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“Pedagogismo” es un término que, de un tiempo a esta parte, aparece reiteradamente en ciertos discursos sobre la educación. Como ocurre con otros “ismos”, en este caso el sufijo connota una intención claramente peyorativa. La crítica al llamado “pedagogismo” tiene lugar en libros y artículos, en medios de comunicación convencionales y también, muy profusamente, en las redes sociales. Desde hace unos años, este discurso dispone incluso de plataformas expresamente dedicadas a crear, justificar y divulgar un antipedagogismo muy militante. De hecho, se ha convertido ya en una corriente pedagógica más; una corriente estrictamente pedagógica, pues de lo que trata no es de otra cosa que del objeto de la Pedagogía: la educación. Lo que intentaremos en esta serie de tres artículos será caracterizar y comentar esta novedosa corriente; novedosa, aunque una de sus principales señas de identidad sea cuestionar lo nuevo y reivindicar lo pasado.
Antipedagogía y antipedagogismo
En realidad, el antipedagogismo procede, directamente y sin solución de continuidad, de un pensamiento educativo no ya antipedagogista sino literalmente antipedagógico. Algunos de los autores que critican lo que ahora llaman “pedagogismo”, inmediatamente antes habían denostado a la pedagogía en general, a la pedagogía toda, a la pedagogía en sí misma. Eran críticas acompañadas a menudo de insultos y de otras formas de descalificación apriorística: para estos autores la pedagogía sólo era una pseudociencia y una jerga extravagante, cuando no una secta; y los pedagogos, unos gurús, iluminados, oráculos, ignorantes, pedabobos y pedagogós. Incluso se publicaron libros monográficamente dedicados a maldecir de la pedagogía y de sus cultivadores, con títulos tan elocuentes como: La secta pedagógica,1 Panfleto antipedagógico,2 La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza.3En mi libro La moda reaccionaria en educación (2018) pueden verse las referencias concretas de todos estos (y otros) improperios dirigidos a la pedagogía y a los pedagogos.4
Sin embargo, a partir de un cierto momento este discurso antipedagógico empezó a reconvertir ligeramente su terminología: en lugar de seguir despotricando contra la pedagogía en general y los pedagogos sin distinción, adoptaron el vocablo “pedagogismo” y convirtieron a quienes llamaron “pedagogistas” en el objeto central de sus diatribas. La corriente inicialmente antipedagógica maquilló pues su lenguaje y se convirtió en antipedagogista, aunque el contenido de su discurso continuara siendo básicamente el mismo.
Quizá se dieron cuenta de que una crítica indiscriminada a la Pedagogía y a los pedagogos (y a quienes van de “expertos en educación”), suponía una contradicción flagrante con su propio discurso. Y ello, entre otros, por dos motivos. El primero, porque algunos de los referentes más apreciados de la corriente inicialmente antipedagógica a veces se presentan ellos mismos como pedagogos.5 ¿Cómo podemos pues atacar indiscriminadamente a la Pedagogía si hay autores a quienes seguimos y admiramos que se autoidentifican como pedagogos? Por tanto, a partir de entonces, los pedagogos ya no serían todos ellos unos pedagogós, gurús, sectarios, oráculos o ignorantes, sino que, en todo caso, tendríamos, por un lado, a pedabobos y, por otro lado, a pedagogos serios y respetables. Es decir, habría pedagogía de la buena y pedagogía de la mala. A esta esta última decidieron denominarla “pedagogismo”.
