Una búsqueda sabatina en Bing me arroja “aproximadamente 1,030,000” entradas sobre educación e inteligencia artificial (IA). Acoto al contexto de América Latina: 975,000 resultados. De todo aparece en las primeras páginas del repertorio infinito. La cantidad de libros que sumo a mi carpeta sobre el mismo tema crece por lo menos cada semana: un nuevo libro, otro documento, un reporte… la sensación de agobio crece en la medida que el tiempo se angosta, cuando constato que es imposible leer todo lo deseable.
En el mundo digital la inteligencia artificial es una realidad. Sus aplicaciones ya cambian prácticas docentes y estudiantiles. Irrumpen como la humedad en el diluvio, por doquier y sin regulaciones, ni descansos. Queda por verse si los cambios serán modificaciones o alteraciones, o si se traducirán en progresos sustanciales y sostenidos.
En América Latina la ola gigantesca y creciente que trajeron las irrupciones de la inteligencia artificial refresca algunos espacios simbólicos ante las posibilidades abiertas: por ejemplo, para el uso analítico de informaciones que se producen en los sistemas e instituciones escolares, condición indispensable para la toma de decisiones sustentadas en evidencias y mejores alternativas; o el diseño y modernización de los sistemas burocráticos que descarguen el trabajo pesado y rutinario del profesorado, disponiéndolo para las tareas académicas, también crecientes.
Cada innovación trae sus beneficios y produce alteraciones de consecuencias inevitablemente perjudiciales. Repetirlo es obviedad. Pero en todos los casos, beneficios y desventajas afectarán a quienes participan de los sistemas escolares en condiciones medianamente adecuadas. Quienes se ubican en los márgenes muy probablemente profundizarán su exclusión.
El acceso a las tecnologías en América Latina
El Sistema de Información de Tendencias Educativas en América Latina (SITEAL), un observatorio regional de políticas organizado por la UNESCO, publicó en su sitio web un documento preparado por Valeria Kelly titulado “Educación y tecnologías digitales”.
La autora rescata los progresos, a su juicio, en la introducción de las tecnologías en dos grandes ámbitos: el acceso a la infraestructura tecnológica, a través del equipamiento y la conectividad, y los modelos pedagógicos que se reconfiguran a partir de la influencia tecnológica.
Para ella, la incorporación tecnológica a los sistemas escolares es alentada por dos grandes políticas públicas; por el lado educativo, el Objetivo para el Desarrollo Sostenible 4 y la Agenda Educación 2030, y por otro, las políticas públicas digitales en el marco de la llamada sociedad de la información. Una primera conclusión es que “aun considerando los cambios de enfoque, es posible afirmar que los países de la región orientaron sus esfuerzos del último decenio hacia la inclusión digital en las instituciones educativas. Para alcanzar este objetivo, destinaron importantes inversiones presupuestarias en el marco de acciones de planificación estratégica”.
Del contenido global quiero extraer las gráficas que presentan el panorama del acceso poblacional a las tecnologías en hogares y escuelas, porque sin esa condición de partida, el riesgo de la exclusión es mayúsculo e imperdonable.
En una muestra de doce países latinoamericanos, las diferencias de acceso a internet revelan la reconocida y añeja geografía de las desigualdades entre la población más rica (quintil 5) y aquella con menores ingresos (quintil 1). ¿Qué inclusión tecnológica se puede construir sin acceso elemental a internet, de la calidad que sea? Excepto en Costa Rica, cuyas diferencias entre ambos segmentos sociales son menores a 15 puntos porcentuales, en el resto son brutales y, en promedio, superan los 40 puntos, como lo muestra la gráfica 4 de dicho reporte.
En otra expresión de las inequidades, medida a partir de la población de 15 años con acceso a dispositivos digitales en siete países, las diferencias de nuevo son elocuentes entre los miembros de los cuatriles I y IV. Este grupo poblacional, entre paréntesis, es el universo del cual se extraen las muestras para las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA/OCDE).
La disponibilidad de computadoras en las escuelas mejora de manera notoria, como se muestra en la siguiente imagen. Destacan los casos de Cuba y Uruguay, en menor medida Colombia y Costa Rica. Por supuesto, escapan al análisis las condiciones de los equipos de cómputo y su óptima funcionalidad para propósitos pedagógicos.
En la última gráfica (número 8 del documento citado) que expongo se ofrecen elementos para ponderar la anterior. Mide la conectividad en las escuelas para uso pedagógico en 11 países. En la muestra, excepto Uruguay, los rezagos son inocultables. Mientras que Cuba tenía computadoras en todas sus escuelas, la conectividad alcanza solo al 60 % de sus centros, en el mejor de los casos (secundaria baja).
Conclusiones
A pesar de las profundas desigualdades que enfrenta América Latina en acceso a tecnologías y conectividad, no estamos condenados a perpetuar esas brechas. La expansión de la inteligencia artificial en la educación tiene el potencial de ser un catalizador de cambio positivo, siempre que se desplieguen políticas adecuadas y compromisos estratégicos por parte de los gobiernos, el sector privado y la sociedad civil. No han sido la nota común en los gobiernos de la región, pero las urgencias podrían alterar ese curso histórico.
Es preciso insistir que la IA no es un fin en sí misma, sino herramienta que, bien utilizada, puede amplificar el acceso y mejora de la calidad educativa. Si bien es cierto que las asimetrías actuales dificultan una adopción equitativa, también lo es que la tecnología avanza en paralelo con soluciones más accesibles y económicas. Por ejemplo, iniciativas para crear contenido educativo offline o adaptable a dispositivos de baja gama ya están ayudando a estudiantes de contextos desfavorecidos. Asimismo, el uso de IA en plataformas que brindan tutorías personalizadas, aún en desarrollo, puede ayudar a personalizar la enseñanza, incluso en aulas masificadas o comunidades rurales con recursos limitados.
Otro aspecto esperanzador es el creciente interés por diseñar políticas públicas que integren la inteligencia artificial en sistemas educativos de manera equitativa. Varias naciones de América Latina están comenzando a esbozar marcos regulatorios y estrategias de digitalización que priorizan a las poblaciones más vulnerables. Estos esfuerzos deben continuar y fortalecerse, garantizando que no solo haya acceso a las tecnologías, sino que se acompañen de programas de formación docente e infraestructura que permitan una implementación efectiva.
Por otro lado, la colaboración internacional es motor de esperanza. A través de alianzas estratégicas con organizaciones globales y la participación de la comunidad educativa, América Latina puede acelerar su transformación digital, utilizando la inteligencia artificial no solo para replicar modelos tradicionales, sino para crear nuevos enfoques pedagógicos que respondan a las necesidades contextuales.
En conclusión, aunque el reto es enorme y el horizonte nuboso, es posible iluminar otros caminos, si se aprovecha la inteligencia artificial con un enfoque centrado en la equidad y el acceso universal. Si se movilizan recursos en todas las dimensiones —tecnológica, social, política y educativa—, habrá oportunidad de transformar debilidades en fortalezas. América Latina puede ser ejemplo de cómo la tecnología, lejos de agrandar brechas, puede contribuir a cerrarlas cuando se emplea con visión y responsabilidad. El futuro no está escrito, pero es labor titánica redactarlo con tinta de esperanza.