Un maestro dice a sus alumnos de 4º de Primaria: «Abrid el libro en la página 102, seleccionad cuatro adjetivos y escribid una frase con cada uno de ellos». Alex no ha escuchado la consigna porque estaba jugando con el tapón del bolígrafo, Paula ha escuchado pero no ha entendido lo que se debe hacer con los «adje …» como se llamaban? Enrique lo ha escuchado y lo ha entendido, pero no recuerda en qué página había que buscar, Mía no es capaz de reconocer la cifra «102» y la confunde con «120», Miguel no sabe cómo escribir las palabras que tiene en la cabeza sin hacer faltas de ortografía, y Sara se ha dejado el libro en casa, como cada semana.
Hasta una cuarta parte del alumnado sufre un trastorno del neurodesarrollo que afecta el aprendizaje y / o la conducta. Aunque no hay cifras determinantes, algunos expertos estiman que entre el 4-8% tiene dislexia: trastorno específico del aprendizaje de la lectura, entre el 3,5 y 6,5% tiene discalculia: trastorno del aprendizaje del cálculo y el procesamiento numérico; entre el 3-6% TDAH: trastorno por déficit de atención e hiperactividad; un 7% presenta TEL: trastorno específico del lenguaje, y un 1% TEA: trastorno del espectro del autismo. (Butterworth B, Kova Y: Understanding Neurocognitive Developmental Disorders Can Improve Education for All. Science 2003). Dicho con otras palabras, no hay un aula que no tenga al menos dos alumnos con alguno de estos trastornos.
Los trastornos del aprendizaje suponen una de las primeras causas de fracaso escolar en nuestro entorno. Tienen una base neurobiológica, a menudo con un componente genético, que condiciona el aprendizaje de niños con una inteligencia normal. Estos trastornos son persistentes y evolutivos, duran toda la vida y van atravesando etapas con sus respectivas necesidades. Sin embargo, existen herramientas compensatorias y cuanto antes se detecten y reciban la intervención adecuada, más optimistas podemos ser con el pronóstico. Las primeras manifestaciones clínicas se perciben durante la Etapa Infantil, aunque en la mayoría de casos no se realiza un diagnóstico hasta llegar a la Primaria. Hay un porcentaje menor que llega a la Secundaria sin diagnóstico.
Cada trastorno implica sus propias limitaciones: el lenguaje, la lectura, el razonamiento numérico, la coordinación motriz o las funciones ejecutivas. A estas limitaciones se añaden dificultades transversales: la concentración (debida al sobreesfuerzo) y problemas secundarios como las emociones negativas que se derivan: miedo, frustración, ansiedad, baja autoestima, desmotivación. En conjunto, la situación puede volverse muy adversa para los niños y sus familias. Además, algunos de ellos sufren más de un trastorno al mismo tiempo, lo que se llama «comorbilidad».
¿Por qué cuesta aprender?
Cuando un niño no rinde de acuerdo con su edad y su capacidad cognitiva, nos está indicando que algo pasa y tenemos que actuar lo antes posible. No hay niños sin deseo de aprender, sino niños que no son capaces de demostrar sus habilidades ante las demandas del entorno. El cerebro humano está formado por regiones dedicadas a tareas muy específicas. De esta manera, tenemos más o menos habilidades para determinadas funciones. Un buen dibujante activa con frecuencia las regiones cerebrales asociadas con el espacio, mientras que un deportista activa áreas relacionadas con la coordinación motriz, y un lingüista posiblemente tenga más desarrollado el hemisferio izquierdo. Si trasladamos este concepto en el aula, podemos imaginar que los cerebros de los alumnos activan y conectan unas áreas con otras en función de la tarea requerida. Cuando hay una disfunción en una región específica del cerebro, se produce la dificultad asociada al área afectada. Si esta dificultad es inesperada, persistente y significativa, estamos ante un trastorno.
¿Cómo actuar?
Ante un problema de aprendizaje propongo 3 premisas:
- Actuar rápido.
- Actuar en equipo.
- Actuar con sentido común.
Para conseguir que un profesional actúe teniendo en cuenta estas 3 premisas es necesario tener formación y una buena base de conocimientos. Actuamos cuando entendemos la razón de nuestra acción.