Además, y como ya intenté mostrar en el libro antes citado, la pretensión de invalidar globalmente a la pedagogía invalidaría, de hecho, al propio discurso antipedagógico. Quiérase o no, guste o no, el discurso educativo de quienes iban de antipedagogos era un discurso indiscutible y netamente pedagógico. Y nadie que no se considere a sí mismo un “experto en educación” se sentiría capaz de escribir libros enteros sobre educación. No insistiré más en este punto pues ya lo desarrollé extensa y documentadamente en el libro antes citado.6
Ante estas contradicciones inherentes a la antipedagogía, la solución que encontraron estos autores fue recomponer sutilmente su terminología: en lugar de una corriente “antipedagógica” tenemos ahora una corriente “antipedagogista”; y los enemigos a combatir ya no serían los pedagogos en general, sino sólo los pedagogos pedagogistas.7
Uno de los autores más destacados de la antipedagogía pretérita -y del antipedagogismo actual- es el profesor Alberto Royo, precisamente el inventor de los ingeniosos juegos de palabras pedabobo y pedagogó, y autor de dos libros de cabecera de la actual corriente antipedagogista: Breviario antipedagogista (2022) y Contra el pedagogismo (2023, con prólogo de Gregorio Luri). Uno de las más prolíficos y beligerantes autores antipedagogistas de la nueva hornada, el profesor Andreu Navarra, en su reseña del Breviario antipedagogista de Royo acredita muy bien la distinción en la que estamos:
“Tiene especial cuidado Alberto Royo en todas sus intervenciones de distinguir entre ‘pedagogo’ y ‘pedagogista’. Hay pedagogos ejemplares, personas que investigan, hurgan en el pensamiento para traer a colación posibles mejoras para el aprendizaje del alumnado. Las colecciones universitarias españolas contienen algunas joyas, de vez en cuando. Nunca deberíamos terminar de agradecer los beneficios de los libros de Gregorio Luri o Catherine L’Ecuyer, pedagogos auténticos. Lo que denuncia Royo como “pedagogismo” es un integrismo manipulado, una adulteración política de la pedagogía que persigue objetivos políticos relacionados con la infantilización de la población, la happycracia oficial o la ingeniería social tecnofeudal.”8
En su reseña al libro de Royo, a los dos pedagogos tan favorablemente mencionados en la cita anterior, Navarra añade después unos cuantos nombres más:
“En la tarea de devolver la dignidad a nuestras aulas, la tarea de Alberto Royo, con sus cuatro libros, es digna de una medalla al mérito civil. También las de Pascual Gil, Jacob Guinot, Xavier Massó, Marina Garcés, Irene Murcia, David Rabadà, Ricardo Moreno Castillo, Emilio Lledó, Olga García, Carlos Fernández Liria o Enrique Galindocolaboran en esta tarea de restauración del conocimiento poderoso y del humanismo. En realidad hay más voces razonables que matones del pedagogismo, pero no hacen tanto ruido, porque intentan concertar una alternativa coral, pluralista. Que los marrulleros, testiculares, trileros, buhoneros, brujos y tecnovisionarios transhumanistas queden fuera de las conversaciones serias.”9
Pedagogismo y antipedagogismo
¿Pero en qué consiste exactamente el pedagogismo? De momento, ya sabemos que, según Navarra, los pedagogistas son unos “matones”, “marrulleros”, “testiculares”, “trileros”, “buhoneros”, “brujos” y “tecnovisionarios transhumanistas”. La creatividad adjetivadora de Navarra es, sin duda, incuestionable y la pone en juego para seguir caracterizando al pedagogismo como “tatcherismo genético”, “solucionismo digital”;10 y también como una “secta nihilista y ultraclasista”, un “movimiento iconoclasta y antiintelectualista”,11 “derecha descarada, neoliberal y clasista”, “método extractivo que nos vacía las arcas”,12 “cadáver político aliado con el capitalismo filantrópico más casposo y grosero” o “puro friquismo decadente”.13 Este autor también opina que:
“Se está demostrando que el competencialismo pedagogista no es más que el decorado de un enorme crimen social, un enorme dispositivo distractor que encubre políticas totalmente inmorales, de un clasismo vengativo que da terror.”14
No está mal la cantidad de cosas feas e intenciones malignas que acumula el “pedagogismo”. Pero hay más: Alberto Royo, por su parte, considera que el pedagogismo es “una corriente nociva que enturbia el buen hacer del profesorado”,15 así como “una deformación homeopática, emotivista y antiintelectualista de lo que no debió dejar de ser la didáctica”.16 Otro autor destacado del antipedagogismo militante es Xavier Massó, Secretario General del Sindicato de Profesores de Secundaria (aspepc·sps) y Presidente de la Fundación Episteme. Afirma Massó que el pedagogismo –que es “de naturaleza «pijo-progre”-17 consiste en “un discurso pseudocientífico y trufado de majaderías milagreras”.18 A decir verdad, Massó introduce un matiz importante respecto al discurso de otros antipedagogistas actuales: no es que tengamos en este momento dos pedagogías (la pedagogista y la buena), sino que la pedagogía toda se ha convertido ya en puro pedagogismo:
“Es bajo el marco filosófico del idealismo que la pedagogía –en su versión fichteana hoy hegemónica- se ha transformado en pedagogismo y se ha enseñoreado de nuestros sistemas educativos.”19
Podríamos seguir acumulando otras descripciones del pedagogismo debidas a autores declaradamente antipedagogistas: “terrorismo educativo” (David Rabadá),20 “mesianismo” (Pascual Gil),21 … Y la lista de improperios contra el pedagogismo sería mucho más larga si añadiéramos las intervenciones en las redes sociales de los fans anónimos de los líderes antipedagogistas mencionados.
