Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
Continuamente escuchamos que todo es cuestión de educación. Pero ¿De qué educación hablamos? ¿De la que se recibe en las familias? ¿en los centros educativos? ¿A través de las redes y otros medios digitales? ¿con los productos culturales?
Todo ello constituye el armazón de nuestra educación. No sólo tener educación es tener títulos acreditativos. Y, además, estas educaciones pueden ser contradictorias entre sí, perversas, erráticas, adecuadas, liberales, dogmáticas, etc… En el mundo que vivimos, todas ellas coexisten y a veces chocan entre sí.
En el libro que publiqué en 2010, titulado La Igualdad también se aprende. Cuestión de Coeducación, ya explicaba estas cosas. Han pasado bastantes años y aún seguimos con estas confusiones.
Pero si apelo al primer libro de Coeducación en el que colaboré: Elementos para una educación no sexista. Guía didáctica para la Coeducación, de autoría colectiva del Feminario de Alicante, todavía han pasado muchos más años. Éste se publicó en 1987.
En ambos libros se contienen explicaciones, definiciones, propuestas didácticas y de contenidos que no se han desarrollado apenas. Sorprende que lo que decíamos en estas publicaciones se pueda y se deba decir también en la actualidad. Nos referimos a la Coeducación escolar y académica, que es la que está sometida a leyes, normas y reglamentos y por la que ha de pasar toda la población entre los 3-6 y los 16 años.
La Coeducación es una hija del feminismo muy deseada y amada y, como tal, muy cuestionada e interceptada por su herencia incontestable de la Igualdad como objetivo primordial. Y, por el desconocimiento o la animadversión de este concepto tan potente que es la Igualdad, ha sufrido y sigue sufriendo todo tipo de interferencias para que su avance no sea fácil y para que se haga creer que ya está consumada y su puesta en marcha generalizada.
En tantos y tantos años se ha avanzado en algunas cosas, sin duda.
En primer lugar, la generalización y obligación de la educación mixta, requisito imprescindible para que se pueda iniciar la Coeducación. Con la separación escolar de sexos es imposible hacer coeducación: ¿A qué correspondería entonces el prefijo co-?
La oportunidad de conocerse y tratarse chicas y chicos de cerca, codo con codo, durante muchos años.
El tener un tiempo para poder «elegir» un proyecto de vida fuera de los estrechos márgenes que las familias tienen previstos.
El ascenso en la escala social y la apertura hacia otros niveles no obligatorios.
Todo esto es cierto y verdad. Pero no es Coeducación.
La Coeducación ha de ser intencionada, reflexiva, analítica y crítica, al menos. Es difícil practicar coeducación sin haberla interiorizado, disfrutado y experimentado como estudiantes. Lo que no se sabe no se puede enseñar, pero sí se puede aprender. Las instituciones y autoridades educativas sí deben saberlo y, si no, deben aprenderlo o poner las condiciones de formación para que se aprenda.
Pero eso es un proceso intenso que requiere de tiempo, medios y, sobre todo, voluntad política firme para que nada le pase por encima como un pesado rodillo que la deje irreconocible.
Sin saber se obvia, se subestima o se sobrevalora creyendo que no tiene importancia para las necesidades actuales o que ya está todo hecho con la educación mixta.
Hemos asistido a conatos de Coeducación y de formación para la Coeducación. A esto le llamo siempre «manchitas de aceite en el agua», que nunca llegan a juntarse y que permanecen como algo singular. Le hemos llamado «buenas prácticas», generalmente ligadas a conmemoraciones o a proyectos efímeros.
Pero la formación obligatoria del profesorado en este asunto sigue sin existir, no es requisito ni mérito ni tiene una continuidad cíclica que permita profundizar, ampliar y especializarse aplicándola a los distintos niveles, áreas del conocimiento o a la orientación.
Así es que anda coja, cojísima. Y, con esta discapacidad se la aplasta fácilmente, desprestigiándola, ninguneándola o desviando fondos para otras formaciones que suplantan su nombre.
En los últimos años he visto la disminución drástica de presupuestos para la Formación en Coeducación. Lo único que subsiste es un cierto postureo de que sí se están cumpliendo los mandatos legales en los que la Coeducación es obligatoria para la Administración y para los centros.
Seguimos creyendo que poner palomas o mariposas o llenar los pasillos de fotos o dibujos de mujeres cuando conmemoramos el 25 de noviembre o el 8 de marzo, es hacer coeducación. Y por eso también, no prospera. Las chicas siguen teniendo una educación androcéntrica (aunque no sea explícita) para el agrado y los chicos para el dominio.
Mal bagaje que nos lleva a estas falsas creencias sobre la libertad y la igualdad que, como no se han enseñado, no se han aprendido.