La tarde del 17 de agosto, en medio de la confusión acerca de lo ocurrido en La Rambla de Barcelona, los Mossos d’Esquadra, la Policía Nacional y la Guardia Civil lanzaban un mensaje a la ciudadanía, pidiéndole que no publicara fotos ni vídeos ni compartiera imágenes en redes sociales del suceso. Lo hacían “por respeto a las víctimas y a sus familias”. En ese momento muchas familias, en pleno periodo vacacional y con sus hijos merodeando alrededor, tenían un dilema en segundo plano. Mientras trataban de asimilar lo que estaban viendo se preguntaban si era adecuado exponer a esa información a los niños más pequeños o si era preferible una especie de apagón informativo, si “m que se enteren en casa”, si serían capaces de encajar ese sinsentido…
Ya han pasado casi tres semanas del último atentado terrorista en nuestro país, en el que murieron 16 personas en Barcelona y Cambrils. En este tiempo esos mismos niños han generado su propio relato acerca de las imágenes que han podido ver, han presenciado conversaciones que no han entendido, han hecho preguntas que han pillado desprevenidos a los adultos… A algunos, además, les ha empezado a costar dormir, han sufrido pesadillas o han terminado en la cama de sus padres.
La gestión de este tipo de situaciones, el modo de afrontarlas, no es una cuestión menor. En nuestro país existen instituciones especializadas, como la Unidad de Trauma, Crisis y Conflictos de Barcelona, y fundaciones como ANAR cuentan con una serie de pautas. También el Colegio de Psicólogos de Madrid cuenta con un grupo específico de trabajo a raíz del 11-M, en la línea de los que existen en los servicios de Emergencias o La Cruz Roja.
Cercanía, serenidad, seguridad
Ya sea en el mismo momento o en los días venideros, los expertos coinciden en una serie de recomendaciones en caso de atentado terrorista pero también en otro tipo de muertes violentas o suicidios en el entorno. Entienden que, a la hora de informar, la labor ha de recaer en las personas más cercanas para que se establezca un marco de complicidad que ayude a que todo se gestione de forma más sencilla. Así lo expone el psicólogo educativo José Antonio Luengo, especialista en atención en situaciones de emergencia.
Cuando los padres hablen acerca de cualquier noticia negativa con sus hijos han de hacerlo buscando la máxima empatía: “El tono de voz ha de ser tranquilo, para poder transmitir la seguridad necesaria pese al acontecimiento. Si la seguridad es una necesidad básica de todo ser humano, lo es especialmente en la infancia”, remarca Diana Díaz, directora del teléfono ANAR.
¿Se ha de contar siempre? Depende sobre todo de la edad. “Por debajo de los seis, siete años, si el niño no pregunta no debemos sentirlo como una necesidad, salvo que estemos viendo las noticias, esté a nuestro lado y, aunque sea con el rostro, nos transmita que requiere algún tipo de información”, expone Luengo.
Hasta hace algún tiempo se consideraban los 10 años como la edad a partir de la cual los niños pueden asimilar lo que ven en las noticias. “Esto ha cambiado, las edades van bajando y a partir de los ocho son más conscientes de la realidad social, pero es recomendable que vean las noticias con adultos, que los padres filtren y traduzcan esa información para que los pequeños puedan encajarla sin angustiarse, sin que derive en pesadillas, somatización, preocupaciones extremas…”, apunta Claudia Xibixell, psicóloga y orientadora del British Council School. Xibixell apuesta por hablar de lo que le preocupa al niño, qué ha pensado, qué quiere saber… “bajando al nivel de comprensión del menor y aportándole información muy concreta, sin entrar en demasiados detalles, y que sea verdad”.
Por debajo de estas edades, incluso en 4 o 5 años, tampoco se debe subestimar su capacidad de recepción si han tenido acceso a las imágenes. “Depende de las características psicológicas del niño o la niña. Aunque estemos convencidos de que no se ha dado cuenta, pues hemos cambiado de canal o apagado rápidamente, eso se ha podido registrar, generando algún tipo de relato. Por eso es importante que, sin hacer un interrogatorio, descubramos qué ha sentido, comprendido, que saquemos la conversación, que descubramos si tiene alguna pregunta que no se ha atrevido a hacer…”, prosigue Luengo.
