Miércoles, 20 de junio. El calor aprieta subiendo la calle Montseny en Puente de Vallecas, donde algunas vecinas salen con los niños a “la fresca”, provistas de una jarra de agua bien fría. En el número 35, en el centro Social La Villana, acaba de finalizar la sesión PAH escucha, en la que distintos miembros de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de Vallecas reciben apoyo emocional por parte del grupo. Pasan de las 18.30 y empiezan las dudas más jurídicas, con el asesoramiento por parte de abogados.
Los miércoles son días de asamblea de la PAH en La Villana, y también, desde este curso, de apoyo escolar.
Jornada de tarde
Los lunes -de 18.00 a 20.00- y los miércoles -de 18.30 a 20.30-, 44 alumnos -10 de infantil, 22 de primaria y 12 de secundaria- son atendidos por un equipo de unos 15 voluntarios, que les ayudan a resolver sus dudas y a preparar sus tareas, con grupos por áreas (inglés, lengua y literatura y ciencias) en el caso de secundaria.
Entre los voluntarios hay cinco maestros jubilados –sobre todo maestras– pero también docentes interinos, ingenieros, locutores… Y, entre los niños, aunque abundan los hijos de miembros de la PAH, también los hay derivados por Servicios Sociales del Ayuntamiento o de colegios de la zona, como el Ciudad de los Muchachos, de los salesianos, cuando se observa cierto desfase curricular.
En La Villana, una “tienda de ropa” gratis da la bienvenida en la primera planta, donde también si sitúan la despensa solidaria, el bar y la ludoteca, y el tablón de anuncios informa de las actividades culturales o luce consignas por una sanidad universal. Mientras, en la segunda, decorada con pegatinas de “Sí se puede” o “La SAREB estafa”, y traspasada una puerta con una manecilla que se queda en la mano de los profanos, Ángel, ingeniero químico, da clases de castellano a un chico bangladesí de 3º de ESO que lleva ocho meses en Madrid, y al que ha remitido al apoyo escolar su madre, en el grupo de español para personas migrantes que desde hace dos años funciona en La Villana.
En realidad es un día de fiesta, de despedida hasta el curso que viene, por lo que las alumnas que han acudido hoy, como Adriana y Zoe, del grupo de primaria, y Alison y Enka, del de secundaria, están con la cabeza en la merendola de esa tarde. Con ellas, Antonio Muñoz, maestro y trabajador social retirado, les pide que hagan balance del curso. Las mayores quieren estudiar peluquería y estética y las pequeñas, ser profesoras, “como Lorena y Elia”, recuerdan, refiriéndose a dos voluntarias interinas que justo en esos días preparan sus oposiciones. “A mí la escuelita me ha ayudado a resolver las dudas: inglés, física y química, mates, tecnología… Aquí tienes a quien pedir ayuda, y tratas a los profesores de tú a tú”, valora Alison. Enka, que repetía este año 1º de ESO, promocionará a 2º: “En casa somos muchos –tengo tres hermanos mayores y tres pequeños– y no hay sitio para estudiar en silencio, algo que aquí sí… Mi madre empezó a venir cuando yo estaba en 4º de primaria, a la asamblea de la PAH, y ahora también vengo yo”.
La asamblea de la PAH ha transcurrido en este tiempo en el espacio central de la segunda planta, mientras que el grupo de apoyo se ha organizado simultáneamente en dos habitaciones acristaladas que han funcionado como aulas –Antonio muestra el cuadrante con la planificación en función de los voluntarios y los alumnos–. “Antes mi madre estaba más estresada cuando venía a la asamblea. Ahora sabe que yo también aprovecho ese tiempo. El año que viene volveré”, remacha Alison.
Campaña en Goteo
De momento, este curso ha culminado con éxito en la escuelita de La Villana, que ha logrado recaudar 8.780 euros –superando el objetivo de 8.380– a través de una campaña de crowfounding. El dinero servirá para ayudar a pagar el alquiler del local, dotarlo de pizarras, armarios, mesas y sillas, más libros y recursos didácticos y aclimatar la ludoteca (pintarla, poner rodapiés, hacerla más acogedora, dotarla de calefacción y separarla de la taberna).
Iñaki Ortiz, profesor de secundaria; María Reneses, especialista en Pedagogía Terapéutica, y Celia Sobrino, profesora de Universidad, fueron un poco los promotores de la idea, e Iñaki ha sido también el encargado de poner en marcha la campaña. Procedente, como Celia, del Centro Social Seco, reconoce que la idea en realidad siempre estuvo ahí: “La escuelita parte de una necesidad, y llevaba varios cursos intentando llevarse a cabo. Su origen está muy vinculado con la PAH-Vallekas –donde colabora María–, y sus asambleas. Los miércoles se generaba un batiburrillo, con niños de todas las edades que acompañaban a sus madres y padres, en un momento, además, en que las familias están atravesando una situación complicada… Se organizaban como podían, con una ludoteca al lado de la taberna, pero eran las mismas personas que acudían para compartir sus problemas las que se hacían cargo. Celia, María, y yo pensamos en ampliar esta idea, con una escuelita que no solo permitiera un mejor desarrollo de la asamblea, sino que pudiera ofrecer clases de apoyo a esos niños y niñas, en diferentes franjas de edad”.
