Mamá, papá, el tutor de este año es un enano… Este es el título que ha escogido Josep Maria Alaña Negre para su nuevo libro, todavía inédito, y que complementa el que publicó el año pasado, A 30 centímetros del suelo, publicado por la asociación AFAPAC. Explica Alaña que este se lo editará él mismo [… a no ser que aparezca algún editor avispado] y que el título lo ha elegido porque es una situación vivida un montón a veces. La sorpresa inicial. Ha convivido con ella toda la vida, la espera ante cualquier nuevo conocido y no le molesta. “Yo siempre doy lo que llamo un tiempo de acomodación. Pueden ser diez minutos o media hora. Hasta que se pasa de la sorpresa a la igualdad y empiezan a hablar conmigo sin verme”, explica. También le pasaba cada año con sus alumnos (y con los respectivos padres), “pero después de un rato ya estábamos hablando de la materia”.
El título del libro nos facilita la primera pregunta que queríamos hacerle: ¿Cómo nos tenemos que referir a él? La palabra “enano” para Alaña no es ofensiva, sino descriptiva, si bien no es la única con la que quiere ser descrito. “Tengo mala leche y me gusta mucho mandar”, dice de él mismo. Científicamente, tiene acondroplasia, un trastorno genético que limita el crecimiento de los huesos, pero entre el colectivo, comenta Alaña, nadie reivindica que el resto de la sociedad retengamos dicho palabro. Enano no ofende, pues. Pero sí que lo hace el uso de la palabra “enano” como insulto. O, más aún, expresiones como la de “monto un circo y me crecen los enanos”.
Pero el libro de Alaña no se recrea en el victimismo ni en la discriminación. Como el anterior, es autobiográfico, pero limitado a su vertiente como docente, y por tanto está trufado de experiencias y reflexiones pedagógicas (salpimentadas por sus amplios conocimientos en biología y por algún fragmento deliberadamente onírico). En 1973, con 22 años, Alaña obtiene su primer trabajo como profesor interino de un instituto de enseñanza media de Gavà. Y aquí explica cómo aprovechaba la proximidad al macizo del Garraf y al delta del Llobregat para visitarlos con sus alumnos. Y cómo una vez organizó una salida voluntaria de fin de semana con alumnos de COU para embarcarse en un barco de pescadores y pasar la noche buscando delfines, ballenas y cachalotes por el Mediterráneo. Pero esto último era un sueño.
Y así, por cada centro por donde pasó, porque en 1976 se sacó las oposiciones del cuerpo funcionarial del Estado, y como fue el número uno de su promoción pudo elegir destino. Y se fue al nuevo instituto de Can Tunis, una vieja aspiración de un barrio marginado, en el que trabajó hasta 1982, al mismo tiempo que vivía toda la Transición como militante, primero, de Bandera Roja y, después, del PSUC. Tampoco con la juventud gitana de Can Tunis tuvo ningún problema, entre otras razones, dice Alaña, porque “el adolescente siempre defiende al débil”. “Aquello era más que un instituto –recuerda–: hacía de casa del pueblo, de centro de recuperación de la memoria histórica y de centro de educación sexual, cada mes enviábamos un autobús a Avignon para acompañar a chicas que tenían que abortar, fuimos más libres entonces que nunca”.
Mi discapacidad es jodida, de acuerdo, pero yo he hecho de todo
El principal problema discriminatorio derivado de su condición física no lo supo hasta bastante años después de que ocurriera. Aquellos miembros del tribunal que le evaluó en 1975 tuvieron una fuerte discusión sobre si se tenía que dar la plaza a una persona con discapacidad. Se impuso la cordura y la justicia. Hoy, explica Alaña, hay alrededor de una docena de docentes con acondroplasia en toda España, y alguno ha llegado a director de centro, pero también los hay que son abogados o ingenieros. “Lo único que tú y yo tenemos igual es el cerebro –comenta–, tenemos la misma inteligencia que cualquier persona y con esta herramienta tenemos que luchar”, pero también admite que el entorno familiar y social del enano condiciona mucho la capacidad que tendrá en el futuro de desarrollar al máximo su autonomía.
