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El secuestro de la atención
La foto de toma de posesión de Donald Trump en enero de 2025, rodeado de los multimillonarios dueños de los imperios digitales es obscena y elocuente. Representa el indisimulado poder social, económico y político, en manos de cuatro oligopolios privados que dominan las interacciones humanas en la era digital del siglo XXI. Cada día se confirma que la influencia de las pantallas, IA y redes sociales en la vida cotidiana es mucho más decisiva y sutil de lo que habitualmente suponemos. Constituyen las vías por las que (casi) todos nos desplazamos, guiados por algoritmos complejos y opacos. Se han convertido en la nueva plaza pública, un mercado universal de producción, distribución y consumo, siempre accesible, que ofrece una amplia gama de productos, servicios y relaciones, cuya vertiginosa evolución reta y supera la capacidad social para su control y regulación democrática. Miles de millones de personas interactúan a diario en esta telaraña y pocos comprenden su estructura, funcionamiento y efectos.
Tres olas digitales han irrumpido y modificado de manera sustancial el panorama mundial y la vida cotidiana en estos 25 años del siglo XXI. La ola de internet emerge a finales del siglo xx como un espacio de libertad, creatividad y democratización. Eran tiempos de tecnoptimismo. Se alzaban prometedoras expectativas sobre su potencial para conectar a las personas, difundir información y empoderar voces que tradicionalmente habían estado marginadas.1 Treinta años después, la esperada democratización de la información ha dado paso a la desinformación intencionada y a la manipulación inadvertida o descarada. El diálogo y el encuentro sin fronteras han derivado en gran medida en polarización, lenguaje tóxico, odio y posverdad, exacerbados por ideologías y políticas radicales de extrema derecha en gran parte del mundo.2
La ola de los teléfonos inteligentes. Sin embargo, es la aparición del iPhone (2008) y la universalización vertiginosa de los teléfonos inteligentes (2009), la que convirtió las redes en la formula definitiva de las relaciones sociales digitales, generando una web dinámica, universal, permanente y adictiva en el bolsillo de cada usuario y en las manos de cada adolescente. En este contexto, los ciudadanos en general, pero especialmente los adolescentes y jóvenes, han encontrado en plataformas como Instagram, Snapchat, YouTube, X, TikTok, Facebook y WhatsApp… el medio decisivo para informarse, expresarse y relacionarse en la segunda década del siglo XXI. Dos aspectos parecen relevantes para entender su potencial adictivo: en primer lugar, la comercialización y monetización de todos los datos que en ella se intercambian se ha convertido en el oro blanco del siglo XXI. Un valor añadido de extraordinaria importancia ya que constituyen la materia prima para la publicidad comercial, la propaganda política y el entrenamiento de las inteligencias artificiales.3 La preocupación más apremiante, en mi opinión, es que esta plaza pública virtual, privatizada y presente en la mayoría de los países y en la que muchos usuarios invierten entre 6 y 8 horas diarias, está monopolizada por un reducido grupo de corporaciones privadas (Google, Amazon, Apple y Microsoft) de un solo país, EEUU, que imponen en el espacio virtual sus propias reglas y códigos, ofreciendo un entorno de información y comunicación más vivo y atractivo que la prensa, la televisión o la radio.
En segundo lugar, la sorprendente eficacia de la comunicación digital. Las redes sociales emplean inteligencia artificial y vastos archivos de datos para crear perfiles psicológicos detallados y completos de cada usuario, lo que les permite identificar y explotar los aspectos más vulnerables de su personalidad: deseos, miedos, debilidades, sueños y propósitos, tanto conscientes como subconscientes. Estos sistemas operan con una eficacia implacable: no descansan, no olvidan y perfeccionan su control a través del aprendizaje constante. Su objetivo no es el bienestar del usuario, sino maximizar el tiempo de pantalla (Rivera, 2025, DiResta, (2024), generando ciclos de intensa dependencia psicológica, porque cuanto mejor te conocen, más te controlan, utilizando tus propios datos, incluso, en tu contra.
Siendo tan determinantes en la vida actual de los ciudadanos de todo el mundo, me parece imprescindible analizar su naturaleza, sentido y funcionamiento. Dos son a mi entender los componentes más sustanciales y mutuamente interdependientes: su configuración sintáctica y su orientación semántica, cuidadosamente diseñadas y alimentadas para atrapar a los usuarios en aras del mayor beneficio económico de sus propietarios.
