Estos días ha habido un congreso en la Universidad de Barcelona (IRED19) en el que han participado reconocidos autores de la pedagogía crítica. Esto y, posiblemente, las situaciones actuales de revuelta en varios contextos (Chile, Bolivia, China, Ecuador, Siria, Turquía, Cataluña, etc.) me ha llevado a hacer algunas reflexiones sobre la situación actual de la educación.
En las conferencias del Congreso se mencionaba la recuperación del pensamiento y el conocimiento crítico, la emancipación como proceso imprescindible que desarrollar en la educación, la lucha contra el colonialismo cognitivo, el patriarcado, la dominación epistémica y ontológica de parte de la humanidad por el poder del capitalismo que no tiene en cuenta la dignidad de las personas. También el retroceso ideológico reaccionario desde la Revolución Francesa con los famosos conceptos de libertad, fraternidad e igualdad. Retroceso que nos trae al regreso de lo que se denominó antiguo régimen. Recordemos que la Revolución Francesa pretendía educar nuevas generaciones en los ideales revolucionarios con una escolarización obligatoria y gratuita y el acceso de todos los ciudadanos a los beneficios de la educación, y no únicamente los que podían pagarse la enseñanza privada. Y el profesorado era seleccionado a través de pruebas basadas en los méritos intelectuales y no en las ventajas del nacimiento o la fortuna. Con una perspectiva laica de la enseñanza.
Y ahora, este retroceso a ideologías neoconservadores y algunas de cariz fascista, están influyendo en la educación, muchas veces, ante un silencio, cuando no una complicidad de algunos que ven la educación como un negocio y un gran mercado en el que, además, pueden ejercer una influencia ideológica de dominación y sumisión ciudadana.
Y pienso en qué podemos hacer para conseguir un rearme moral, ético e intelectual desde posturas educativas críticas pero constructivas, para alcanzar lo que soñamos o recuperar aquello que conseguimos con las luchas y se ha ido perdiendo despacio, pero implacablemente. Cómo recuperar las ganas de cambiar a fondo y potenciar el protagonismo que se merece el colectivo de enseñantes.
No hablo de estrategias innovadoras, de la pasión por el cambio metodológico o de introducir novedades técnicas, sino ser capaces de ver más allá de nuestros límites como educadores. De salir de la frontera, en cuyo interior podemos hacer muchas cosas interesantes pero que se quedan dentro de nuestro círculo.
Hablamos, como se dijo en el congreso, sobre una nueva comprensión del mundo para ayudar a transformarlo; de cómo introducirnos a la escuela y a la sociedad en el análisis de las diversas formas de desigualdad y opresión que cada día van en aumento. También plantearnos la militancia pedagógica y la acción solidaria como un importante reto para desarrollar una nueva cultura profesional alternativa del profesorado, para trabajar por una nueva práctica educativa y social.
El trabajo de Paolo Freire y cómo se lo está persiguiendo en Brasil también tuvo un lugar en el Congreso (después de mucha referencia y empacho anglosajón) Freire siempre será un referente para analizar la falacia de la neutralidad escolar, para construir una noción de la educación más politizada y para desarrollar una pedagogía de la resistencia, de la esperanza o de la posibilidad. La denuncia y la anunciación de alternativas son dos procesos inseparables en la educación según Freire. Superar el miedo -que decía un ponente- y trabajar la esperanza.
Son tiempos de analizar las contradicciones y una determinada visión mercantilista y productiva de la educación que reproducen los discursos, valores y privilegios de los que tienen el poder real o mediático. Y denunciarlas y buscar alternativas hacia una educación más liberadora de ciudadanos libres y comprometidos con el cambio social y no súbditos.
Pero crear una forma diferente de ver la educación supone salir, como mencionaba antes, de las fronteras de la sumisión a ideas de otros, de ir de nuestros límites impuestos (a veces sin querer de forma implícita, por la formación o por el sistema educativo que nos rodea o por nosotros mismos). Sin olvidar la importancia de hacerlo colectivamente. Convertirse, como dijeron varios filósofos, en intelectuales colectivos y no en receptores pasivos de las ideas aceptadas sin rigor ni análisis crítico. Huir de quienes pregonan volver a lo que es básico: «se tiene que enseñar así», «la democracia es culpable», «se han perdido los valores», «tenemos que separar al alumnado», etc., que han vuelto aparecer con más fuerza (políticos e intelectuales educativos orgánicos muy bien situados en ciertos partidos estatales, autonómicos o grandes corporaciones). Se enorgullecen de su elitismo academicista o del poder político y económico que los trae a considerar ciertas cosas mejores que otras: por ejemplo, la Universidad como cumbre del conocimiento formativo, la desconfianza en el profesorado, el desprecio a los movimientos sociales, el discurso teórico no riguroso como parangón del intelectual y la tradición cultural occidental como superior y única, obviando otras identidades y aportaciones culturales.
El congreso proyectó razones y fuerzas para un rearme profesional del profesorado y de la educación que se ha de oponer frontalmente a cualquier manifestación explícita o implícita de la racionalidad de ciertas políticas educativas, de contenidos curriculares o en las formas de gestión y control técnico y burocrático de la educación. Y revisar la legitimación oficial del conocimiento escolar reaccionario hoy en día, tan defendido por la derecha, y tratar de poner en contacto los estudiantes con los diversos campos del conocimiento, de la experiencia y de la realidad. En este sentido, es necesario ser sensible a las tradiciones y valores de las minorías étnicas y culturales.
En fin, el congreso abrió una ventana por donde entraba aire fresco, puesto que revisó la finalidad de la educación y la posibilidad de romper formas de pensar y actuar que llevan a analizar el progreso de una manera lineal y no permiten integrar otras identidades sociales, otras manifestaciones culturales y otras voces secularmente marginadas, provocando la exclusión social y el aumento de la pobreza de grandes capas de la población.
Continuar luchando (la lucha también fue un concepto que fue apareciendo) para buscar alternativas hacia una enseñanza más democrática y participativa, donde se trabaje la dignidad como instrumento fundamental educativo (justicia cognitiva y trato como humanos). Una educación en la que se comparte el conocimiento con otras instancias socializadoras que están fuera del establecimiento escolar. Y nuevas alternativas menos individualistas y funcionalistas, más basadas en el diálogo, en la autoemancipación docente y colectiva entre quienes tienen algo que decir a quienes enseñan y aprenden.