Equipo voluntario
En junio de 2017 se celebró la primera reunión y el proyecto arrancó en septiembre, con Iñaki, Celia y María como coordinadores (y ejerciendo como profesores además cuando se producía alguna baja). Hoy, su evaluación es positiva. “Al principio, a la vuelta de las vacaciones, se apunta mucha gente como voluntaria, se impone el ‘Voy a hacer un voluntariado’, que es casi como el: ‘Voy a hacer una colección de Espasa Calpe’ de hoy, pero la realidad, el día a día, acaba poniendo las cosas en su sitio. Hoy tenemos un equipo consolidado y heterogéneo, con personas muy vocacionales y profesoras jubiladas que se habían prometido que no volverían a dar clase en su vida…”, bromea.
Desde otros barrios como Carabanchel o Tetuán han acudido a conocer el proyecto, que ha mantenido el grupo de alumnos en torno a los 40 a lo largo de todo el curso. “Hay experiencias similares en otros lugares, pero nos reconocen que cuesta arrancar, lograr esa asistencia más o menos regular… y también nos encontramos con gente que está como nosotros hace dos años, pensando que algo hay que hacer con los niños”.
En este tiempo, no solo se ha acompañado a los más pequeños, con talleres de manualidades a cargo de Mariangela, o se ha ayudado a los más mayores con los deberes, sino que también ha habido tiempo para actividades como una visita a Radio Vallekas, y, de cara al curso que viene, no se descarta alguna excursión.
Para Ángel Martínez, el ingeniero químico que en enero vio en Twitter un anuncio en que se buscaban voluntarios, la experiencia también ha resultado enriquecedora, y repetirá. En agosto se había mudado al barrio y le ha servido para integrarse: “En La Villana me he encontrado con gente que vivía cerca de mí sin yo saberlo hasta ese momento”.
Cada miércoles de 18.30 a 20.30 imparte apoyo en matemáticas, química y física en el grupo de secundaria, en un grupo de siete u ocho chicos y chicas, aunque siempre está ahí para echar una mano, ya sea ayudar con el castellano o instalar un sistema de riego en las plantas del patio.
Como en el caso de Ángel, para Antonio, el maestro y trabajador social jubilado, no es el primer acercamiento al mundo del voluntariado, pero, subraya, esta experiencia es diferente: “Todo es asambleario, lo decidimos todo entre todos una vez al mes, frente a lo que ocurre en otros grupos de apoyo en los que también he estado, como en los de Cruz Roja, o las parroquias de Santa María de Fontarrón o San Carlos Borromeo, donde hay una estructura más jerárquica. Aquí no hay jefes”.
Muñoz comenzó su militancia más activa estando ya jubilado, a partir del 15-M de 2011, y este curso no ha faltado a la escuelita de La Villana ningún lunes ni miércoles. El que viene repetirá. “Creo que tenemos que mejorar un poquito en el apartado de disciplina, y, en el grupo de secundaria, ser menos indulgentes con los móviles”, plantea. “¡Pero si yo no puedo hacer la tarea ni estudiar sin el móvil! ¡Si yo no tengo libros, todos mis libros están aquí, en Aula!”, se rebela Alison. “Es algo que analizaremos el curso que viene”, prosigue Antonio.
La semilla de la escuelita de La Villana como “espacio comunitario de aprendizaje y convivencia en el barrio” está ahí, en un distrito con una tasa de abandono escolar que ronda el 25%, un porcentaje que esta experiencia, en la medida de sus posibilidades, se propone combatir.
Norte y sur
Un porcentaje, además, que se carga de connotaciones si se analiza desde el punto de vista de la equidad educativa. Este ranking lo encabeza, precisamente, Puente de Vallecas junto con otro distrito del sur de la capital, Villaverde. Puente de Vallecas es, además, el distrito con más alumnos cursando ESO, 8.643 (datos del Ayuntamiento, del curso 2015-2016) y el segundo, tras Latina, con más alumnos en FPB, 443. En alumnos en ESO le sigue de cerca Chamartín, en este caso en el norte, con 8.136, pero la brecha es palpable en Bachillerato: 3.425 alumnos en Puente de Vallecas y 5.370 en Chamartín. Sí, hay 1.458 alumnos en FP de Grado Medio en Puente de Vallecas, pero, ¿dónde han ido los 3.770 restantes?
Puente de Vallecas destaca, también, en el ranking de absentismo, con 410 casos el curso 2015-2016, más del doble de los 155 que sumaron Centro, Arganzuela, Retiro, Salamanca, Chamberí y Moncloa, todos en la almendra central de Madrid.
Tener posibilidades de avanzar en la ESO, venciendo las zancadillas de la segregación, la repetición y el abandono es un reflejo de equidad, de que ser de un barrio u otro no es tan importante. Sin embargo, no es lo que muestran los estudios. Una investigación de la Fundació Jaume Bofill alertaba ya en 2015 de que la situación socioeconómica de los alumnos condiciona más los resultados que una década atrás.
Según otro estudio, esta vez de la Fundación ADSIS, los adolescentes entre 12 y 17 años en riesgo de exclusión social lo tienen claramente más complicado. En Desigualdad invisible (2015) se comprobó cómo un 24% más que sus compañeros han suspendido de tres asignaturas para arriba, un 22% más no pueden contar con la ayuda de sus padres con las tareas escolares y un 32% más no encuentra en su casa un lugar tranquilo para esas mismas tareas. Como le pasaba a Enka. Con el agravante de que sobre muchas de esas casas se cierne además la amenaza de un desahucio, o se está en pleno proceso.
Quizá el proyecto de La Escuelita de la Villana parezca solo un gesto, como un gesto son otras escuelas de la PAH, pero el mapa de la desigualdad demuestra que está donde hay que estar. Y que hay que estar.