Una sintaxis atractiva y pegajosa. Apoyándose en el conocimiento de que la conducta humana más básica se moldea por sus consecuencias, por las recompensas, las redes sociales operan como una inmensa «caja de Skinner digital», donde likes, selfies, emoticonos y scroll infinito actúan como reforzadores conductuales, aprovechando la naturaleza adictiva de la validación instantánea. Con este propósito, las redes deben explotar una interacción dominada por la espectacularidad, la brevedad, la velocidad y la primacía audiovisual para atrapar, sorprender y conmover. Así, la comunicación en redes se nutre cada vez más de eslóganes simples y atractivos, junto con creaciones audiovisuales breves, espectaculares y contundentes. La rapidez en la mirada y la velocidad de la escucha se han normalizado de tal modo que es habitual reproducir contenidos a doble velocidad para ahorrar tiempo (Haidt, 2024).
Otra de las características más relevantes de esta sintaxis adictiva es la distracción constante, causada por notificaciones, sonidos, luces y alarmas, que inunda el entorno y los dispositivos, debilitando nuestra capacidad de concentración, pensamiento reposado y diálogo atento. Mención especial merece el scroll -desplazamiento- infinito, que representa un bucle interminable de consumo cautivador. Su creador, Ada Raskin, llegó a lamentar los efectos de su invención, calificándolo como auténtica “cocaína conductual”, por su poderoso potencial para activar la dopamina y generar hábito y dependencia. El scroll infinito supone, con facilidad, el enganche infinito.
Una semántica neoliberal, polivalente, invisible y extrema. En aras del beneficio, las plataformas y las redes priman no solo las formas espectaculares y atractivas, sino también los contenidos extremos que hurgan en las emociones más sensibles del ser humano. Entre los rasgos más definitorios de la semántica que se comunica a través de las redes voy a destacar los siguientes:
Construcción de relatos: El contenido semántico que triunfa en las redes, no son los datos, ni las ideas, ni los hechos aislados, sino los relatos atractivos, sugerentes y relevantes. El relato es una secuencia emocional, una narrativa moral, que pretende dotar de sentido a los datos y a los hechos. El relato exige más lealtad emocional que comprensión intelectual, (Rivera,2025), porque más que informar selecciona, oculta, prioriza, embellece o deforma, en función de los intereses del emisor. Con este propósito, la semántica de las redes apela a las emociones como el factor determinante de la conducta habitual de los seres humanos y de manera más potente en los más jóvenes.
Una de las consecuencias de este predominio del relato y su componente emocional es la Banalización como rasgo epistémico del contenido que se intercambia en las redes. El predominio de las emociones sobre la razón, de las opiniones sobre los hechos y del espectáculo sobre el debate riguroso, conforman una cultura poco propicia al desarrollo del pensamiento reflexivo, argumentado y contrastado. Actúan como arquitectos del pensamiento ligero (Fisher,2023), al difundir, en general, discurso precocinado, espectacular, llamativo, capaz de atrapar la atención con independencia de su valor ético o epistémico. Los influencers más atractivos para la juventud no son los científicos, ni los pensadores, ni siquiera los artistas.
Por otra parte, los algoritmos de recomendación y el bucle de retroalimentación por validación social, que fomentan las redes, aíslan, intelectualmente, a los usuarios en burbujas ideológicas y culturales, que refuerzan las propias creencias y dificultan la apertura de horizontes intelectuales, así como la comunicación dialógica. Como ya analizó detenidamente Pariser en 2017, con demasiada frecuencia se convierten en espejos disfrazados de ventanas, aprovechando nuestros sesgos de confirmación y familiaridad. Podría afirmarse que las redes te adoctrinan con tus propias ideas, porque repiten lo que crees.
Aprovechando el vínculo emocional y la necesidad humana de identidad y pertenencia, estas burbujas se convierten en un caldo de cultivo propicio para el sectarismo, la polarización y el tribalismo extremista. En este magma social es fácil comprender la polarización irresistible del panorama político en el mundo actual entre un “nosotros” y un “ellos”, que desata y amplifica los instintos de odio y violencia, ¡A por ellos, oe,oe,oe!, en una secuencia peligrosa y difícil de parar: odio, violencia y tragedia. Cuanto más odio se traslada en la red más audiencia y más rédito, (Gutiérrez-Rubí, 2025).
