Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
Las transformaciones sociales y políticas que estamos viviendo actualmente, y las que se avecinan, han generado un profundo proceso de desideologización que afecta a múltiples ámbitos de nuestra sociedad, especialmente a los jóvenes. Una de sus consecuencias más destacadas es el cuestionamiento de todo lo relacionado con lo público, borrando las fronteras entre esto y lo privado. Este fenómeno representa un riesgo real para la educación y las instituciones educativas, ya que puede conducir a una desconexión del compromiso colectivo y favorecer un modelo basado únicamente en los intereses del mercado.
La educación corre el peligro de convertirse en un espacio regido por la economía, donde los estudiantes son considerados clientes más que ciudadanos. Su valor se mide exclusivamente en términos de consumo y rendimiento cuantitativo. Además, esta dinámica favorece una concepción reduccionista y regresiva del sistema educativo, en la que se entiende la «neutralidad» como un regreso al pasado, y se obvia que dicha neutralidad no existe ni es deseable.
De hecho, esta apariencia de neutralidad sirve a menudo para favorecer determinadas ideologías que no promueven el cambio social, sino que perpetúan desigualdades y dejan a la mayoría de la población en una situación de desprotección. Frente a esta situación, es fundamental reafirmar la educación como una herramienta de transformación social y como un elemento clave en la construcción del bien común, que resiste a la tentación de reducirla a una mercancía.
En un mundo cada vez más interconectado, en el que las redes sociales aceptan las mentiras como verdad y no respetan la diversidad, la educación en valores se convierte en una necesidad imprescindible para construir sociedades más justas, inclusivas y sostenibles. Más allá de la simple transmisión de conocimientos técnicos, las instituciones educativas deben ser espacios en los que las personas aprendan a convivir, a respetar las diferencias, a cuidar del planeta y a actuar con responsabilidad social. Valores como la democracia, la solidaridad, la equidad, la perspectiva de género, la educación ambiental y la paz son fundamentales para afrontar los retos actuales y los que nos esperan en el futuro.
La democracia, entendida no solo como sistema político, sino como práctica cotidiana, es uno de los valores que la educación debe fomentar de manera decidida. La educación democrática nos invita a reflexionar sobre la democracia que queremos para nuestra sociedad y a repensar cómo debemos reinventarla cada día. Formar en ella significa enseñar a participar, a respetar las opiniones ajenas y a resolver conflictos mediante el diálogo. Las escuelas deben convertirse en entornos participativos, donde alumnos, profesores y familias puedan vivir la toma de decisiones colectivas. Esta vivencia refuerza las habilidades críticas y establece los cimientos para una ciudadanía activa y comprometida.
Los valores solidarios también son clave frente a las crecientes desigualdades que atraviesan nuestras sociedades. En un contexto en el que las brechas económicas, sociales y culturales se profundizan, educar en solidaridad implica desarrollar la empatía y el compromiso con las personas más vulnerables. La educación solidaria nos permite crear una nueva conciencia social donde la diversidad del “nosotros” sea una realidad. Proyectos comunitarios, actividades de voluntariado e iniciativas que conecten a los estudiantes con las realidades de su entorno son herramientas prácticas para promover este valor. Así, los estudiantes no solo comprenden el sufrimiento ajeno, sino que también aprenden a transformar esas realidades.
La equidad y la perspectiva de género juegan un papel fundamental en la construcción de una sociedad más justa. En un tiempo en el que persisten las desigualdades de género y otras formas de discriminación, la educación debe ser un espacio para cuestionar estas dinámicas. Visibilizar las contribuciones de las mujeres y los grupos marginados, fomentar relaciones basadas en el respeto mutuo y promover la corresponsabilidad son pasos esenciales para avanzar hacia una cultura de igualdad de oportunidades.
La educación intercultural, que promueve la convivencia en cualquier tipo de diversidad, también es clave. En una sociedad plural, el respeto a la diversidad y el diálogo constructivo entre culturas son fundamentales para garantizar derechos colectivos para todos. Desarrollar una visión pluralista, donde las particularidades y las diferencias sean valoradas, requiere un trabajo educativo profundo.
La educación ambiental es más urgente que nunca. La crisis climática, la pérdida de biodiversidad y el agotamiento de los recursos naturales nos llaman a una educación que promueva el respeto y el cuidado del medio ambiente. La educación ambiental no solo debe transmitir conocimientos, sino también conectar a las personas con la naturaleza y promover prácticas sostenibles. Desde proyectos de reciclaje hasta huertos escolares, es necesario integrar el compromiso ecológico como parte fundamental de la formación integral de los estudiantes. Comprender el impacto de nuestras acciones sobre el planeta es esencial para formar ciudadanos comprometidos con un desarrollo sostenible.
Y, la educación para la paz es un valor indispensable en un mundo marcado por conflictos y violencia. Educar para la paz significa enseñar a resolver los conflictos sin violencia, fomentar el diálogo intercultural y desarrollar la capacidad de empatizar con los demás. La paz no es solo la ausencia de guerra, como pretenden algunos políticos, sino la construcción activa de relaciones basadas en el respeto, la justicia y la cooperación. Las escuelas pueden ser laboratorios de paz, donde los estudiantes aprenden a construir un mundo más seguro y armonioso.
La educación en valores no es un lujo ni un tema secundario, sino un elemento esencial para afrontar los retos que nos esperan. Formar personas en democracia, solidaridad, equidad, género, sostenibilidad y paz no solo transforma a las personas, sino también a las sociedades. Si queremos un futuro más humano, justo y sostenible, debemos apostar por una educación que enseñe no solo a saber, sino también a ser, a convivir y a transformar.
La educación debe ser capaz de proporcionar herramientas para alcanzar una mayor independencia de juicio, deliberación y diálogo constructivo. Debe permitir transformar las relaciones entre las personas según las nuevas sensibilidades —interculturales, medioambientales, solidarias e igualitarias— que están siendo cuestionadas por determinadas ideologías.
La mejora de la sociedad solo será posible cuando todos los que trabajamos por un mundo mejor integremos estos valores en nuestro comportamiento. Como proponía Hannah Arendt (1997)1, debemos procurar que la educación haga que una pluralidad de personas se convierta en una comunidad de ciudadanos, más que en una masa de individuos obedientes y disciplinados.
1 Arendt, H. (1997), ¿Qué es política? Barcelona. Paidós.