Es posible que extrañe. Las chicas jóvenes consumen más drogas legales que sus pares varones. Sobre todo alcohol, tabaco e hipnosedantes. Ellos, además de cannabis, son quienes más consumen drogas ilegales como la cocaína. Y esto lleva siendo así, al menos, desde los primeros años 90, que es cuando comenzaron a hacerse estudios estadísticos sobre hábitos de consumo entre la población joven.
El hecho, en sí mismo, d que no se conzca tanto el que ellas consumen más habla, per se, de cómo el género impacta en el qué, el cómo, el cuándo y el con quién se realizan dichos consumos. También en cómo se afronta en relación a madres y padres.
Ellas consumen de forma privada, en general. Son menos visibles que sus compañeros. No solo porque intenten pasar más desapercibidas, sino porque el hecho de que consuman drogas se percibe como una intromisión en el mundo masculina.
Esta es una de las primeras conclusiones del estudio que ha realizado el Centro Reina Sofía sobre adolescentes y juventud, dependiente de la FAD, bajo el título Distintas miradas y actitudes, distintos riesgos. Ellas y ellos frente al consumo de drogas.
Se trata de un estudio cualitativo en el que han realizado varios grupos de discusión con chicas y chicos de entre 15 y 24 años (divididos entre los 16 y 18 y los 21 y 24). También con grupos de madres y padres. El informe pretende ahondar en las motivaciones de las personas jóvenes a la hora de consumir para comprender y dar sentido a los datos cuantitativos que recogen otras instituciones. Entre otras cosas también para poder incidir en los materiales y acciones preventivos que se vienen realizando. Como explicaba Ana Sanmartín, directora del Cento Reina Sofía, servirá para, por ejemplo, pensar en el modo de hacer intervenciones en centros educativos con grupos no mixtos en los que hacer una intervención más ajustada a los usos y los miedos en relación al consumo.
Tanto ellas como ellos entienden que el consumo es algo «natural», normal, pero en determinadas circunstancias. Consumir drogas, sean legales o no, es algo que «puede» hacerse cuando se es joven, para empezar. También circunscrito a un tiempo y circunstancias muy concreta: las noches de los fines de semana. Todo lo que no sea eso, se relaciona con, al menos, estar cerca de la adicción.
Estas percepciones, explica Ana Sanmartín, no han variado nada en décadas. Y no son solo idea que tienen chicas y chicos. Sus progenitores están en el mismo punto.
A esto se suma, o ayuda, el hecho de que tanto padres como madres no tienen una actitud proactiva en la prevención de los consumos por parte de sus hijos. Es decir, más allá de insistir en la importancia de que chicas y chicos puedan resistirse a la presión de grupo a la hora de acercarse a las drogas, no hay mucho más.»Existe un pacto implícito para no hablar de estos temas», dice Sanmartín. A esto se suma, como dice la experta, la actitud de otras familias que de hecho ayudan en la iniciación en los consumos, algo que sucede con el alcohol. Bajo esa lógica de que «prefiero que aprenda en casa». Hay una cierta sensación de determinismo según la cual consumir es algo que va a ocurrir sí o sí. Como desmuestran, insistentemente los datos estadísticos.
Las familias
Pero hay que ser justos con las familias. A pesar de que si los hijos llegan borrachos a casa «prefieren mirar para otro lado», como explica Ana Sanmartín, es cierto, como recoge el informe, «entre los y las jóvenes se sobreentiende que temas como el consumo de drogas es mejor abordarlos fuera de la familia».
Entre otras cosas porque, tanto jóvenes como progenitores, se colocan en una posición clara: los segundos no tienen información ni formación sobre los consumos hoy día, los riesgos.
Admite el informe que esta situación «beneficia» a chicas y chicos, que no tendrán que enfrentarse a las conversaciones con sus familias. Aprovechan la posición de «debilidad» por esta falta de información. Y, de producirse las conversaciones, siempre lo hacen, desde el punto de vista de madres y padres, alrededor de que las drogas son malas, que no hay más que riesgos y que deben evitarlas.