Es evidente que en las redes circula todo tipo de ideologías y posiciones políticas, pero, para sorpresa de muchos, la tendencia mayoritaria es la difusión de posiciones ultraconservadoras, cuyos mensajes simples y emotivos se adaptan mejor a la sintaxis del medio digital. Susurran y diseminan la doctrina invisible del neo o ultraliberalismo, un coctel de posiciones ultraliberales en la económico, ultraderechistas en lo político y reaccionarias en lo social, (Monbiot y Hutchison, 2025). Aunque no queramos acabamos escuchando los mensajes más repetidos y a quienes más gritan. Lo más perverso es que ahora todos, en cierta medida y en nuestra vida cotidiana, somos neoliberales, invadidos por esta omnipresente ideología hecha carne, arraigada en hábitos, de narcisismo, consumismo y competitividad, con el señuelo o la quimera imposible de que todo el mundo es libre para llegar a ser el número uno.
Otra de las manifestaciones más corrosivas de la deriva extrema de la doctrina invisible ultraliberal es la normalización de la desinformacion y la postverdad. El término postverdad incorpora la intencionalidad de engañar, utilizando verdades, medias verdades, bulos, mentiras y calumnias. En la era de la postverdad ya no importa que algo sea verdadero o no, se entierra la verdad entre toneladas de basura informativa. Los datos, las evidencias y la argumentación son intercambiables, “alternativos”. Internet y las redes sociales no premian la verdad, sino el número de seguidores y la necesidad de reafirmar nuestra pertenencia a grupos sociales que validan desde fuera nuestra identidad4. Como podemos ver cada día en la política española, por ejemplo, se crea una atmósfera irrespirable de desinformación, hechos alternativos, falsedad e indignación, que conduce a la apatía y el descrédito de la política, porque en un escenario de fango generalizado, todos son lo mismo. En este clima irrespirable de normalización de la postverdad como estrategia política, la diana de los centros de poder se sitúa ahora en los pocos reductos de la sociedad donde puede cultivarse el pensamiento crítico, libre y reflexivo: el periodismo profesional, la educación, las ciencias, las humanidades, las artes y las universidades. Más que los aranceles, la purga ideológica emprendida por Trump, desde el comienzo de su segundo mandato, es un ejemplo palmario de esta implacable estrategia totalitaria de corte neofascista.
En resumen, la semántica que difunde la telaraña digital, de manera mayoritaria, es la semántica dominante en el escenario ultraliberal contemporáneo -volátil, incierto, complejo, polarizado y diseñado para persuadir-, pero potenciada de manera exponencial por su poder digital. Los propietarios de las poderosas redes y plataformas digitales, que defienden en la actualidad la doctrina invisible del neoliberalismo más salvaje, tecnofeudalismo según Varoufakis, (2024), tienen muy claro que hay un poder hoy más decisivo que el institucional y mediático y es el poder silencioso de los influjos digitales, la telaraña virtual, que diseminan las redes y plataformas y que influyen de manera tan decisiva en el comportamiento social y político de los ciudadanos, (Monbiot, y Hutchison, 2025).
La ola de las Inteligencias artificiales. A finales del 2022, irrumpe poderosa la inteligencia artificial generativa (IA), ofreciendo sistemas de conversación natural, que asombran y asustan. Sumergidas en las salas de máquinas de todas las redes y pantallas, las IA precipitan un salto cualitativo de extraordinaria magnitud en la telaraña digital, porque están modificando, en muy breve espacio de tiempo y de manera radical y universal, las formas de vivir, sentir y pensar de los seres humanos (Hao, 2025). Como apunta Floridi, (2024), quien no se encuentre perplejo ante la revolución digital de las IA es que no ha captado aún la magnitud de su potencial e influencia. Nos encontramos ante un nuevo y decisivo capítulo de la historia de la humanidad. Las IA pasan de almacenar y registrar información a crearla. Aprenden por sí mismas, mediante ensayo-error-refuerzo y ya son capaces de imitar y simular, de manera cada vez más perfecta, el lenguaje, el razonamiento, las emociones y los sueños humanos.