No solo la edad
El psicólogo enumera, junto con la edad y las características personales, cinco factores más que nos deben guiar en el modo de actuar y el mensaje que debemos transmitir: la cercanía con el acontecimiento, el entorno familiar (si es hijo único o hay varios hijos), el grado de apego, la exposición que ha habido a la información y si el suceso se produce en periodo escolar o vacacional. Para Luengo, siendo los tres primeros los fundamentales, en el caso de los atentados en Cataluña ha influido también el último, “al depositar la responsabilidad en exclusiva en los padres, pues los niños no lo iban a tratar con su clase, con su tutor, al día siguiente”.
Respecto a la edad, existen excepciones: niños que preguntan ya con cuatro años, pero la regla general es que a partir de los ocho años no contar nada no es una opción. “Desde estas edades comienzan a usar la lógica para llegar a conclusiones y tienen que conocer lo que pasa, pues de un modo u otro van a tener contacto con la noticia en un entorno distinto al de casa y, si no se han generado un cierto criterio se van a sentir en una situación incómoda y de indefensión que generará más miedo y angustia”, constata Luengo.
También las características personales (capacidad de escucha, empática, interés, fortaleza…) han de tomarse con cautela: “La vulnerabilidad es muy traicionera, y nos encontramos con niños aparentemente muy fuertes en situaciones de la vida cotidiana que ante sucesos explosivos se desmadejan, se desarman”.
Escuchar, traducir y no mentir
Una de las premisas que comparten todos los expertos consultados es que se debe dejar que el niño hable primero, escuchar lo que quiera preguntar, lo que quiera decir, sus miedos, sus preocupaciones. Lo remarca José Luis Martorell, del Servicio de Psicología Aplicada de la UNED, “Es la base de toda la psicología, primero dejar expresar”. Esta expresión, que incluye los sentimientos, se puede facilitar no solo con conversaciones, sino con dibujos, relatos, cuentos…
“Es importante situarnos a su nivel. Del mismo modo que físicamente es positivo hablarles a su misma altura, en estos casos debemos emplear su mismo idioma, recurriendo, sobre todo con los más pequeños, a palabras simples, aclarando que estamos ante algo que no está bien, pero que no es algo normal, que no pasa a menudo”, analiza Sofía Gigliani, psicóloga y orientadora del colegio SEK-Ciudalcampo. Hablando descubriremos qué información manejan… “Es clave para enfocar directamente los comentarios, las respuestas, porque muchas veces no es necesario aportar datos que tan solo les van a confundir, y les basta con saber que ellos están bien y sus seres queridos también lo están”.
Sin ocultar, conviene dosificar la información (evitando siempre las imágenes repetitivas o demasiado dramáticas, y cuidando su procedencia), y siempre sin mentir. Inevitablemente surgirán los ¿»Nunca más va a pasar?» o el «¿Me puede pasar a mí?». Decir que no va a volver a ocurrir no es una buena idea. Ante la incertidumbre, Gigliani apuesta por una suerte de empoderamiento, por transmitir a los niños lo que ellos pueden hacer, cómo ellos pueden cuidar de sí mismos, protegerse (por ejemplo, uso del cinturón, del casco, llamadas al 112 o a los padres si hay algún problema), por resaltar que, además de ellos y de su familia, otras personas (policía, bomberos…) velan por su seguridad. También ayuda el dejarles compartir los sentimientos. “Puede que los niños estén más nerviosos, lloren sin saber por qué, tengan pesadillas, se hagan pis en la cama, que de repente les asusten las multitudes o que sus padres se vayan… Debemos dejarles expresar ese miedo, esa angustia, esa ansiedad, hacerles ver que es válido lo que sienten, estando a su lado y recurriendo a ayuda externa si se prolonga en el tiempo. En ocasiones el niño está intentando decir algo y la familia lo ignora, creyendo que si no se habla del tema mejorará, y es un error”, asegura Gigliani.
Según María Ramos, psicóloga infantil en EnPositivoSí, debemos estar preparados para “dar siempre la misma respuesta, pues muchas veces, para poder entender lo que ha ocurrido, los niños necesitan hacer varias veces la misma pregunta, lo que les da esa seguridad necesaria”. Para Ramos, es importante insistir en este relato adaptado a su edad, acompañándolo de un mensaje de confianza, de que la vida sigue, de que somos capaces de superar las adversidades y de salir adelante. Sin esto, los niños pueden generar sus propias explicaciones de lo que pasa, que pueden resultar dañinas y desembocar en un trastorno de estrés postraumático (estado de alerta e hiperexcitación, irritabilidad, insomnio, falta de concentración, flashbacks, tristeza, cambios de humor, sensación de inseguridad, dolores de tripa o de cabeza…). Si estos síntomas persisten más de un mes, aconseja, se debe pensar en acudir a un especialista. Dos años después del 11-S una investigación de la Academia de Medicina de Nueva York relató hasta un 18% de niños en la ciudad con este tipo de estrés, cuya probabilidad es mayor cuanto más invasiva es la exposición al proceso.