He de confesar que si el pedagogismo consiste en todo eso que de él se dice, ahora mismo yo me declaro antipedagogista radical. Francamente, no me veo como matón, marrullero, tatcheriano, pijo-progre (progresista sí, pero pijo no), antiintelectualista, ultraclasista, además de factótum de un “enorme crimen social”. Me apunto pues, sin reticencia alguna, al antipedagogismo más ferviente. Aunque tengo mis dudas sobre si seré bien recibido en las filas del antipedagogismo canónico. Es posible que, a la luz de lo que estoy escribiendo aquí y de algunas de mis publicaciones anteriores, haya quien me considere como un genuino representante del pedagogismo más nocivo.
No obstante, después de haber leído bastante a los antipedagogistas, aun no acabo de ver muy claro qué es concretamente el pedagogismo, porque lo que más abunda en el discurso antipedagogista son descalificaciones genéricas de un colectivo muy escasamente identificado con nombres propios. Los antipedagogistas casi nunca22 especifican quienes constituyen, concretamente, el objeto de sus durísimas y a menudo insultantes diatribas. Siguen con la misma táctica discursiva que ya detectábamos en el libro antes citado: inventarse al enemigo. Es decir, construyen un muñeco al que llaman “pedagogismo”, ponen en su boca unas cuantas tonterías y practican con él su pim, pam, pum dialéctico. Se trata de una táctica que, de hecho, impide el debate: ¿quién va ponerse a discutir con el antipedagogismo si en verdad nadie podría identificarse nunca con el monigote inventado?
En realidad, “pedagogismo” no es más que un constructo conceptual pergeñado por una serie de autores para depositar bajo su manto a todas aquellas pedagogías que no son de su agrado: si no me gusta lo de las competencias, quien quiera que sea el que las defienda será un pedagogista; si a mí me gusta el encerado de toda la vida y tú prefieres la pizarra digital, es que eres un pedagogista.
Semblanzas familiares
Tomaré prestada la metáfora “aire de familia” que proponía Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas. La he usado otras veces pues resulta muy apropiada para vérselas con conceptos un tanto difusos, borrosos o imprecisos como son, de hecho, muchos de los que, mal que bien, funcionan en nuestras ciencias blandas.
El filósofo vienés explica la metáfora poniendo como ejemplo la palabra “juego”:
«Considera, por ejemplo, los procesos que llamamos ‘juegos’. Me refiero a juegos de tablero, juegos de cartas, juegos de pelota, juegos de lucha, etcétera. ¿Qué hay de común en todos ellos? -No digas: ‘Tiene que haber algo común a ellos o no los llamaríamos ‘juegos’, sino mira si hay algo común a todos ellos-. Pues, si los miras, no verás por cierto algo que sea común a todos, sino que verás semejanzas, parentescos y por cierto toda una serie de ellos. Como se ha dicho: ¡no pienses, sino mira!- (…) Y el resultado de este examen reza así: vemos una complicada red de parecidos que se superponen y se entrecruzan. No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión ‘parecidos de familia’; pues es así como se superponen y entrecruzan los diversos parecidos que se dan entre los miembros de una familia: estatura, facciones, color de los ojos, andares, temperamento, etcétera, etcétera.”23
Ya veíamos antes que no está demasiado claro qué es el pedagogismo, salvo, eso sí, que se trata de algo muy, pero que muy, feo y, sobre todo, extremadamente nocivo para la escuela y para la educación en general. De hecho, se da la paradoja de que tenemos más datos concretos sobre el antipedagogismo que sobre el propio pedagogismo. Entre otros motivos, porque sabemos quiénes son los antipedagogistas -ellos mismo se declaran así, criticando a lo que llaman pedagogismo-, pero en cambio no sabemos casi nada de la identidad concreta de los pedagogistas. Yo, por lo menos, no se de nadie que se haya asumido a sí mismo en tanto que pedagogista. Resultará pues mucho más sencillo trazar el “aire de familia” del antipedagogismo que del pedagogismo que combaten.