«Desde padres y madres -dice el informe- se asume abanderar ese tipo de mensajes, y se hace desde el convencimiento de que es lo que deben decir». A excepción, explican, del alcohol, cuyo consumo está perfectamente normalizado y, por tanto, limitarse al «no consumas» es inviable. «Por ello las conversaciones sobre su consumo son
mucho más naturales en el seno de la familia, mientras se pasa de puntillas o en silencio por el resto de sustancias».
el estudio también pone el foco en cómo entre progenitories los roels de género están muy marcados. Mientras las madres se muestran más comprensivas, los padres son las figuras autoritarias en relación a los consumos.
Un mundo de chicos
Como se explicaba con anterioridad, las chicas parecen estar en el mundo del consumo de drogas como «polizonas», como si no tuvieran derecho o estuvieran usurpando el papel de sus pares varones. Se entiende que ellas consumen por imitación de lo que hacen ellos.
Se las ve más vulnerables, como si debieran de ser protegidas por el hecho de ser mujeres. Y, además, se entiende que el consumo afecta, en ellas, a su propia identidad. Mientras que de los chicos que consumen puede decirse que se han puesto epesados en un momento dado, de ellas se da por hecho que si consumen, «no muestra recato, es una mujer fácil que está dispuesta a todo», explica Ana Sanmartín. La experta ecplica, además, que a ellos se les presupone tener más indepenedncia frente a la presión del grupo y más autonomía a la hora de consumir.
Todo ello hace que en ellas haya dos preocupaciones claras, además de, lógicamente, del efecto de dicho consumo. Por un lado, el deterioro de la propia imagen, de ser poco femenina, por ejemplo. Y, junto a esto, hay una mayor culpabilización hacia las que toman droga y una responsabilización de todo aquello que les pase cuando consumen.
Explica Ana Sanmartín que esto tiene relación directa con los miedos a los que se enfrentan tanto chicos como chicas en relación al consumo. Mientras ellos se preocupan por la posibilidad de meterse en una pelea o de que les roben, por ejemplo, los miedos de ellas están relacionados con sufrir agresiones o abusos sexuales. Una forma de reflejo de los roles de género: a ellos se les atribuye la necesidad de tener comportamientos de riesgo o a demostrar fortaleza, mientras que de ellas se espera que sean más pasivas o limitarse a ser objeto del deseo «incontrolable» de ellos.
«Vemos un espejismo de igualdad», decía Sanmartin, en los consumos. Hay un consimo homogéneo «pero con enormes diferencias en relación al género». Mientras sobre ellos pesa una mirada simplificadora de los consumos, sobre ellas lo hace la sanción. «El papel de las familias no contribuye a cuestonar esta diferenciación por género», explica la experta, principalmente porque tanto las madres como los padres participan de esta socialización de género y la consolidan.
Riesgos, los que corren las mujeres, muy relacionados con el hecho e que son muy reales. Explicaba Sanmartín la existencia de estudios en los que más de la mitad de las participantes aseguraban haber sufrido algún tipo de agresión o violencia sexual durante sus salidas. «Las mujeres son conscientes, decía, de que están sometidas a determinadas circunstancias. Hay una cierta justificación, pero es llamativo lo normalizado que está esto».
Curiosamente (o no tanto), tanto chicas y chicos, al hablar de las consecuencias de los consumos , se refieren principalmente a lo relacionado consu imagen social o con los peligros a los que pueden enfrentarse (agresión sexual, peleas…), mientras que los derivados del consumo en sí mismo quedan fuera. «A no ser que haya un problema concreto, cercano, como un coma etílico», explica Ana Sanmartín, por lo general, chicas y chicos tienen la percepción de «yo controlo», de que las cosas siempre les pasarán a «otros». Algo que pasa, dice, también en las famiilias. Eso sí, explica, esta percepción también ocurre entre los y las adultas