¿No tenemos miedo?
Los expertos recomiendan hacer un seguimiento según va pasando el tiempo, “evitando frases muy habituales y que no ayudan, como el ‘No tienes que llorar’, el ‘Tienes que ser fuerte…'», señala Luengo, “En estos casos está bien que seas débil, que pidas el acogimiento afectivo y emocional de los otros sin sentir que estamos defraudándoles”, continúa. El bálsamo puede ser un mensaje acerca de cómo se puede construir también desde la tragedia, o un buen abrazo.
También Ramos advierte de que “no se puede vivir sin miedo, pues es la manera de regular nuestra exposición al peligro, pero sí evitar que se transforme en pánico, en miedo sin control, en angustia intensa o sensación de indefensión”. La pedagoga Anna Ramis se revuelve igualmente contra el “no tenemos miedo”. “El miedo no es ni bueno ni malo, es. Es un sentimiento que nos informa de que algo nos amenaza y nos produce inseguridad. Ser valiente no es ser temerario, es saber gestionar bien ese miedo para salir adelante, evitando que nos paralice”. Para ella es importante llegar, en la conversación con los hijos, a desentrañar qué produce ese miedo en realidad… “Quizá es miedo a que nos maten, a que maten a papá y a mamá… ante lo que conviene insistir en la idea de la excepcionalidad y evitar hablar desde el susto”.
Sin llegar al estrés postraumático, muchas de las reacciones del menor en los días que sigan al suceso pueden deberse al impacto que les ha producido, y estas pueden ir desde el bloqueo hasta la violencia. Diana Díaz, del teléfono ANAR, reclama serenidad para afrontarlas: “Corresponde a los adultos estar atentos a cómo lo han procesado y si algún aspecto sigue rondándoles en la cabeza, si necesitan hablar del tema, es interesante retomarlo desde la serenidad”.
Para Díaz, en las respuestas que aportemos también cabe el “No lo sé”, el “No te puedo explicar”. Es algo normal, humano, como hablar de las emociones, por lo tanto no debemos sentir que les estamos fallando, tan solo les estamos trasladando que nosotros como padres no siempre tenemos todas las respuestas.
Serán días en que los niños, en función de su edad, se acerquen a la idea de no omnipotencia del ser humano, y es bueno aprovechar, según Díaz, para transmitir valores como el de solidaridad, mostrando cómo podemos ayudar estando unidos en la adversidad, o el respeto a la diversidad. “Se trata de que este proceso de crecimiento sea positivo, pero sin acelerarlo, llegando solo hasta donde los niños sean capaces de procesar”.
Coincide Martorell en que un factor importantísimo es la propia reacción de los progenitores, si están desbordados o si han sido capaces de digerirlo, y más cuanto más pequeño es el niño. “El mundo es inseguro, pero no ganamos nada con anticipar esa idea a niños que no la van a poder manejar”, señala Martorell, “Ellos no pueden evaluar la improbabilidad” ni podemos ponerles en la tesitura si “más vale vivir libre”.
En función de la edad, para Luengo, un acontecimiento de estas características supone una oportunidad para reflexionar sobre los valores y las maneras de interpretar la vida que estamos transmitiendo, valores como la empatía, compromiso, compasión, bondad o el respeto a los otros, en primer término, que además nos servirán, en segundo, para afrontar los malos momentos, las dificultades.
“Crecer tiene un lado maravilloso, pero también lleva aparejada una pérdida secuencial de la inocencia”, señala el experto, que, más que por el fomento del concepto de resiliencia como resistencia ante los estímulos agresivos, aboga por la idea del afrontamiento: “Va más allá, que no es solo resistir, saber recibir bien el golpe, sino ser proactivos, aun con todo el dolor, con toda la tristeza y con todas las dificultades, levantarse sabiendo que no todo es positivo en la vida ni que siempre debemos tener una mirada positiva de todo”.