Contra la ‘casta del 4,6’
“Nunca he tenido ningún problema de rechazo –afirma Alaña–, y cuando se han metido conmigo no ha sido por enano sino por jefe de estudios, entonces sí que llegué a ver alguna pintada de enano cabrón”. Porque en 1982 aterrizó en el Instituto Jaume Balmes, del que él mismo había sido alumno entre 1964 y 1967, y donde se reencontró con antiguos profesores, ya entonces compañeros de claustro. Y con los años llegaría a ser jefe de estudios. Al mismo tiempo volvía a la Universidad de Barcelona para estudiar Pedagogía, especialidad en Orientación, “porque yo quería entender mejor a los adolescentes”.
“El gran drama del sistema educativo español y catalán es que tenemos grandes medidores, que saben poner notas con decimales, pero no saben evaluar, y esto se transforma en la batalla de si estamos enseñando a memorizar o a aprender”, explica Alaña. Les denomina la casta del 4,6 y afirma que “todavía quedan y hacen un daño terrible, son los que suspenden al 70% del grupo y se quedan tan anchos”. En la rivalidad entre el club de las competencias y el club de los conocimientos, él se declara hooligan del primero. “Si enseñas herramientas y preguntas por estas herramientas, lo único que estás haciendo es memoria, pero si enseñas herramientas y preguntas qué puedo construir con esas herramientas, estás haciendo construcción, estás avanzando con el pensamiento”, añade.
“A muchos docentes les falta sensibilidad, no quieren entender qué es un adolescente –considera este profesor jubilado–, y a veces un problema pequeño, si no se resuelve en el momento, se convierte en una bola inmensa. Mi lema con los alumnos siempre ha sido este: «Las mates pueden esperar, vosotros no»”. En su opinión, el profesor de secundaria tendría que formarse a partir de un proceso inverso al actual: “Primero tendría que venir la formación pedagógica y desde aquí tú te especializas en la rama del conocimiento que sea”, porque “para enseñar Biología en el instituto no hace falta ser biólogo”.
Como docente, Alaña lamenta especialmente dos cosas. La primera: “Cuando me he encontrado a gente muy buena en un grupo clase no les he sabido dar de comer, no les he sabido hacer avanzar porque me he preocupado demasiado por los alumnos que iban justitos, y nos ha pasado a muchos que hemos perdido a gente muy buena porque se ha aburrido”. La segunda es más paradójica: a pesar de ser un firme defensor de la diversidad, “en algún caso que me llegó algún alumno adolescente con autismo o con algún trastorno mental yo pensaba que sería capaz de hacerlo avanzar y no fui capaz, no tenía ni las herramientas ni la formación”.
En la cocina de la FP
En 1988 Alaña se incorpora al Departament d’Educació de la Generalitat, llamado por la entonces directora general (y futura consejera) Carme Laura Gil, para formar parte del equipo técnico que impulsaría la primera gran reforma de la FP, y en concreto se hace cargo del diseño de las diferentes titulaciones que cuelgan de las familias profesionales de alimentaria, química y agricultura. “Lo que más nos costó fue reconstruir el léxico, había un montón de palabras en castellano cuya traducción no conocíamos”, recuerda. Después de unos años en la Administración regresó al Instituto Balmes, de 1998 a 2001, y nuevamente fue llamado a Vía Augusta, la sede del Departament, donde asumió la responsabilidad de la formación de todo el profesorado de FP. Y en 2004 será uno de los principales cocineros de lo que hoy es el Institut Obert de Catalunya (IOC). “La consejera Marta Cid dijo un día por radio que haríamos formación a distancia sin que hubiera nada preparado, y a partir de aquí a unos pocos nos encargaron que lo pusiéramos en marcha”, recuerda.
Entre sus dos libros (tiene un tercero en mente) se traza la trayectoria vital de una persona comprometida con sus alumnos y con la sociedad, y que tiene muchas más curvas de las que se pueden sintetizar en un artículo, porque además de docente y activista político ha sido también activista de la causa de los enanos, a la que llegó tarde, como explica en el primer libro, y en la que sigue militando activamente. “Me costó mucho superar el efecto espejo, veía a los otros enanos y no me reconocía; una vez te has aceptado, lo que no tienes que hacer es vivirlo con lástima y el tercer paso es asociarte y luchar por la dignificación”, resume Alaña, que reivindica el orgullo de la diferencia. Según explica, esta dignificación pasa por las mejoras en materia de accesibilidad y por erradicar no solo el lenguaje sino también las prácticas vejatorias, como los enanos del circo o de los toros. Y añade: “Mi discapacidad es jodida, de acuerdo, pero yo he hecho de todo”.