A continuación, veremos los rasgos más notorios de la familia antipedagogista: sus parentescos i afinidades electivas, sus filias y sus fobias. Todo eso, en el bien entendido de que seguramente ninguno de los rasgos será compartido por todos los miembros de la familia antipedagogista. Esta es, justamente, la gracia y el acierto de la metáfora de Wittgenstein: lo que nos permite caracterizar a esta parentela -aparte de su inquina contra el monigote que ellos mismos han creado- es un conjunto de rasgos que se entrecruzan y se manifiestan con énfasis diferentes. Es lo que ocurre con las familias de verdad: una de las características fisiognómicas de aquella familia es que tienen una nariz prominente, pero unos más que otros, y además resulta que el segundo de los nietos por parte de madre salió mas bien chato; todos adoran las paellas que cocina la abuela, menos aquel yerno displicente que siempre dice que las ha comido mejores…
Veamos pues algunos de los rasgos de la familia antipedagogista.
Catastrofismo del presente, nostalgia del pasado
El catastrofismo es, sin duda, la característica más compartida por los autores antipedagogistas: piensan que el sistema educativo está fatal, que va de mal en peor y que hace agua por todas partes.24 Sus críticas al estado actual de la educación pueden ser muy globales o dirigirse especialmente a algún aspecto nuclear del sistema: el nivel que no para de bajar, la indisciplina y la violencia que campean en los centros de enseñanza, el desprestigio y la desprotección del profesorado, el fracaso rotundo de las nuevas metodologías que se quieren imponer en las escuelas, la nefasta gestión del sistema por parte de políticos, técnicos y supuestos expertos que nunca han pisado una clase…
A esta visión catastrofista del presente escolar le sigue generalmente la nostalgia de un pasado -de incierta localización- que, según el antipedagogismo, atesoraba los valores educativos que ahora se han perdido. “Volver a”, “recuperar” y otros verbos con prefijo “re” (“restablecer”, “recobrar”, “reinstaurar”…) están muy presentes en el discurso antipedagogista. Hay que recuperar la cultura del esfuerzo, la disciplina, el valor del conocimiento por si mismo, la memorización, las clases magistrales; incluso hay quien quiso reponer las tarimas en todas las aulas de su comunidad autónoma25 y quien sigue cantando sus excelencias.26
Decía que el pasado que se reivindica es a menudo de incierta localización pues, salvo algunas excepciones que veremos más adelante, este discurso casi nunca precisa de qué pasado está hablando. ¿Cuales son los tiempos escolares añorados en los que florecían todos aquellos valores que hoy se están perdiendo, si no es que ya se han perdido del todo?: ¿las escuelas de hace trece años y medio, las del franquismo, las de finales del XIX, la mía de cuando yo era pequeño…? En realidad, de lo que a veces se siente añoranza es de unos tiempos educativos imaginados más que conocidos o recordados; un pasado idealizado para desmerecer un presente que juzgan fatal.
El catastrofismo del presente y la idealización de un pasado que hay que recuperar es el nervio del pensamiento reaccionario. Por eso el discurso antipedagogista suele ser un discurso pedagógicamente reaccionario. Pero ojo, porque aquí hay que matizar, pues el antipedagogismo enseguida se ofende si se le califica de reaccionario. Primera matización: calificar algo como reaccionario no es insultar, como no es insultante decir de alguien que es conservador, progresista, de derechas, de centro o de izquierdas, socialista, socialdemócrata, liberal… Sí son insultos algunos de los calificativos que, como veíamos antes, se han dedicado a pedagogos y pedagogistas: matones, marrulleros, sectarios, pedabobos, majaderos…. Segunda matización: cuando afirmo que el discurso antipedagogista suele ser un discurso pedagógicamente reaccionario, hay que fijarse en el adverbio. Sostener posiciones reaccionarias en educación no implica necesariamente sostenerlas también en cuestiones políticas, sociales, económicas o morales. Después volveremos sobre esta cuestión.
