Mudrián (Segovia) es un pueblo pequeño. De unos 240 habitantes censados en el que en realidad viven diariamente alrededor de 100. Hasta hace relativamente poco, la comerca en la que se encuentra vivía del pino resinero. Ahora, buena parte de sus habitantes trabajan en una fábrica de tortillas que exporta parte de su producción. Es un lugar tranquilo en donde las personas mayores sacan las sillas a la calle para pasar las horas hablando entre sí.
El pasado fin de semana se dieron cita en él una veintena de representantes de la comunidad educacativa de diferentes puntos de Segovia y Valladolid con el objetivo de hablar de innovación educativa y escuela rural. Se celebraba el VII Foro Chico de la Alobera, organizado por la Asociación Ay Cordera.
Enseñanza personalizada, grupos pequeños, uso del entorno como agente facilitador de los aprendizajes, grupos heterogéneos, aprendizaje cooperativo, aprendizaje servicio, trabajo por proyectos… son algunas de las claves que durante una jornada entera fueron apareciendo.
La escuela rural tiene una gran importancia en lugares como este en donde la preocupación por la despoblación es uno de los problema clave. La España vaciada está de moda últimamente, pero se trata de un problema que ya desde los años 60 se viene dando y al que no parecen dar una respuesta clara las administraciones autonómicas o provinciales. En Mudrián, en sus años buenos, vivían 1.000 personas.
Las dificultades en el medio rural, también para la escuela, están muy presentes. Una de las más importantes es la rotación del personal docente interino. Cada año son muchos los centros rurales los que pierden a buena parte de sus maestras y maestros en un constante volver a empezar de cero cada septiembre. Los proyectos, sean de innovación o no, quedan comprometidos por esta situación.
A esto se suma el hecho de que en la formación inicial no existe una especialidad, como pudiera ser la de educación física, que entienda y atienda a la especificidad de estas poblaciones. Todo el alumnado de las facultades aprende lo mismo, vaya a un centro urbano de decenas y decenas de niñas y niños o a un CRA en el que hay 21 estudiantes entre infantil y primaria.
Qué hacer
«Queremos parecernos a las ciudades; se nos olvida el entorno que tenemos» decía Diego Pérez, un educador con la especialidad de educación física preocupado por la brecha analógica. Para él, la innovación hoy por hoy pasa por dejar a un lado las tecnologías en un momento en el que la infancia las integra desde muy pronto. «La innovación está en la calle, fuera de la escuela».
«El primer paso es apartar la tecnología, contactar con la realidad. Se nos olvida el entorno en el que vivimos». Para este docente es importante parar para reflexionar, «qué estamos haciendo y para qué».
Esta conexión con el entorno cercano es el leit motiv de la jornada, desde vertientes diferentes. Las relaciones, no solo con el entorno natural, sino con la comunidad. Poder salir con el alumnado a las calles del pueblo, ir a la tienda a comprar alguna cosa y trabajar las matemáticas, o la convivencia y las relaciones con la comunidad.
Rocío Gómez y Lucía Arribas, ambas maestras rurales coinciden en estos asuntos. También en otros como el hecho de que la cercanía de la escuela a su comunidad facilita que se conozcan mejor las realidades del alumnado y cómo pueden afectar a su aprendizaje.
También Diego Sobrino habla de la necesidad de abrir el aula. Es profesor de Geografía e Historia en el CEO La Sierra, en Prádena (Segovia) en el que intenta (y consigue) conectar la vida local con lo global. «El rural no es el mundo aislado que nuestros alumnos creen al principio». Con sus alumnos ha trabajado desde la historia local durante la Guerra de Independencia frente a Francia o cómo evitar la despoblación utilizando informes del INE. Hay que «poner al alumno en posición de responsabiliddad, en un papel activo, con una enseñanza práctica».
Sobrino ofreció cinco ingredientes para conseguir una receta exitosa para la educación rural (en realidad para cualquiera): llegar a la calidad educativa con metodologías activas; uso del patrimonio etnográfico del alumno; ser ejemplo de escuela inclusiva; tener un contacto cercano con la comunidad educativa, y la obligación de mejora del entorno.
Para Mercedes Ávila, profesora de la Universidad de Castilla-La Mancha, en la facultad de Educación de Cuenca, hay una realidad clara: la escuela no es prestigiosa y los maestros no quieren ir a ella. Es necesario prestigiarla y para ello propuso crear redes de docentes rurales, también de familias; hay que difundir lo que se hace, también en las universidades, con publicaciones y en foros con «expertos» y agentes de las comunidades; la creación de planes de estudios específicos en la formación inicial docentes, y es necesario que las comunidades autónomas fomenten un plan de educación que actúe sobre los centros educativos pero que también atienda a la no formal, con la mirada puesta en territorios concretos.
Familias
Madres y padres tienen un peso, o deberían, especialmente importante en la escuela rural. Por la cercanía y la facilidad de acceder a maestras y maestros. Pero no siempre comprenden bien qué se está haciendo con sus hijos en la escuela.
Varias representantes de padres y madres hablaron de lo interesante que sería que las administraciones ofrecieran formación a las familias sobre innovación educativa. Quieren participar en la educación más allá de trabajar cuando hay una función o fiesta escolar.
Para algunas madres, la mayor posibilidad de hacer comunidad en pueblos «no está hecha, hay que trabajarla».
Laura Marugán es maestra, también madre de la escuela rural. Y desde hace algunos años, doctora gracias a su tesis La participación de las familias en la escuela rural: una oportunidad para el empoderamiento comunitario.
Para ella la participación en la escuela rural pasa, no por «echar una mano» o por la «explotación de las familias», sino por crear conciencia de escuela. Para ello es importante tener en cuenta que habrá que adaptarse a las diferentes familias, que no es lo mismo una que viva en un pueblo desde siempre que una familia «neorural».
«Hay muchas formas de participar, todas válidas y necesarias». Hay que hacer la escuela «nuestra», decía, para familias y personal docente. Habló de proyectos como el de comunidades de aprendizaje y de cómo en él, madres y padres participan como voluntarios en actividades de la escuela. «La escuela es de todos». Y más cuando «las maestras no damos abasto».