Sus extraordinarias potencialidades pueden utilizarse evidentemente para el bien y para el mal. Es esta, para mí, una amenaza decisiva, cuando su desarrollo y explotación actuales se encuentran en manos privadas, en contados, poderosos y omnipresentes oligopolios, que amenazan no solo la soberanía de los estados nación, sino que, de manera muy evidente desde el segundo mandato de Trump, retan la posibilidad y viabilidad de una gobernanza mundial realmente democrática. ¿Cómo una herramienta tan poderosa e influyente, que puede convertirse incluso en imponente arma letal, puede ser de propiedad privada? (Pérez Gómez, 2024).
Dos son, a mi entender, los efectos sociales más preocupantes de esta telaraña digital: el deterioro de la salud mental de los adolescentes y la erosión progresiva de la convivencia social, la cultura y las instituciones democráticas. El vertiginoso deterioro de la salud mental de los jóvenes, lamentablemente, se encuentra bien documentado por una abrumadora cantidad de investigaciones que convergen en conclusiones similares.5 La adolescencia contemporánea, primera generación con un móvil inteligente en el bolsillo, aparece como la etapa humana más vulnerable a la influencia de las redes digitales, sufriendo de manera muy especial, trastornos de ansiedad, estrés, depresión y adicciones que modifican sus delicados sistemas de recompensa. Cómo expone con detenimiento Fisher, (2023), en la segunda década de este siglo, el deterioro de la salud mental de la generación de 18 a 25 años se ha incrementado en un 139%, mientras que en los mayores de 50 años el aumento ha sido de apenas del 8%. Sin referentes adultos cercanos y competentes en este novedoso entorno, los adolescentes, más que nativos digitales, deberían considerarse huérfanos digitales. El prestigioso psiquiatra francés, Desmurget, (2025), se atreve a afirmar, apoyado en datos, que es la primera generación que no supera el cociente intelectual de sus progenitores.
El segundo de los efectos más sustanciales y preocupantes hace referencia al deterioro de la convivencia social democrática. Las redes y plataformas digitales se encuentran en la actualidad infectadas de postverdad, la desconfianza, la polarización y las posiciones extremas. Encubierto en la oscuridad de algoritmos complejos y opacos, el extremismo de ultraderecha explota el malestar y la indignación de esta época de crisis enlazadas, ofreciendo al usuario un espacio de presunta rebeldía y libre opinión, concebida la libertad como el derecho subjetivo ilimitado, incluso para mentir, calumniar y manipular. En esta atmósfera de infoxicación, el cuestionamiento de la democracia y el auge de alternativas más autoritarias emerge con fuerza, en particular entre la juventud6.
Junto con la urgente necesidad de establecer las regulaciones y normativas nacionales e internacionales necesarias, la clave para afrontar estos extraordinarios desafíos de la telaraña digital y garantizar el control humano sobre la producción de superinteligencias vuelve a ser, en mi opinión, la educación. ¿Qué ha ofrecido y ofrece, la escuela contemporánea a los ciudadanos del siglo XXI para enfrentar estos retos?
El rescate educativo de la atención. El valor y los desafíos de una pedagogía educativa
Es precisamente en estos escenarios de penumbra y turbulencia tecnológica, política y social cuando, en mi opinión, ha de emerger con más fuerza la singularidad de una pedagogía educativa. Como ya he desarrollado en diferentes ocasiones (Pérez Gómez, 2012, 2021, 2024), concibo la pedagogía educativa, que se propone favorecer la autonomía y el desarrollo completo de la personalidad de cada sujeto, como la ciencia y el arte de ejercer la influencia sobre el aprendizaje y desarrollo del aprendiz, precisamente para ayudar a que el sujeto humano, como individuo y como grupo, descubra, identifique y autorregule libre y conscientemente los influjos múltiples que recibe. La pedagogía educativa se propone, por tanto, fomentar en cada quien el desarrollo de una personalidad culta, sabia y solidaria, que le permita el diseño y desarrollo de su propio y singular proyecto de vida como persona, ciudadano y profesional.