La enseñanza secundaria como origen y destino del discurso antipedagogista
El grueso del antipedagogismo proviene de la enseñanza secundaria.27 Eso puede comprobarse fácilmente viendo las credenciales de sus líderes más destacados y de la mayoría de sus seguidores. Algunos están en la universidad, bien sea porque comparten docencia en ambos niveles, o porque dieron el salto hacia los estudios llamados superiores. En cualquier caso, su referencia suele ser la enseñanza secundaria. Son muchos menos los antipedagogistas que profesan en primaria y en educación infantil. Sería interesante preguntarse por qué el antipedagogismo militante ha cundido mucho más entre el profesorado de secundaria que en el de primaria, pero de momento no vamos a entrar en eso.
También hay un antipedagogismo ajeno a la profesión docente. Son algunos escritores, periodistas, tertulianos, opinadores… que se sienten atraídos por los cantos de sirena del hipercriticismo antipedagogista y por unas cuantas de sus aparatosas reivindicaciones: el valor del puro conocimiento, las humanidades que van siendo desterradas de los planes de estudio, etc., etc. Se trata de opinadores que han pisado muchísimas menos aulas que los pedagogos pedagogistas, pero eso, en este caso, a los antipedagogistas no les importa en absoluto, mientras tales opinadores jaleen su discurso y prologuen sus libros.28 Ahora vamos a lo de pisar aulas.
La muletilla: “No han pisado nunca un aula”
Es el estribillo literal que figura en la mayoría de las intervenciones orales y escritas de los antipedagogistas. No sé si han adquirido el copyright de la frase, pero es como una marca de la casa. Con la frase, ya de entrada, pretenden desacreditar y excluir del debate cualquier opinión o propuesta que no provenga directamente de las filas docentes de secundaria. Algunos incluso excluirían la experiencia del profesorado de otros niveles educativos, pues las aulas de primaria o de universidad, según dicen, nada tienen que ver con las de secundaria.
Los antipedagogistas olvidan que la muletilla “nunca han pisado un aula” es pura y simplemente una “petición de principio”. Deberían saber que hay muchos pedagogos que cuentan con una larga e intensa experiencia docente en uno o, incluso, en varios niveles del sistema educativo; que la mayoría de los oficios pedagógicos implican un conocimiento y un contacto directo con la realidad educativa; y que las metodologías de investigación actualmente más en boga (investigación-acción, etnografía educativa, observación participante…) suponen, por definición, estar en las aulas y trabajar colaborativamente con maestros y profesores.
Los antipedagogistas también olvidan que la apelación a la cantidad de veces que se ha pisado una clase no sirve, por sí sola, ni para validar ni para invalidar ninguna idea o propuesta. Claro que “la voz de la experiencia” contribuye a la credibilidad, pero sabemos -también, por experiencia- que esta voz a veces no es más que una coartada para justificar y perpetuar rutinas obsoletas. En realidad, la coletilla “haber (o no haber) pisado aulas” no es más que un argumento ad hominem: “Yo tengo toda la razón, ya que cinco días a la semana estoy en el instituto”; “Tu solo dices majaderías porque nunca has pisado un aula”.
Por otro lado, como ya sugería antes, la barra para medir aulas pisadas que emplean los antipedagogistas tiene un punto chocante, por no decir arbitrario. Cuando se trata de personas ajenas a la docencia que jalean al antipedagogismo (tertulianos, periodistas, prologuista de mi libro, padre o madre de alumno…), el no pisar aulas carece de toda importancia. En cambio, si eres cualquiera de estas cosas pero tus opiniones no gustan al antipedagogismo, el no haber pisado aulas te desacredita de entrada y totalmente. Incluso hay antipedagogistas que exigen un cierto grado de persistencia y de antigüedad pisando aulas de secundaria, pero si eres de los suyos te perdonan el hecho de haber abandonado (incluso definitivamente) las aulas de secundaria para dedicarte a otras aulas (las universitarias) o a otras faenas (escribir libros y dar conferencias contra el pedagogismo, labores sindicales, etc.).
En cualquier caso, toda esta casuística que convierte en tan arbitrario y contradictorio el criterio “haber o no haber pisado aulas de secundaria”, es lo de menos: lo importante es que ni las peticiones de principio ni los argumentos ad hominem sirven en un debate serio y riguroso.
