La penetración de la ideología neoliberal en las aulas viene de la mano del modelo educativo que se promociona política, metodológica y globalmente: la competitividad y el triunfo individual. Nos educan desde muy jóvenes en un sistema donde las víctimas son culpabilizadas por su fracaso y se exalta a los vencedores que «se hacen a sí mismos» denominándoles emprendedores. Nos educan en anhelar ser parte del sistema, para llegar a su cúspide. La del sistema capitalista, por supuesto. Es la cultura de la meritocracia, de la que ya hablé en otro artículo anterior y que encubre la trampa de la meritocracia: dar la posibilidad de llegar arriba a algunos, pero no cambiar el sistema.
Recuerdo una anécdota significativa reciente. Participábamos hace poco tiempo en una concentración contra la explotación laboral de estudiantes universitarios. Estaban trabajando como mano de obra gratuita, aunque disfrazada de actividad extracurricular, formación y certificación de experiencia, para suplir la falta de personal en el hospital veterinario de la universidad. A pesar de que la jurisprudencia viene reconociendo que no se pueden cubrir puestos de trabajo sin percibir una retribución por el trabajo que se realiza. Porque todo trabajo tiene que tener un salario.
Pero lo que más nos sorprendió fue la reacción de algunos de los estudiantes que obtuvieron una de estas plazas cuando quisimos conocer su opinión. Nos contestaron que no lo percibían como una explotación y, en todo caso, defendían su ‘derecho’ a elegir libremente ser explotados. Es más, nos recriminaban a quienes nos manifestábamos defendiendo sus derechos, porque “estábamos conculcando su derecho a elegir libre y voluntariamente ser explotados”.
La seducción del sistema
Como plantea el filósofo coreano Byung-Chul Han, aludiendo al análisis del teórico marxista Antonio Gramsci, la eficiencia del actual sistema reposa fundamentalmente en el proceso de interiorización colectiva que asume ampliamente la lógica del mismo, que se adhiere “libremente” a lo que se le induce a creer. Lo que el capitalismo se dio cuenta en la era neoliberal, argumenta Han, es que no necesitaba ser duro, sino seductor. La explotación ya no se tiene que imponer, nos la autoimponemos y la defendemos sintiéndonos libres.
El neoliberalismo trata de resignificar el concepto de libertad pública, vinculado inicialmente a la defensa de los derechos colectivos y al republicanismo, ahora lo asocian al libre consentimiento, incluso de ser explotado (si se decide “libre e individualmente”, ignorando el contexto social y personal y los condicionantes de ese consentimiento). Vemos cómo una concepción de libertad, derechos y deberes sociales construidos en común, y defendidos sobre todo por la izquierda democrática frente a las dictaduras y el capital, ha sido progresivamente destruida y desplazada por la defensa de la libertad negativa, aquella que considera que un individuo es libre en la medida en que nada o nadie restringe su acción de elegir o que puede ejercer su voluntad individual, si tiene medios, recursos y poder para ello (“tomarse una cañita” en el “Madrid libre” de Ayuso en plena pandemia, aunque se contagie a los demás). Esta ideología neofascista oculta y niega la libertad positiva que se refiere a la capacidad colectiva para establecer los medios y mecanismos que permitan y posibiliten ejercerla a todos de forma equitativa y justa, al contar con las posibilidades y el respaldo comunitario para ello.
Ejemplo de ello en educación son las virulentas campañas que emprenden en defensa de la «libertad» de elegir el centro educativo privado, pero financiado públicamente, que más posibilidades pueda ofrecer de “promocionar” y ascender social y aspiracionalmente (asentando la segregación escolar); o su apuesta por concebir la educación como una inversión que asegure un mejor futuro laboral y mejores puestos en la escala social (no como derecho para todos y todas); o exigir que se aparte cuanto antes a quienes se considera “perdedores” (minorías, inmigrantes, alumnado con dificultades de aprendizaje o diversidad funcional) que dificultan el ascenso de “los nuestros” en esa competición constante dado que el profesorado tiene que centrar su tiempo y esfuerzo en “ellos”.