Me parece grave y me apena que la pedagogía haya ofrecido hasta el presente tan escasas iniciativas para responder a las exigencias de ninguna de las tres olas digitales de los últimos 30 años. En estas dos últimas décadas, los docentes hemos asistido, perplejos y confundidos ante el vértigo de unos procesos que invadían la vida de los aprendices, secuestrando su atención y condicionando su aprendizaje, sin recursos ni respuestas adecuadas a unos retos que desbordaban el curriculum oficial y los modos habituales de enseñar y aprender, convirtiendo la escuela convencional en un dispositivo obsoleto, de escasa relevancia. También la pedagogía ha vivido descolocada este fenómeno arrollador, sin la requerida y sistemática investigación e innovación específica. Poco hemos sabido ofrecer desde la pedagogía, a las alucinaciones, miedos y ansiedades de aprendices y familias, porque el fenómeno digital nos ha inundado y desbordado, dejándonos sin respuestas adecuadas hasta que comenzamos a observar sus efectos nocivos en el desarrollo individual, en el bienestar social y en el deterioro de las instituciones democráticas. Es cierto que la pedagogía no puede garantizar los resultados deseados, pero sí puede procurar las mejores condiciones en términos de escenarios, personas, relaciones, contenidos, medios, procesos y experiencias de enseñanza y evaluación que faciliten alcanzarlos.
Para rescatar la atención en este escenario híbrido tan polarizado y diseñado para persuadir, se ha de afrontar la alfabetización digital como el conocimiento crítico de sus fundamentos, sus modos de funcionar y sus consecuencias esperables. Es decir, potenciar la autonomía del sujeto implica ayudarle a transitar desde su conocimiento cotidiano, intuitivo, automático y subconsciente, adquirido por asociación en la vida diaria, al pensamiento consciente, reflexivo, práctico, crítico y creativo que, de manera deliberada y consciente, analiza, distingue, relaciona, comprueba y rectifica (Kahneman, 2015, Pérez Gómez 2017). Esta transición requiere ayudar a cada aprendiz a desarrollar tanto su capacidad de observar, analizar y evaluar la propia experiencia –teorizar la práctica-, como el movimiento complementario -experimentar la teoría-, es decir, construir de forma gradual, consciente y con parsimonia los nuevos hábitos cognitivos y emocionales que le permitan dirigir y gestionar su atención, controlar los propios procesos de pensamiento y toma de decisiones, inhibir los impulsos no deseados y distanciarse de los deseos y recompensas adictivas inmediatas. Así pues, la pedagogía educativa no se propone cambiar el mundo sino ayudar a cada aprendiz a que forme de manera consciente, informada y dialogada los componentes complejos de su personalidad -conocimientos, habilidades, actitudes, emociones y valores-, sus recursos de comprensión, toma de decisiones y actuación.
Lejos del determinismo encantado, rápido y automático que se desprende de las redes, la pedagogía educativa apuesta por procesos y espacios de construcción lenta y progresiva, en la confianza de que la inteligencia reflexiva puede transformar las intuiciones, deseos y emociones, biológicamente condicionados, regulando su intensidad, inhibiendo su expresión y modificando su estructura afectiva, en el contexto saludable y estimulante de una atmósfera de cooperación y descubrimiento.7 A este respecto, conviene recordar las investigaciones de Csikszentmihalyi (2005) sobre el estado de flujo, donde el ser humano es capaz de vivir momentos intensos y extensos de concentración absoluta, ajenos a estímulos y distracciones externas y a recompensas de reforzamiento inmediato.
En definitiva, supone adoptar como propósito esencial y prioritario de la escuela educativa, enseñar y aprender a pensar y actuar de manera disciplinada, crítica, honesta y creativa, sobre los problemas auténticos y los contextos reales que preocupan e intrigan al aprendiz en el escenario de sus vivencias. Potenciar una cultura de la búsqueda de la verdad, de honestidad intelectual, de experimentación, de ensayo y error, de cuestionamiento, duda, validación y rectificación, pero de manera muy especial una cultura de tolerancia cero a la mentira intencionada, al engaño y a la manipulación. En un mundo de postverdad normalizada, que devalúa la verdad, ser honesto contigo mismo es un acto valioso de rebeldía y un principio ético irrenunciable que debe cultivarse en la vida escolar, (Marina, 2025).
Hay, a mi entender, una condición política previa a la intervención pedagógica, que aparece como un requisito imprescindible: el control democrático de los complejos y poderosos entornos virtuales, regulando las iniciativas privadas y suprimiendo los oligopolios digitales, tecnofeudales, que se resistan a dicha regulación democrática. Un servicio tan básico e imprescindible no puede abandonarse al capricho del mercado. El acceso a internet ya no es una elección, sino un bien tan esencial para la vida de la mayoría de las personas como la sanidad o la educación. La desprivatización ha de aspirar a la creación de un internet gobernado por y para las personas, no por el dinero, es decir, modelos de propiedad pública, cooperativa, crítica y democrática de IAS, redes y pantallas.