1. Actuar rápido: «Es inmaduro», «ya hablará», «hay que esperar», «es perezoso», son frases que deberíamos eliminar de nuestro vocabulario ante un niño con un posible trastorno de aprendizaje. Afortunadamente contamos con Protocolos Oficiales de detección y actuación que guiarán al profesional del centro educativo a actuar de manera rápida y objetiva. Está demostrado que cuanto antes iniciamos algún tipo de intervención, mejores resultados obtendremos. Esto no quiere decir que haya que poner la etiqueta de «dislexia» a un niño de 5 años! Sin embargo, podemos investigar lo que está pasando, qué es lo que funciona bien y qué no. En tiempos de educación inclusiva, si damos una consigna utilizando diversas modalidades, o enseñamos un tema a través de técnicas multisensoriales, o aumentamos el entrenamiento de determinadas habilidades, estaremos actuando a tiempo. Por otra parte, la plasticidad cerebral hace que los niños cuenten con la posibilidad, en menor o mayor grado, de generar estrategias compensatorias, gracias a esta especialización cerebral-funcional de la que hablamos. De este modo, un niño con un déficit grave en la expresión escrita a causa de una dislexia, es capaz de explicar a la perfección una historia de forma oral. De ahí la importancia de aplicar algunas adecuaciones metodológicas en el aula. Como sabemos que nuestro cerebro no termina de desarrollarse hasta aproximadamente los 30 años, estamos seguros de que a lo largo de toda la escolaridad se puede intervenir para modificar algunos patrones.
2. Actuar en equipo: «la unión hace la fuerza». En el ámbito educativo esta frase no necesita explicación. Trabajar con niños de forma aislada resulta un reto casi imposible. Actuar en equipo consiste en permitir que cada miembro aporte algo. El mismo niño, todos los profesores, los profesionales externos y el personal de la escuela. Hay que saber sacar provecho de las situaciones que se generan en el comedor, el patio o la biblioteca. La familia no es menos protagonista. De allí la importancia de hacer psicoeducación. Los padres deben ser nuestros aliados en el proceso de intervención. Darles información, no culpabilizarlos, dotarlos de herramientas son algunas de las claves de este proceso. Estar frente a un niño es estar ante una historia, con emociones, problemas, habilidades, que cuanto más conozcamos, más posibilidades tendremos para ayudarle.
3. Actuar con sentido común: es uno de los consejos más importantes que he aprendido y lo que deberíamos aplicar cada vez que nos enfrentamos a un problema de este tipo. El sentido común desaparece cuando forzamos a una niña a abandonar el patinaje artístico para invertir más tiempo y esfuerzo a reforzar el inglés, que se le da mal a causa de la dislexia. Resaltar las fortalezas de cada persona es un elemento esencial en el aprendizaje. Vale la pena dedicar el tiempo y el espacio necesarios para disfrutar, y de esta manera alimentar la autoestima y seguridad, tan dañadas en el proceso de «aprender con obstáculos». También se echa de menos el sentido común cuando dejamos sin patio a un niño con TDAH que se distrae y cambia de actividad a menudo distorsionando la dinámica de la clase. Si le permitiéramos 5 minutos de descanso cada 15 minutos de trabajo, manteniendo una actitud positiva, su cerebro tendría este rato para «recargarse» como si fuera un tanque de gasolina, retomaría la actividad como si acabara de empezar, y además estaría motivado gracias a las emociones positivas que se le habrían transmitido (confianza, alegría, empatía, humor).
Sin darnos cuenta, entramos en un territorio compartido entre neurociencias y educación, dos disciplinas que, afortunadamente, se acercan cada vez más. Sólo la combinación de ambas puede afrontar con éxito los problemas de aprendizaje.
En síntesis, la afirmación redundante «cada niño es diferente» tiene mucho valor y debería aplicarse a las aulas si tenemos en cuenta la alta prevalencia de trastornos del neurodesarrollo. Como dice el Dr. David Bueno i Torrens, autor del libro «Neurociencia para educadores», el aprendizaje es un sistema de conexiones entre neuronas, cuanto más conexiones producimos, más se fijan los conceptos y experiencias. Si el aprendizaje es transversal y cubre diversos contextos, estamos creando más conexiones. Paralelamente, es fundamental añadir el ingrediente de las emociones, sorprenderlos, hacerles tomar decisiones, pensar, reír, jugar, para asegurarnos de que estos contenidos se instalarán con firmeza. Recordemos que los alumnos con dificultades siempre podrán compensar sus puntos débiles con sus fortalezas, únicamente si se encuentran a gusto y dejan atrás el miedo al fracaso. En este sentido, si ponemos a Alex cerca del profesor, le damos a Paula consignas cortas y con un vocabulario sencillo, a Enrique un apoyo visual, a Mia le dejamos una recta numérica a mano, o a Miguel no le contamos las faltas y a Sara le revisamos la agenda cada día antes de salir, estaremos haciendo nuestro trabajo con éxito.
Ana Sanguinetti
Neuropsicóloga de Trivium: Instituto de Neurociencia cognitiva aplicada al aprendizaje. Especializada en diagnóstico de dificultades de aprendizaje.
Profesora en el master universitario en Atención a la diversidad y Educación inclusiva de la Universidad Ramón Llull, Blanquerna.
Profesora en el master en universitario en Dificultades de aprendizaje y trastornos del lenguaje de la UOC (Universitat Oberta de Catalunya).