Reducir la libertad al interés propio crea una ciudadanía “liberada” de cualquier obligación moral vinculada al sentimiento de solidaridad colectiva. Ya no se trata de mejorar lo colectivo con el esfuerzo común pensando en el bienestar de la comunidad, sino en la ventaja de elegir con acierto la mejor oportunidad para uno mismo. No se trata de conseguir que todas las personas, al margen de su origen y condición social o económica, tengan garantizado el acceso a buenos centros educativos públicos al lado de su domicilio, sino de seleccionar el mejor centro ‘exclusivo’ para “los míos”, aquel que les dé las mayores posibilidades de obtener las máximas ventajas en la competencia con los demás. Es la exaltación de la “pedagogía” del egoísmo.
Enrique Díez: “Para educar en la democracia, tenemos que educar en el antifascismo”
Erradicar a los “parásitos”
Este relato del triunfo individual como finalidad del ser humano, ligado a una competición constante, conlleva una advertencia: en este nuevo mundo no hay lugar para perdedores, para “parásitos”. La lógica neoliberal considera el enriquecimiento como valor supremo y por eso valora a los triunfadores del capitalismo y culpabiliza a quienes quedan en los márgenes del sistema.
Asistimos a una completa inversión de la crítica social: mientras que, hasta hace años, el paro, las desigualdades sociales, la inflación, la alienación, todas las “patologías sociales” eran relacionadas con el capitalismo, ahora estos mismos males han comenzado a ser sistemáticamente atribuidos a lo público, a lo común, al Estado, aplicando el mantra del neoliberalismo autoritario: “el Estado no es la solución, es el problema”.
Por eso la ideología neoliberal critica al Estado como fuente de todos los derroches y freno de la prosperidad individual. Afirma que los servicios públicos mantienen la irresponsabilidad, la falta del aguijón indispensable de la competencia individual. El subsidio del paro y las ayudas sociales mantienen a la gente dependiente del Estado, aseguran. La gratuidad de los estudios empuja a la vagancia, denuncian. Las políticas de redistribución de los beneficios desincentivan el esfuerzo, gritan. Los impuestos progresivos a los beneficios del capital generan efectos disuasorios de los actores más dinámicos, fuga de empresas y de capitalistas y desanima a los ricos a arriesgar su dinero, advierten.
En definitiva, el Estado Social destruye las virtudes de la sociedad civil, el esfuerzo personal, el patriotismo. Disuade a los pobres de tratar de progresar, desresponsabilizándoles, impidiéndoles buscar trabajo, estudiar, ocuparse de sus hijos e hijas, lo cual los lleva a perder la dignidad y la autoestima. No hay más que una solución: suprimir el Estado de Bienestar y los sistemas públicos de protección social y apoyo –seguridad social, educación pública, subsidios de desempleo, etc.–, reactivando la caridad para los casos extremos, y obligar a esas personas que no quieren hacer nada por sí mismas y sólo se aprovechan del sistema a asumir sus responsabilidades, recuperar su dignidad y el orgullo de contribuir al progreso de la nación.
El cambio está en nuestro interior
Este modelo corroe el carácter, nos educa en el egoísmo y la insolidaridad radical. Deslegitima el conflicto social y la respuesta colectiva para afrontarlo. Las exigencias autoimpuestas no tienen responsable ajeno, no tienen autores, ni fuentes identificables externas. Ya no puede haber una verdadera protesta, ya que el sujeto ha llevado a cabo lo que de él se esperaba mediante una coacción autoimpuesta. Es su responsabilidad.
Esto revela por qué, en épocas de crisis, en vez de llenarse los sindicatos con trabajadores y trabajadoras que se unen para luchar por sus derechos, son las consultas de los psiquiatras las que están a rebosar de personas con depresiones, ansiedad, insatisfacción y sentimientos de fracaso y desvalorización personal ante su situación de paro y precariedad. Interiorizan la precariedad, el paro, la pobreza bajo la forma de fracaso personal, vergüenza y desvalorización.