Saber y saber enseñar
Un tic muy compartido en la familia antipedagogista es su insistencia machacona en que para poder enseñar algo es necesario saber previamente este algo: no puedo enseñar el Teorema de Pitágoras si no sé el Teorema de Pitágoras. Desconozco el motivo de tanto insistir en eso, pues no sé de nadie que se haya dedicado a contradecir esta gran verdad de Perogrullo; y si alguien se empeñara en desmentirla, este alguien no solo debería ser relegado al cajón del pedagogismo más ridículo, sino expulsado del jardín del puro sentido común. Me temo que quienes afirman que el pedagogismo defiende tonterías como esta, lo que en verdad hacen es lo que veíamos antes: inventarse un muñeco de feria para poder despotricar fácilmente contra él.
El antipedagogismo a veces también plantea debates -un tanto bizantinos- sobre tal cuestión:
“Si me ponen en tal brete indeseable, prefiero a alguien que sepa mucho aunque no ‘sepa enseñar’ antes que a alguien que afirma ‘saber enseñar’ pero no sabe realmente de nada. Del primero, a malas, algo puedo sacar, pero del segundo solo puedo esperar humo.”29
Creo que el autor de este párrafo, el Sr. Pascual Gil, acierta plenamente al reconocer que se trata de un brete indeseable. Yo añadiría que es un brete también gratuito e innecesario, pues Pascual Gil convendrá conmigo en que lo exigible a un docente es que cumpla bien con las dos condiciones del brete: que sepa de lo que enseña y que sepa enseñarlo. Son las dos condiciones imprescindibles al quehacer docente: la falta de cualquiera de las dos conduce irremediablemente al fracaso.
Tan verdad es que saber mucho cómo enseñar no sirve para enseñar matemáticas si no se saben matemáticas, como que saber muchísimas matemáticas no garantiza para nada saber enseñar matemáticas; y mucho menos en los contextos concretos en los que el profesorado ejerce la docencia: treinta alumnos con capacidades diferentes y no todos, de entrada, deseosos de aprender matemáticas, etc., etc., etc. Y no vale decir que si sabes muchas matemáticas ya irás aprendiendo -por la propia experiencia y por ensayo y error- a enseñarlas bien. Eso sería tomar como conejillos de indias a los pobres alumnos de los docentes primerizos. Es verdad que con el tiempo muchos docentes van mejorando su competencia didáctica, pero por un elemental principio deontológico y profesional, para acceder a la docencia plena se debería garantizar la posesión ya inicial de unos mínimos razonables tanto de saber como de saber enseñar. También hay casos de docentes que, a pesar de una erudición enorme, persisten a lo largo del tiempo en su incapacidad para transmitir la parte de la misma correspondiente al plan de estudios establecido. En unos artículos publicados no hace mucho en esta misma revista, veíamos lo que contaba Josep Pla sobre los catedráticos de bachillerato que le tocaron en suerte. No uno sino casi todos, según el gran escritor ampurdanés, a pesar de saber de sus materias respectivas incluso mucho más de lo preciso, eran del todo ineptos para enseñarlas.30 Lo que define específicamente a la profesión docente (en cualquiera de los niveles y especialidades) no es saber mucho de X, sino saber enseñar bien X;al profesorado no se le paga por ser sabio, sino por saber transmitir parte de su sabiduría en contexto escolar.
