El fenómeno de la violencia producto de la lucha entre Gobierno y narcotráfico azota México desde hace dos sexenios. Ni la derecha que emprendió la batalla, ni el histórico Partido Revolucionario Institucional fueron capaces de contender con resultados satisfactorios; hoy, la mixtura ideológica que preside el país empieza el nuevo gobierno con cuentas que, de conservarse como tendencias, auguran otro sexenio teñido de sangre.
Las muertes de la prolongada batalla suman más que las causadas por las dictaduras que dominaron el Cono Sur en las décadas de 1970 y 1980. El homicidio de periodistas durante 2019 ya empató con los del año previo. Todo eso, más perspectivas económicas inciertas, podrían agudizar el entorno social y político, y penetran los territorios de la escuela con fuerzas inusitadas.
Frente a un contexto adverso, violento y crispado, un diputado del Congreso de los Diputados en mi Estado, Colima, propuso que la prevención del delito sea obligatoria en las escuelas. La justificación es encomiable; las intenciones, no las dudo. Según las notas periodísticas, se realizaría con “campañas de educación por lo menos una vez al año escolar en cada escuela conforme a los lineamientos expedidos por la autoridad educativa federal”.
Las campañas, se explica, tendrían contenidos preventivos sobre delito y delincuencia desde sexto grado de primaria hasta terminar el bachillerato, cuando los estudiantes están tocando las puertas de la ciudadanía. Busca que los niños tengan información y conciencia para abstenerse de comportamientos que lesionen sus personas y entornos sociales.
La iniciativa del diputado es producto de la búsqueda de alternativas que rozan tangencialmente las causas y eluden el núcleo. La escuela ha sido el chivo expiatorio más perfecto por endeble. Se piensa que las escuelas tienen que resolverlo todo, solas, empezando por sus propios cometidos pedagógicos: lectura, escritura, matemáticas, historia, ciencias, formación ciudadana… Y cuando se dice escuela, se personifica: maestros. Más tareas a los maestros, equivale a más funciones o responsabilidades, más motivos para fustigarlos cuando los problemas sociales que se pretenden atender no se solucionen.
El ciclo de responsabilización en México es groseramente repetitivo: frente al aumento de embarazos adolescentes, se ordenó que la escuela hiciera campañas y educara en planificación familiar; frente a la explosión de casos de VIH, que la escuela lo contenga; cuando la obesidad infantil apabulla, que la escuela elimine la comida chatarra e instruya; ante la destrucción de los recursos naturales o el problema de escasez del agua, por supuesto, la escuela… y ahora, ante la violencia, claro, la escuela. La escuela. La escuela. Siempre la escuela aparece como faro salvador, aunque luego los programas ad hoc no se acompañen de recursos y terminen siendo pretextos para legitimar esfuerzos.
Ante el incremento de las funciones achacadas, la escuela sigue, en general, con un maestro que tiene apoyos insuficientes, con directores que deben gestionar voluntades y tareas, tanto como carencias y dificultades. Con la mitad de las escuelas de educación de enseñanza básica trabajando en grupos multigrado.
La discusión es antigua; los planes y programas de estudio se han vuelto cada vez más pesados, con más materias, más ocurrencias, con abundancia de información que resulta un entramado complejo para que se articule mágicamente en la cabeza de los estudiantes, avasallados por ráfagas de contenidos.
En la tercera semana de agosto volvieron a las aulas más de 30 millones de alumnos, y más de un millón de maestros de enseñanza básica, e inician ciclo escolar con un discurso nuevo denominado: la Nueva Escuela Mexicana. Regresan luego de una capacitación que les dispone nuevas funciones y actitudes, en la incertidumbre de enseñar con dos planes de estudios distintos y que pronto habrán de cambiar, con otras reglas de juego y la gran preocupación, en muchos casos, por la situación laboral y económica que les depara la nueva ley para la carrera docente.
Francesco Tonucci, el extraordinario educador italiano, afirma: “La escuela no puede perder alumnos, si los pierde, los regala a la criminalidad”. Esa es la tarea central de la escuela: que los niños, todos, vayan a la escuela, aprendan con buenos maestros y terminen su ciclo escolar para continuar otras etapas formativas. Lo demás, son chichones producto de garrotazos desesperados, o pretexto para protagonismos anodinos.