Construir IA educativas
Ante este panorama de asombro por sus potencialidades y vértigo por la inmensa amenaza de descontrol, desde la pedagogía, las Ciencias de la Educación, debemos asumir la responsabilidad de indagar y experimentar las posibilidades de utilización educativa de las IA como poderosas herramientas pedagógicas, como asesores y agentes a disposición de los aprendices y de los docentes. Su presencia constante e incansable, su competencia científica y su actitud positiva para facilitar y apoyar el aprendizaje educativo las puede convertir en aliadas indispensables en toda la travesía formativa. Con este propósito, la formación y entrenamiento de las IA ha de apoyarse en tres pilares fundamentales complementarios: Una epistemología informada, crítica y humilde; una ética transparente, democrática y solidaria y una pedagogía socrática, plural, sensible y creativa.
Una epistemología informada, crítica y humilde. La búsqueda incesante del ¿Qué? y del ¿Por qué?
Las herramientas de inteligencia artificial educativas deben ser diseñadas y entrenadas para promover el pensamiento crítico, incluyendo al menos los siguientes principios (Kuenerz, 2025, Vazquez, 2025, Rivera, 2025, Marina, 2025):
-identificar y valorar la información adecuada para comprender los problemas relevantes;
-situar los hechos y los textos en su contexto y su génesis;
-entender el conocimiento científico como una representación de la realidad, que se construye y acumula, siempre revisable y cuestionable pero fundamentada, sin sucumbir al relativismo absoluto ni al nihilismo del todo vale;
-reconocer el carácter sistémico y complejo de la realidad y comprender que el todo es más y distinto a la suma de las partes;
-asumir el carácter holístico de la naturaleza humana, constituida por componentes cognitivos y afectivos, conscientes y subconscientes, en permanente interacción;
-abordar la causalidad de forma plural, dinámica y circular, promoviendo la exploración más allá de las apariencias superficiales;
-fomentar el diálogo, el contraste y la experimentación compartida, de modo que se superen los sesgos cognitivos y las limitaciones del solipsismo;
-cultivar una actitud epistémica de humildad, que reconozca la naturaleza vulnerable, inacabada e impredecible del ser humano, y que rechace posturas de sectarismo, arrogancia y dogmatismo;
– considerar las creencias como hipótesis a validar, no como verdades a proteger, pues el verdadero pensamiento crítico comienza con ser crítico con nuestro propio pensamiento;
– evitar el sesgo de confirmación, aceptando y buscando información que contradiga las propias creencias y rompa las burbujas y cámaras de espejo que fomenta la telaraña digital.
Una ética transparente, democrática y solidaria. La búsqueda compartida del ¿Para qué?
Como destacan, Floridi (2024), Cortina (2024) y Gawdat, 2025) en sus obras recientes, los problemas éticos que plantea la utilización de estas poderosas herramientas superinteligentes constituyen, a la vez, el eje y talón de Aquiles de su posible utilización educativa. ¿Será posible incorporar en las IAs una ética universal que lleve el dialogo intersubjetivo e intercultural entrañado en su seno?
La clave radica en alimentar su «funcionamiento autónomo» con principios que garanticen el respeto absoluto a los derechos humanos, así como un decálogo deontológico que podría inspirarse, por ejemplo, en las célebres leyes de Asimov para la robótica, adaptado a las exigencias educativas. Principios éticos que armonicen la complementariedad de la autonomía personal y la interdependencia solidaria, el territorio del YO-NOS, la reciprocidad equitativa, diferenciando e integrando los espacios de lo íntimo, lo privado y lo público. Un espacio sin duda contracultural respecto a los influjos que provienen de la atmosfera polarizada y toxica que alimentan las redes y la vida política contemporánea. Que las nuevas generaciones tengan, al menos en la escuela, un tiempo prolongado y reposado de experimentación de escenarios sociales saludables y de confianza, de explorar las posibilidades del YO-NOS, fomentando a la vez la singularidad y la cooperación, el debate, el disenso y la conversación sosegada y respetuosa. Hablamos de un nosotros universal, plural e inclusivo, como capital humano por explorar, potenciar y cuidar. Una nueva forma de entender la supervivencia y la convivencia en favor del bienestar común, del cuidado mutuo, más allá del hiperindividualismo egoísta del capitalismo salvaje, neo o ultraliberal del nosotros contra ellos.
