Ann Cook y Avram Barlowe son dos de los fundadores del New York Performance Standards Consortium, un grupo de 39 institutos públicos del Estado de Nueva York que comenzaron a colaborar a comienzos de los años noventa (inicialmente eran 28) y que el en 1995 se constituyeron formalmente en consorcio. Se querían orientar hacia una pedagogía más activa y competencial con la idea de estimular el aprendizaje y potenciar el compromiso (engagement) de sus alumnos, la mayor parte afroamericanos y latinos residentes en barrios deprimidos. La semana pasada estuvieron en Barcelona, invitados por la Fundación Bofill y Escuela Nueva 21, para realizar diversas charlas y talleres. Una de estas fue un coloquio sobre su experiencia con una representación de la comunidad educativa catalana (altos cargos del Departamento y del Consorcio, inspectores, directores de centro, expertos y representantes asociativos). Una experiencia de éxito basada en conseguir abrir una grieta en el sistema para que tolere la excepción.
En 1998 cambió la ley educativa de EEUU. A partir de ese año, el Gobierno federal obligó a todos los Estados a poner un examen común previo a la obtención del Diploma de High School, lo que aquí equivaldría al final del bachillerato. El currículo y la evaluación dependía (y depende) de cada Estado, pero esta prueba final era una imposición del Gobierno federal. No era una prueba de acceso a la universidad, como sería una selectividad, sino una prueba para la obtención de lo que aquí sería el título de bachiller. Una reválida.
La comunidad educativa de la New York Performance Standards Consortium se rebeló. Hacía tres años que observaban una gran mejora de su alumnado, sobre todo en lo que respecta al abandono. Ann Cook, directora ejecutiva del Consorcio, explica que «una prueba estandarizada y concebida para aquellos estudiantes acostumbrados al aprendizaje de codos y memoria sencillamente no nos parecía adecuada». Pero habían perdido su principal aliado, ya que en aquellos tres años el comisionado de Educación del Estado que les había animado a constituirse en consorcio había cambiado. El nuevo no quería ninguna excepción en los institutos públicos (sí que se contemplaban en los privados).
La lucha duró años. Familias y docentes del Consorcio iniciaron una serie de acciones, desde recursos contenciosos a manifestaciones en la sede del capitolio del Estado, situado en Albany. Obtuvieron el apoyo del influyente sindicato de profesores (American Federation of Teachers), fueron a ver a congresistas y les explicaron qué hacían y por qué, y finalmente lograron que el Congreso del Estado los autorizara a ser una excepción (ayudó mucho que el congresista republicano responsable de Educación no soportara el nuevo comisionado, recuerda Cook). Con el Senado fue más difícil, porque las mayorías eran diferentes, y al final lograron el permiso con una pequeña transacción. De las cinco pruebas de que consta la reválida (matemáticas, historia universal, historia de EE.UU., ciencias e inglés), cuatro las podrían hacer según su método, y una debería ser estandarizada. Cook eligió que esta última fuera el inglés.
¿Cómo se hace para conseguir esta excepción a la norma? Le preguntaban a Cook los asistentes al coloquio organizado por la Fundación Bofill. «Tienes que estar a punto y cuando aparece una grieta en el sistema aprovecharla, meterse y presionar por aquí y por allá», contestaba Cook. Entre los asistentes se cernió otra pregunta, sin duda oportuna. ¿Sería capaz el sistema educativo español de permitir la excepción, y que un determinado tipo de alumnos pudiera acceder a la universidad sin necesidad de pasar la selectividad?
La evaluación basada en la actuación
En EEUU se habla, y mucho, de la lucha contra la segregación escolar. Pero las escuelas del Consorcio no están tan obsesionadas con ello como con la lucha contra el determinismo social. La mayor parte de sus centros se encuentran en los distritos más marginales de la ciudad de Nueva York, como el Bronx. Para conseguir el engagement del alumno, la pedagogía activa y el respeto por la diversidad son elementos esenciales, así como dar mucho valor a la comunidad y otorgar altas expectativas a todos los estudiantes sin excepción. También los que tienen necesidades educativas especiales. Cuando hablan de pedagogía activa subrayan dos cosas: el método del aprendizaje por indagación (inquiry-based learning) y el principio de que la voz del estudiante sea escuchada y respetada. «Los estudiantes deben poder demostrar lo que saben y pueden hacer», subraya Cook.