En el discurso antipedagogista abundan afirmaciones tajantes como esta del profesor Gil:
“No existe un «saber enseñar» general, abstraído y aplicable a todo, el «saber enseñar» es indisociable del dominio sobre ese «algo» que se enseña.”31
No sé si los antipedagogistas son conscientes de que con este tipo de planteamientos están liquidando, de facto, no ya la Pedagogía y la Didáctica General, sino incluso las Didácticas específicas. Acabamos de reconocer la obviedad de que para enseñar el principio de Arquímedes hay saber el principio de Arquímedes; y de que para enseñar Física hay que saber Física. Pero además de eso, que nadie en su sano juicio se pondría a discutir, resulta que también hay conocimientos (y principios, habilidades, métodos, técnicas, instrumentos…) que se refieren a la enseñanza de la Física en general; y por eso existe la Didáctica de la Física. Y lo mismo en el caso de las otras didácticas específicas. Pero resulta, además, que también existen conocimientos (y habilidades, métodos, técnicas, instrumentos…) que pueden ser válidos para la enseñanza tanto de la Física, como de las Matemáticas o la Historia. Y por eso existe la Didáctica General. Por poner algunos ejemplos que quizá serán del gusto de los antipedagogistas: ¿acaso las clases magistrales no pueden valer para distintas materias?; ¿o el encerado y la tiza, no son instrumentos útiles tanto para enseñar matemáticas, como dibujo o ciencias naturales?; ¿y desarrollar en los alumnos determinados hábitos de estudio o la famosa cultura del esfuerzo no es bueno tanto para la lengua inglesa como para el latín? En cualquier caso, todos los antipedagogistas seguro que estarán de acuerdo en un principio general, universal y aplicable a todos, absolutamente todos, los contenidos y asignaturas: Para enseñar X hay que saber X. Pues bien, como este principio general hay muchos otros que la Pedagogía, la Didáctica y el resto de Ciencias de la Educación se han empeñado en ir descubriendo para que quienes saben X consigan que sus alumnos aprendan mejor X. ¿También eso es pedagogismo?
El antipedagogismo es, sin duda, políticamente plural, pero…
Seguramente es verdad que en las filas antipedagogistas hay de todo, ideológicamente hablando: desde el marxismo más ortodoxo hasta un conservadurismo bien notorio, pasando por otras opciones del espectro político. También estoy convencido de que hay parcelas del discurso antipedagogista que pueden gustar a diferentes partidos políticos. Como se verá en el último artículo de la serie, incluso yo mismo –que me confieso izquierdoso y progresista, mea culpa– coincido con una parte del discurso antipedagogista. Pero esta transversalidad del antipedagogismo (y de la antipedagogía, sin más),32 no quita que quienes más cancha vienen dando a estos discursos sean plataformas y medios de comunicación virados a la derecha. Además, hasta ahora, al menos que yo sepa, sólo hay dos partidos políticos que se han manifestado explícita, oficial y públicamente favorables al discurso antipedagogista: VOX y Aliança Catalana. El primero, por boca de su diputado al Parlament de Catalunya D. Manuel Jesús Acosta Elías, mencionando en sesión oficial del Parlament, positivamente y como “voces autorizadas” a la Fundación Episteme, Xavier Massó, Gregorio Luri o Enrique Galindo.33 Aliança Catalana, por su parte, en el capítulo educativo de su programa oficial para las últimas elecciones al Parlament de Catalunya, reproducía, casi miméticamente y con expresiones incluso literales, lo fundamental del discurso antipedagogista.34
El hecho de que a estos dos partidos ultraderechistas les guste el discurso pergeñado desde el antipedagogismo no convierte, por supuesto, a los antipedagogistas en partidarios de tales formaciones. Si afirmara esto estaría yo mismo incurriendo en los errores argumentales que veíamos antes. Es verdad que a nadie se le puede responsabilizar de las adhesiones que involuntariamente reciba. Lo único que me atrevo a decir al respecto, es que a mí, personalmente, me inquietaría que el discurso educativo de tales partidos coincidiera tanto con el mío. Pero, por supuesto, cada cual es libre de gestionar como desee sus inquietudes.
En el próximo artículo, continuando con el aire de familia del antipedagogismo, veremos sus fobias y sus filias más notorias.
1 Ruiz Paz, M.,Madrid: Grupo Unisón Editores, 2003.
2 Moreno Castillo, R., Barcelona: Leqtor, 2006.
3 Moreno Castillo, R., Madrid: Pasos Perdidos, 2016.
4 Barcelona, Editorial Laertes, 2018, pp. 40 y ss.
5 Tal es el caso, por ejemplo, del Sr. Gregorio Luri.
6 La moda reaccionaria en educación, op. cit., pp. 43 i ss.
7 De todos modos, hay quien aun no se ha enterado del cambio propugnado por los líderes de esta corriente y sigue arremetiendo contra la pedagogía toda. https://www.libertaddigital.com/cultura/2022-04-02/santiago-navajas-contra-pedagogos-6882546/
8 Andreu Navarra, “Miseria del pedagogismo” (comentario al libro de Alberto Royo, Breviario antipedagogista). https://cronicaglobal.elespanol.com/letraglobal/letras/manuscritos/20221101/miseria-del-pedagogismo/715178545_0.html
9 Ibidem. Desconozco si todos los autores citados aquí por Navarra se sentirán cómodos al figurar en esta lista al lado de antipedagogistas tan beligerantes. Pero en este asunto no entraré pues cada cual sabrá con qué compañeros de viaje puede sentirse cómodo o cómoda.
