“No sé porque no quiere venir más gente a esta escuela. Aprendemos mucho, nos lo pasamos bien y los profes nos ayudan”. Así hablaba un grupo de alumnos y alumnas de sexto de una escuela excelente. Expectantes en relación a su futura transición al instituto para cursar la educación secundaria, hablaban de la escuela, que en pocas semanas dejarían, con orgullo y satisfacción. Esos jóvenes interlocutores planteaban con lucidez la realidad de un centro educativo con un alto porcentaje de niños y niñas de familias inmigradas. Para nada un gueto: ni en su quehacer cotidiano, ni en su pedagogía, ni en sus buenos resultados en las pruebas externas, ni en el bienestar de sus miembros. Sí, quizás, en la mirada desde fuera, de personas y familias del entorno, desconocedoras de la calidad de la escuela y desviando la inscripción de sus hijos en hijas hacia otros centros.
Pienso en la interesante conversación con el espabilado grupo de sexto, ahora que tengo entre las manos un dossier especial a todo color de un dominical de un periódico con la publicidad de determinados centros educativos ante las jornadas de puertas abiertas y los períodos de matriculación para el nuevo curso. Abro sus páginas y se suceden una tras otra, las palabras mágicas, totémicas: aprendizaje por proyectos; inteligencias múltiples; educación emocional; inmersión lingüística… en inglés, of course. También valores, excelencia; enseñanza dual; adiestramiento digital, etc. Por supuesto, pedagogías innovadoras, métodos eficaces, programas de prevención del acoso, la creatividad y el talento…
Y claro está, un amplio abanico de propuestas extraescolares, de instalaciones deportivas, de menús diversificados para todo tipo de alergias, de múltiples rutas de autobuses escolares. Porque en la sociedad contemporánea, congestionada, acelerada y pletórica, el foco no se sitúa en la lección (logocentrismo) o en el niño o la niña (paidocentrismo). Ahora manda la logística (logísticocentrismo): dónde aparcamos y dónde los aparacamos, con quién los dejamos, a qué hora los recogeremos. También se anuncian empresas que se publicitan como diseñadoras de uniformidad colegial (uniformes…), marcas de moda, mochilas y todo tipo de complementos que reivindican el derecho a escoger por parte, ya, de la primera infancia.
Junto a la publicidad de los colegios que juegan en la liga del mercado, están las jornadas de puertas abiertas de todo tipo de escuelas, colegios e institutos y también las practican las universidades, en el mundo del casi mercado. Unas puertas abiertas que, afortunadamente, se han ido diversificando. Ya no están en manos sólo de las direcciones de los centros. En muchos casos son las familias o el propio alumnado quienes explican la institución; se realizan actividades, se simulan situaciones de aprendizaje, se proyectan vídeos de año anteriores, se organizan acciones. No se reducen a un monótono parlamento de la dirección o a la mera entrega de una circular con las normas y las sanciones. En fin, hoy en día se insiste en las bondades de la singularización de los centros pero, a la vez, se reclama la necesidad de implementar actuaciones de acompañamiento a la escolaridad por razones de equidad, de poner en marcha procesos de regulación que sirvan para el reequilibrio territorial y para mitigar el fracaso escolar.
Junto a las necesarias actuaciones en política educativa contra la segregación y más allá de eslóganes y palabras mágicas, revivo la conversación con el grupo de sexto y pienso, tal y como lo escribió el pedagogo Joaquim Franch, que muchas veces se considera que las deficiencias de la escuela pueden solucionarse por la vía de añadir nuevas demandas a la institución, en vez de reconsiderar realmente cuáles son las potencialidades que contiene como lugar propicio de encuentro y de trabajo conjunto de niños y niñas con personas adultas.