Una ética compasiva y universal, que no acepta que los fines justifiquen los medios. Que concibe los medios pedagógicos como principios de procedimiento -a la manera de Stenhouse-, como ejes metodológicos que reflejan y encarnan los valores fundamentales de los propósitos educativos. Los valores traducidos en virtudes prácticas según proponía Aristóteles.
En todo caso, y aún dotadas con la búsqueda del bien y la verdad, inscrita en su código, así como en las bases de datos con las que se entrenan (ciencias, humanidades y artes…), las IAs educativas deben, por el momento, operar como entidades heterónomas, con autonomía funcional limitada, bajo la supervisión de los docentes, quienes representan la última instancia de la autonomía humana y de la responsabilidad en el ámbito educativo.
Una pedagogía socrática, plural, sensible y creativa. La experimentación reflexiva y vivencial del ¿Cómo?
Lejos de posturas dogmáticas, sectarias y excluyentes, que a menudo han permeado el ámbito pedagógico, considero imprescindible cultivar en las IAs educativas un sano escepticismo y un sutil sentido crítico. En consecuencia, no propongo metodologías pedagógicas concretas y cerradas, sino ejes metodológicos abiertos, complementarios e inspiradores, sometidos a debate y experimentación. Ejes metodológicos que operan en el territorio del pensamiento probabilístico, porque entre el blanco y el negro, como posturas dicotómicas y en conflicto, es fácil encontrar un amplio espectro de matices grises que resultan pedagógicamente enriquecedores, (Pérez Gómez, 2021 y 2024). Entre estos ejes metodológicos me permito destacar los siguientes:
– No confundir la pedagogía y la política. La educación tiene un inevitable componente político, pero la pedagogía educativa, no doctrinaria, no impone, sino que provoca y fomenta la reflexión y el dialogo permanente, libre y consciente. La política se propone diseñar y cambiar el mundo, la pedagogía formar personas autónomas, sabias y solidarias.
-Armonizar la atención personalizada con el fomento de la cooperación. Explorar el territorio del “Yo-Nos”.
– Estimular la experiencia activa y la contemplación reflexiva.
– Asumir la naturaleza holística e inclusiva de toda pedagogía educativa. Toda la persona -conocimientos, habilidades, emociones, actitudes y valores- y todas las personas.
– Buscar el equilibrio entre la duda y la afirmación/refutación experimental.
– Compatibilizar el desarrollo de habilidades y disposiciones con la construcción de conceptos en la elaboración de modelos informados del mundo.
– Promover el equilibrio entre escenarios virtuales y presenciales en un proyecto hibrido e integrado.
Las IA educativas como asistentes socráticos
Formadas y entrenadas en estos ejes y alimentadas con el mejor y más actualizado conocimiento disciplinar e interdisciplinar, el mejor conocimiento didáctico y el mejor conocimiento psicopedagógico disponibles, tanto teórico como aplicado, las IAs educativas podrían desempeñar un papel privilegiado como asistentes y tutores socráticos personalizados, (Pérez Gómez, 2024). Podrían calificarse de socráticas, si su manera de tutorizar emulara los planteamientos pedagógicos de Sócrates, que en modo alguno se limitaban a proporcionar información y respuestas, sino a comprender al aprendiz y a situarle siempre en la frontera de su conocimiento, desafiándole fuera de su zona de confort, de su desarrollo próximo, planteándole interrogantes comprometidos y retadores, para estimular la continuación del pensamiento, la conversación, la argumentación y la formulación de propuestas de intervención. En definitiva, es socrático si promueve la duda, el debate y la reconstrucción permanente de los conocimientos, habilidades y actitudes del aprendiz, los supuestos básicos de sus automatismos prácticos cotidianos, sus creencias y sus modelos de mundo.