10 https://x.com/andreunavarra/status/1850811723323674704?s=43&t=ipf75jF1x0r3U9PRlw4jGw
11 https://x.com/AndreuNavarra/status/1845167493175775332
12 https://x.com/AndreuNavarra/status/1801510052676641042
13 https://x.com/andreunavarra/status/1862041668465131878?s=43&t=ipf75jF1x0r3U9PRlw4jGw
14 https://x.com/andreunavarra/status/1797150659638075752?s=43&t=ipf75jF1x0r3U9PRlw4jGw
15 J. Alejandro López, “El problema del pedagogismo: entrevista a Alberto Royo”, La Opinión de Murcia, 26/9/2023.
16 Royo, Alberto, “Enseñanza o pedagogismo”, El mundo, 18/8/2022.
17 https://twitter.com/XmaSecundaria/status/1841758772659696031
18 https://xavier-masso.blogspot.com/
19 Xavier Massó, “Ensoñaciones educativas y pesadillas pedagógicas. El pedagogismo no es la solución, sino el problema”, Educatiol Evidence, 20 de mayo de 2024.
20 https://es.e-noticies.cat/opinion/secta-educativa
21 https://ctxt.es/es/20221001/Culturas/41128/pascual-gil-gutierrez-educacion-ensayo-entrevista-profesor-jovenes.htm
22 Después veremos algunas excepciones que confirman la regla.
23 Wittgenstein, L., Investigaciones filosóficas. Barcelona, Ed. Crítica, 1988, pp. 87-88.
24 Hay que precisar que la referencia principal de la corriente antipedagogista es el sistema educativo español, pero, como veremos, hay autores que se refieren específicamente al sistema educativo catalán.
25 Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid. Ver La moda reaccionaria en educación, op. cit., pp. 69 y ss.
26 https://es.fundacioepisteme.cat/2023/09/12/elogio-de-la-tarima/
27 Aclaración importante para que nadie se sienta indebidamente aludido: decir que el antipedagogismo procede mayoritariamente de la enseñanza secundaria, no es decir, ni mucho menos, que la mayoría del profesorado de secundaria forme parte de la familia antipedagogista. No tengo datos, ni creo que los haya, pero diría que la mayor parte del profesorado de secundaria o no comparte el credo antipedagogista o no desea involucrarse en este tipo de debates.
28 En La moda reaccionaria en educación, me refería más extensamente a ellos y citando ejemplos concretos: pp. 23 y ss.
29 https://x.com/PascualGil1/status/1785748169482985576
30 https://diarieducacio.cat/blog/2024/10/09/el-batxillerat-de-josep-pla-i-la-cultura-de-lesforc-1-ladolescencia-de-josep-pla-a-girona/
31 https://x.com/PascualGil1/status/1579461693104873474
32 Ver, por ejemplo, el incendiario artículo, literalmente antipedagógico desde su título, “Contra pedagogos” de Santiago Navajas, publicado en Libertad digital, 2/4/2022. https://www.libertaddigital.com/cultura/2022-04-02/santiago-navajas-contra-pedagogos-6882546/
33 Diari de sessions del Parlament de Catalunya. XV legislatura, segon período, sèrie C, número 36. Comissió d’Educació i Formació Professional Sessió 2, dijous 19 de setembre de 2024, p. 42.
34 Esto lo expliqué en el artículo “Aliança Catalana reprodueix el discurs educatiu més reaccionari”, Diari de l’educació, 7/5/2024. https://diarieducacio.cat/blog/2024/05/07/alianca-catalana-reprodueix-el-discurs-educatiu-mes-reaccionari/ También pueden verse claras coincidencias entre el discurso antipedagogista y el de AC en intervenciones parlamentarias y en las redes sociales de la líder de este partido político, la Sra. Silvia Orriols. Por ejemplo, ver el énfasis crítico que hace esta señora en que a los maestros ahora se les obligue a educar en lugar de enseñar. https://x.com/CatalunyaAC/status/1861716963010990531