El fracaso social es considerado como una patología personal. El diagnóstico de depresión se ha multiplicado por siete en las últimas décadas. La depresión es, en realidad, el reverso de este modelo de rendimiento, una respuesta del sujeto a la obligación de realizarse y ser único responsable de sí mismo, de superarse cada vez más, en esa continua e inacabable “aventura” como emprendedor de sí.
Ante este desgaste el remedio más extendido es un dopaje generalizado. El prozac (antidepresivo) toma el relevo. Su consumo suple al Estado Social, con sus instituciones públicas debilitadas y la solidaridad social cuestionada una y otra vez por el neofascismo y sus ideólogos neoliberales. Esta ideología mina esencialmente la dimensión colectiva de la existencia. Convirtiendo a las víctimas en culpables de su situación. Revictimizándolas. Se ha generado toda una maquinaria que transforma las causas exteriores en responsabilidades individuales (“hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”) y los problemas vinculados al sistema en fracasos personales, porque la vida se presenta sólo como resultado de elecciones individuales. El obeso, el delincuente o el mal alumno son responsables de su suerte. La enfermedad, el paro, la pobreza, el fracaso escolar son considerados consecuencias de malos cálculos individuales, de no haber previsto invertir en un seguro de enfermedad, de no saber mantener el trabajo, de no saber invertir los recursos y el talento, de no haberse esforzado estudiando…
Como bálsamo frente a este darwinismo competitivo se promociona la pedagogía del «pensamiento positivo», el coaching y los libros de autoayuda, la última moda de la biopolítica del “capitalismo de la emoción”. Nos animan a “salir de nuestra zona de confort” (expresión tópica donde las haya) e interpretar nuestras dificultades como una oportunidad de realización personal, porque «si lo crees, lo creas». Como si el paro, la enfermedad o la exclusión pudieran esfumarse haciendo un pequeño esfuerzo de reelaboración emocional y gestión personal. Porque «el problema de fondo es de actitud personal ante los problemas», nos asegura la «ciencia de la felicidad». Esta “ciencia de la felicidad” que está sirviendo para gestionar emocional y mentalmente la frustración de grandes contingentes de población afectados por los despidos masivos y niveles inusitados de superexplotación, “enseñándoles” a afrontar el estrés, la precariedad e inseguridad laboral, y de esta forma contener y encauzar las protestas y las luchas colectivas.
En un panorama laboral y social fragmentado y competitivo, con una precariedad que mantiene al borde del precipicio, la industria de la automotivación junto con el consumo de psicofármacos hace hoy la función de lo que ayer era el capataz que vigilaba el destajo en la fábrica. Estamos ante la revolución de una nueva moral que asegura “el problema está en ti y no en el sistema”.
Se puede seguir leyendo más del tema en el libro de reciente publicación por la editorial Octaedro titulado Pedagogía Antifascita.
5 comentarios
Una explicación brillante de la nueva refundación del capitalismo que apela a las emociones.
La oposición asume su lógica con propuestas y slóganes que también apelan a la emoción y a la ilusión para combatirlo. Así, no.
Una explicación brillante de la nueva refundación del capitalismo que apela a las emociones.
La oposición asume su lógica con propuestas y slóganes que también apelan a la emoción y a la ilusión para combatirlo. Así, no.
Brillante nota. Da escalofríos ver cómo el virus del neoliberalismo se ha expandido por todo el planeta. Aquí, en Latinoamérica, a pesar de que en muchos países gobiernan partidos que discuten con las lógicas neoliberales, sin embargo se encuentran con las manos absolutamente atadas para intentar promover medidas progresistas, en la medida en que el «poder real» que conforma el bloque empresarial-judicial-mediático aborta cualquier intento en ese sentido.
Excelente, agudo y didáctico artículo. Muy bueno, ciertamente. Mis felicitaciones al autor.
Excelente artículo.
gracias!