La IA, como tutor socrático, no debe reemplazar el trabajo de estudiantes y docentes, sino acompañarlos en el proceso continuo de indagación y acción. Su función es interactuar con el aprendiz, no sustituirlo. La IA permite proporcionar a docentes, estudiantes y familias las huellas del proceso de aprendizaje y la colaboración con la tutoría virtual, en la medida y en los términos estipulados en un contrato pedagógico consciente y voluntario. Las IAs educativas no roban el protagonismo al profesorado, sino que lo potencian, ofreciéndole poderosos y solidos recursos para afrontar en mejores condiciones los complejos retos contemporáneos. Pueden suponer una ayuda inmejorable para diseñar experiencias, lecciones y planes, monitorizar el progreso de cada individuo, grupo o clase, para devolver comentarios y feedback en tiempo real y proponer alternativas de mejora bien fundamentadas. Empoderan a los educadores para comprender mejor cómo apoyar plenamente a sus estudiantes. (Mollick, 2024)
Así concebidas, pueden contribuir a conseguir grados más elevados de igualdad, equidad e inclusión al actuar como asistentes para cualquier estudiante con conexión a internet, en cualquier parte del mundo, en cualquier momento y sobre cualquier tema.
Por otra parte, la IA educativa también puede actuar como coach y amigo/a personal. Es fácil entender que una compañía de esta naturaleza, competente, empática, humilde y programada para ayudarle sin juzgar, puede llegar a ser un confidente valioso, para conversar y compartir sus propias ilusiones, temores, grandezas y miserias. Siempre y cuando seamos capaces de garantizar la equidad en el acceso, proteger la privacidad de los datos y fomentar un ambiente de aprendizaje que priorice el pensamiento crítico y la participación activa y solidaria en el escenario virtual y sobre todo en el escenario presencial.
Desde esta perspectiva, sería prudente considerar las IAs educativas no solo como herramientas innovadoras, sino como genuino patrimonio educativo de la humanidad; un legado compartido multi e intercultural que se pone al servicio de todos los seres humanos, enriqueciendo nuestras vidas y ampliando nuestros horizontes.
Este nuevo y poderoso relato en educación concibe la infancia y la adolescencia como el invaluable tesoro de la humanidad, con el docente desempeñando el papel de tutor cercano, que cultiva con mimo su crecimiento. Para lograrlo, es fundamental contar con un profesional colaborativo (YO-NOS), respetado y admirado, que posea elevadas competencias académicas, culturales, éticas y socioemocionales, enamorado del saber y apasionado por ayudar a aprender, con la capacidad y el deseo de aprender en cooperación a lo largo de toda su vida profesional. Solo así podrá enfrentar los asombrosos desafíos educativos de un entorno, tanto presencial como virtual, cada vez más rico, complejo y conflictivo, que evoluciona a velocidad vertiginosa.
Referencias
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Castells, M. (2001). The Internet Galaxy: Reflections on the Internet, Business, and Society. Oxford University Press.
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Shirky, C. (2012). Excedente cognitivo: Creatividad y generosidad en la era conectada. Deusto.
Varoufakis, Y. (2024). Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo. Deusto
Vázquez, M. (2025). Sabia Mente: Sabiduría práctica para la vida moderna. Salud salvaje.
Yarvin, C. (2025). Gray Mirror: Fascicle I: Disturbance. Passage Publishing.
1 Pueden consultarse al respecto los trabajos de Castells, 2001, Lessig, 1999, Shirky, 2010.
2 Ver las aportaciones de Fisher, 2024, Haidt, 2024 y Gurtierrez-Rubí, 2025.
3 Pueden consultarse al respecto los análisis que ofrecen Rot, 2023; Hao, 2025, Hari, 2023, Byung Chul Han 2022
4 Pueden consultarse al respecto las aportaciones de Fisher, 2023 y Rivera 2025.
5 Pueden consultarse al respecto los trabajos de Murthys, 2021, Hauguen, 2023, Haidt, 2024, Fisher, 2023, Desmurget, 2025, Jarvis, 24; Rojas Estapé, 2024, Bates, 2023.
6 Según el CIS, hasta un 38% de los españoles entre 18 y 24 años, no les importaría vivir en un régimen poco democrático si eso implicara tener una vida mejor. Pueden consultarse al respecto los interesantes trabajos de Rot, 2023, Yarvin, 2025 y Vázquez, 2025.
7 Pueden consultarse desarrollos más detenidos de estas ideas en Marina, 2025; Rojas Estape, 2024, Pérez Gómez, 2021).