La evaluación es la culminación de todo este proceso. Su método evaluativo, llamado Performance-Based Assessment, suele traducirse por «evaluación basada en el rendimiento» si bien tal vez sería más exacto hablar de evaluación basada en la actuación. O en la acción. En el caso las disciplinas sociales, los alumnos deben hacer una búsqueda usando fuentes primarias y luego redactar un análisis. Para el inglés leen una obra literaria y también redactan un análisis. En el caso de las ciencias, deben desarrollar un experimento a partir de una pregunta que requiere una hipótesis, dejarlo también por escrito y luego defender el proyecto en una discusión de grupo en la que participa un científico. Para las matemáticas, deben usar sus conocimientos para resolver ejercicios relacionados con problemas reales de la vida. Estas son las 4 rúbricas comunes a todos los centros, y en todas ellas se combina una redacción con una exposición oral. Aparte, cada centro puede añadir rúbricas suplementarias, en áreas como lengua extranjera, arte, educación física o servicios comunitarios.
Cada centro corrige las pruebas en grupo, garantizando el anonimato del alumno, y, luego, una muestra aleatoria de los exámenes de todos los centros se vuelve a corregir por parte de una especie de comité intercentros, formado por más de un centenar de docentes, que no sabe tampoco ni el nombre del alumno ni el centro del cual proviene aquel ejercicio. Los primeros maestros que califican los ejercicios reciben el feedback de los segundos y, de esta manera, aprenden también cómo sus colegas han valorado esa misma tarea.
Según escribían Cook y Barlowe en un artículo publicado el año 2016 en la revista American Educator: «Nos basamos en la idea de que, si el aprendizaje es complejo, la evaluación también debe serlo. En otras palabras, si las escuelas desafían a sus alumnos a pensar críticamente, a explicar su trabajo y a plantear y considerar preguntas que implican respuestas complejas, esto debe ir seguido de pedir a los estudiantes que demuestren de una forma sistemática qué saben y qué pueden hacer con aquellos conocimientos y habilidades que han adquirido».
Obviamente, cada nuevo profesor que llega a las escuelas del Consorcio debe adaptarse a toda esta metodología. «Yo empecé a enseñar Historia de una manera muy tradicional -explica Avram Barlowe- y tuve que cambiar. Lo que se enseña en las facultades de Magisterio de EE.UU. está obsoleto, no hay espacio para los métodos interactivos, dialógicos y críticos. Nuestros profesores están abiertos al cambio porque ven cómo funciona esto con sus estudiantes». La colaboración entre docentes es otro signo de identidad del Consorcio; según Barlowe, «cada año se generan unas 3.000 horas de conversación entre los profesores de un centro».
El salto a la Universidad
En los últimos años, el New York Performance Standards Consortium ha dado un nuevo paso adelante y ha conseguido lo que parecía imposible. Hace cuatro años convenció a una de las universidades de Nueva York para que admitiera a sus alumnos también por una vía diferente, como prueba piloto. «Habíamos conseguido que nuestros alumnos fueran admitidos en universidades con estudios de dos años, pero queríamos que pudieran hacer carreras de cuatro años; nos reunimos con la universidad y les dijimos que cómo era posible que tuvieran tan poca diversidad entre su alumnado», explica Cook.
«En los últimos cuatro años alrededor de 400 alumnos de las escuelas del consorcio se han matriculado en alguna carrera de la misma, con una tasa de abandono muy inferior a la media y, sin pretenderlo, lo que también hemos provocado es que la universidad modifique su política de admisiones», añade. Uno de los motivos de orgullo del Consorcio es que el índice de alumnos afroamericanos y latinos de sus escuelas que llegan a la universidad está muy por encima de la media del país. También aseguran que sus alumnos llegan al High School (13-14 años) con un nivel académico inferior a la media de la ciudad y salen (17-18 años) con un nivel superior a la media.
La excepción, sin embargo, aún no está totalmente consolidada. Cook y Barlowe explican que siguen debiendo renovar la autorización cada cinco años, si bien en el ámbito federal la norma se ha flexibilizado y la reválida ha dejado de ser obligatoria. De hecho, ya sólo quedan 11 Estados que la hacen, pero el de Nueva York aún es uno de ellos. Son conscientes de que no crean recelos porque son aún una pequeña isla en el océano. «Hay muchas más escuelas que querrían formar parte del Consorcio -comenta Ann Cook-, pero el Estado no lo autoriza, según nos cuentan los responsables políticos, porque les da miedo que esto se haga demasiado grande y entonces salga el Gobierno Federal diciendo que lo que estamos haciendo aquí no se puede hacer «.