«Estamos un poco nerviosos. Con la expectativa de ver cómo irá esto de empezar el cole de los grandes «. Lorena lleva su hijo de la mano, Marco, que este martes comienza P-3, y con la otra mano lleva el cochecito donde va el hermanito pequeño, Eric. Su pareja, Alberto, sostiene el paraguas. La lluvia no borra las sonrisas de las familias que esperan detrás de la valla de la Escuela 30 Passos, en el barrio de La Sagrera de Barcelona, que empiece la aventura del primer día de escuela.
En una de las aulas de Infantil los espera la maestra, Sonia Rabasco. «Hola, bienvenidos todos. Madres y padres, pueden sentarse en el suelo y en las sillas. Allí donde quieran». Marco encuentra rápidamente un rincón donde jugar con un rompecabezas de animales que hay en uno de los estantes, acompañado de su madre. Interactúa con una niña llamada Valentina, que se añade al juego. Pasan los minutos y nadie se va. No hay prisa. Las familias podrán estar en el aula todo el tiempo que necesiten durante las primeras cuatro o cinco semanas de curso.
La llegada de los alumnos de P-3 en las escuelas el primer día de clase es uno de los procesos que se prepara con más cuidado cuando arranca el nuevo curso. Para muchos niños y niñas, representa el primer contacto con el mundo escolar y la primera vez que se separan de sus familias. Los centros tienen protocolos de acogida donde se contemplan las necesidades de las familias y de los alumnos y se tienen en cuenta todos aquellos elementos que facilitan la adaptación al nuevo entorno. Cada escuela escoge la fórmula más adecuada para su centro, y muchos de ellos deciden que las madres y padres puedan pasar un rato en el aula con sus hijos.
En el caso de la Escuela 30 Passos, un centro público de nueva creación nacido el curso pasado, la propuesta es muy flexible. Se ha optado por no presionar a nadie para irse de la escuela hasta no sentirse plenamente preparado para hacerlo. Y esta falta de presión es lo que precisamente hace que la adaptación sea más fácil, según reflexiona Marta Utset, directora del centro: «La mayoría de familias ya dejan de entrar en el aula en la segunda semana. Como se encuentran más relajadas y no se sienten obligadas a dejar de venir antes de tiempo, se genera un clima de comodidad y confianza que el niño percibe «.
El experto en primera infancia Vicenç Arnaiz subraya la importancia de que el proceso sea gradual. «La criatura tiene que hacer frente a un tipo de situación que no está prevista en nuestra especie. Se les debe dotar de recursos que espontáneamente no tienen. Separarse de la madre a estas edades antes sólo se hacía en tiempos de guerra «. Se deben buscar situaciones donde el niño pueda tener relación con el nuevo entorno sin abandonar el referente que le da seguridad.
«Si hay angustia, la criatura puede identificarlo como un lugar de riesgo»
El pedagogo también señala cómo es de relevante preparar bien a las familias para la nueva etapa, dando toda la información sobre la escuela y estableciendo vínculos de confianza. «Los padres y madres deben confiar plenamente en aquellas personas que atenderán su hijo. Si hay angustia o malestar, la criatura puede identificar el lugar con una situación de riesgo «.
Los protocolos de acogida de los centros contemplan habitualmente varias reuniones informativas previas al inicio de curso para que tanto la familia como el niño conozcan las instalaciones y el funcionamiento de la escuela. Una de las reuniones se organiza antes del verano. En ese momento los niños tienen un primer contacto con el nuevo entorno. Durante los meses de vacaciones, también es bueno que se les pueda ir preparando y generando expectativas sobre qué se encontrarán.
En la Escuela 30 Passos, además, se hace un encuentro con las familias en septiembre, una semana antes del primer día de curso, pero no se trata de una reunión formal. «Se les invita a venir a pasar la tarde y jugar en el patio para que vivan este espacio y lo hagan suyo», describe Utset. También dejan sus cosas: el chupete, la bata para pintar o aquella mantita que necesitan para hacer la siesta, con la intención de que las puedan reconocer cuando vuelvan y les dé seguridad.
«Buscamos que los niños nos incluyan tanto al espacio escolar como las maestras en su sistema emotivo», incide. «Es bueno que vean cómo interactuamos con su madre, su padre, el abuelo, la abuela y otros familiares que puedan venir. Cómo hacemos bromas con ellos y cómo sabemos sus nombres, para que vean que los acompañantes en la escuela somos parte de la red de relación y de cuidado de los niños», completa Utset.
Una salida que no sea brusca
Pasados unos días, llega la hora de partir del aula para las familias. Se intenta que esta salida no sea brusca. Un primer día, la madre puede marchar a tomar un café, durante una hora, y luego volver, para que la maestra vea cómo reacciona el niño en ese tiempo. Si la actitud del niño es positiva, y se encuentra bien, un segundo día la madre puede marchar durante un rato más largo.
Asimismo, Arnaiz recomienda que la madre se despida del niño al marcharse. «Hay que decir adiós, pero no hacer demasiado énfasis. Si está entretenido, que no se alargue esta despedida, pero siempre hacerlo, porque en el caso contrario el niño se puede sentir abandonado», explica Arnaiz. Una vez que la madre se ha ido, una buena técnica para valorar el estado anímico del niño puede ser sacar unas galletas. «Si el niño las come rápidamente, significa que se encuentra cómodo y tranquilo. Si prefiere no comer, hay que ver qué pasa».
En la mayoría de los casos, los alumnos se adaptan a los pocos días. Cuando esto no ocurre, las maestras deben hablar con las familias e intentar encontrar la causa, teniendo siempre en cuenta las particularidades de cada niño y familia. En general, las soluciones siempre llegan cuando se refuerzan los vínculos afectivos.
«Cuando hay problemas, a menudo no hay culpables. No es porque se haya hecho mal, es porque aún no sabemos hacerlo mejor. Hay variables que no entendemos cómo funcionan o la comunidad todavía no sabe lo suficiente», asegura el pedagogo, y concluye: «Hace 40 años las problemáticas eran de privación cognitiva o cultural. Ahora, el 90% de las problemáticas en la escuela tienen que ver con el ámbito afectivo. El reto de la buena escuela es la calidad afectiva. Si hay calidad afectiva, todo funciona».