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«Todo niño tiene capacidad de pensamiento crítico, pero para activarlo se necesitan unas condiciones; del mismo modo que un roble no florecerá si la semilla cae sobre el asfalto, el pensamiento crítico no lo hará sin las condiciones de posibilidad adecuadas». Francesc Torralba y Mar Rosàs, respectivamente director y coordinadora de la Cátedra Ethos de la Universidad Ramon Llull, acaban de publicar un informe (en catalán) de un centenar de páginas titulado ¿Somos críticos? Fundamentos para una educación comprometida, por encargo de la Fundación Bofill. El sábado, en el encuentro sobre pensamiento crítico organizado por la fundación en la Nave Bostik, en la Sagrera (Barcelona), Torralba desgranó algunas ideas fuerza de este informe, es decir, lo necesario para educar en el pensamiento crítico, que según el filósofo significa «poner en cuestión incluso aquello que parece obvio».
¿Y cuáles son estas condiciones? Torralba enumeró seis, todas ellas sine qua non, y que en realidad se podrían aplicar también al buen periodismo.
1) Tomar distancia. Una distancia, por supuesto, intelectual, porque «cuando uno no toma distancia fácilmente sucumbe al dogmatismo y el fanatismo». Esta distancia también es válida para las fuentes de información, sobre las que hay que aplicar un «escepticismo metodológico», añadiría más tarde a preguntas de un asistente;
2) Pensar en clave de comunidad. La crítica no puede ser individual, requiere comunidad, dijo Torralba, lo que implica «acostumbrarnos a dar voz a aquellos a los que no se suele dar voz»;
3) Tener la audacia de criticar, lo quiere decir «atreverse a decirle al emperador que va desnudo», un ejercicio mucho más difícil de lo que parece porque, a menudo, caemos «en la cárcel de lo políticamente correcto»;
4) Actuar con humildad, que no es otra cosa que «aceptar que la crítica del otro puede tener más consistencia que la tuya»;
5) No excluir ningún objeto de la crítica. «Eso es lo que haría un profesor dogmático: puedes criticarlo todo menos a mí»; y
6) Evitar quedar atrapados por el principio de autoridad, que es aquello tan típico de citar un sabio como estrategia para cerrar un debate ( «¡Esto ya lo decía Platón!»). Aunque, añadió, hoy, más que un sabio, los adolescentes citarían un influencer. En el fondo es lo mismo, porque «el principio de autoridad es la gran excusa para no pensar más, a lo largo de la historia se ha usado mucho y es un gran mecanismo de censura del pensamiento crítico», advierte Torralba. Como dice el informe, «pensar críticamente es pensar por uno mismo».
«Podemos educar niños en todos estos aspectos, los podemos educar para tomar distancia, o para ser audaces, o encajar la crítica», asegura el director de la Cátedra Ethos de la URLL. La defensa del pensamiento crítico en las aulas se debe hacer de forma proactiva, opina, «por todos los beneficios que aporta», pero también se puede hacer una defensa reactiva, que sería aquella que fundamenta su fuerza en las consecuencias que tiene la ausencia de pensamiento crítico. «Mira lo que pasa en el mundo cuando no hay pensamiento crítico: crece el populismo y la demagogia».
Críticos sí, ‘criticones’ no
A estas seis condiciones después hay que añadir algunos matices y precisiones. Por ejemplo, advierte Torralba, no es lo mismo ser crítico que criticón. «El criticón es aquella crítica reactiva, epidérmica, la que lo critica todo para hacerse notar, el ‘reventador’ adolescente. De eso el mundo está lleno», asegura, mientras que la crítica es «la que se fundamenta en las razones».
Tampoco es lo mismo ser creyente que crédulo. Todos somos creyentes en algo, lo que no podemos es ser crédulos. En general, los alumnos son crédulos, «los puedes engañar con una facilidad extraordinaria por este desequilibrio de saberes» y, por ello, afirma Torralba que «el pensamiento crítico es un poderosísimo antídoto ante la credulidad».
Transversalidad y pautas de actuación
El informe elaborado por Torralba y Rosàs advierte que el pensamiento crítico no es un contenido curricular, sino que es un elemento indispensable para convertir la información que nos llega en conocimiento. Y que tampoco el Departamento de Educación lo considera una competencia, sino una capacidad que hay que trabajar para alcanzar determinadas competencias como «desarrollar habilidades para hacer frente a los cambios y a las dificultades y para alcanzar un bienestar personal», «analizar el entorno con criterios éticos para encontrar soluciones alternativas a los problemas»,«cuestionarse y usar la argumentación para superar prejuicios y consolidar el pensamiento propio» o «aplicar el diálogo como herramienta de entendimiento y participación en las relaciones entre personas». De hecho, los autores defienden que el pensamiento crítico debe tener una presencia transversal en el trabajo de todas las competencias.
El informe también entra, en su parte final, en dar unas pautas para generar pensamiento crítico, sobre las mismas instituciones educativas y sobre lo que hay más allá de ellas. No ofrece recetas mágicas, sino pautas que hay que adaptar a cada contexto, para la organización de grupos de discusión crítica entre la juventud. A grandes rasgos, viene a decir que los grupos funcionarán si hay motivación y compromiso, que en la elección de los componentes es interesante velar para que haya un alto nivel de afinidad, pero con el máximo grado de diversidad, ya que es «es una ocasión para trabajar el respeto a la diferencia»; también anima a hacer que los encuentros tengan una periodicidad estable, elegir un espacio donde todo el mundo se sienta a gusto, o que se respete el criterio del alumnado en la elección del tema. Y, por último, da varios consejos sobre la tarea que debe llevar a cabo el facilitador.
Aparte de la charla de Torralba, la jornada contó con también con una conversación entre Pilar Benejam y Joan Manuel del Pozo, moderada por Boris Mir, quienes coincidieron en señalar, como había hecho también Torralba, que el pensamiento crítico es un pleonasmo porque, si es pensamiento, debe ser crítico. Para Benejam, el pensamiento crítico «siempre ha estado presente en la educación, porque quien no aprende siempre no puede enseñar», mientras que Del Pozo señaló que «el pensamiento crítico es una actitud, y si es una actitud, contagia tanto entre compañeros como a los alumnos».