio. También la escuela permite al museo arraigar en el territorio.
En el Museo Blau fuisteis pioneros a la hora de instaurar un Consejo de Niños con el asesoramiento del pedagogo Francesco Tonucci, que ya había creado un al Parque de las Ciencias de Granada. ¿Cómo es que lo hicisteis?
Porque el niño es un ciudadano que tiene derechos. Pensamos en él como un protoadulto, y por tanto debemos protegerlo, cuidar, reñir, educar… Pero nunca escuchar. Y desde las instituciones no se hace, empezando por la escuela. Lo que hicimos fue cumplir con el artículo 12 de la Convención de los Derechos del Niño, que dice que se les debe escuchar. A partir de aquí, estuvimos dos años pensando antes de ponerlo en marcha. Debe quedar claro que, como dice Tonucci, no es un órgano de participación democrática, no es un simulacro de Parlamento, porque los niños y niñas de 10 a 12 años no tienen criterio para tomar según qué decisiones. Pero es evidente que se les debe escuchar. Si rechazamos sus propuestas, se lo tenemos que decir y argumentar, y si las aceptamos, debemos calendarizar y presupuestar.
¿Qué propuestas le han hecho que no hubieran pensado?
Colocar más sillas y mejor ubicadas para que la gente mayor pueda descansar. Esto nos lo dijeron después de ir con sus abuelos. O en Granada poner una fuente para beber agua. Pueden parecer propuestas banales, pero son importantes si queremos que la visita sea de calidad. Incluso pueden hacer propuestas de exposiciones, como ya se ha hecho en Granada.
Los niños y niñas van a museos porque los lleva la escuela. ¿Las familias con hijos también van tan a menudo?
A los de ciencias sí, los de arte no. El otro día, en Madrid, fui con mis nietas en el museo Thyssen y el de Ciencias Naturales. Fuimos como familia. Pues bien, el Thyssen estaba lleno de adultos. El otro, lleno de familias con niños. Aquí se notan las dos museologías de origen. Los museos de arte nacieron para preservar para las élites varios cuadros y esculturas, mientras que los de ciencias nacieron para divulgar. Con excepciones, un adulto no irá solo a un museo de ciencias naturales, y una familia no se plantea ir a un de pintura. Esto cambiará el día que los museos presenten sus exposiciones de otro modo. Mientras tanto, seguiremos saliendo del Thyssen con una empanada mental de 450 cuadros vistos y del de ciencias con demasiados conceptos inasumibles en una visita.
Precisamente en el Thyssen hicieron hace un año un curso que se titulaba: El futuro de los museos es la educación. ¿Comparte esta aseveración?
No. Diría que un museo debe proveer experiencias vivenciales acompañadas de procesos que hagan que algo cambie, que salgas de allí habiendo aprovechado la visita más allá del efecto sorpresa. Y a esto le podemos decir educación. Pero el futuro de los museos también debe ser la conservación y documentación. Y la investigación en museología y museografía.