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Ahora mismo mi aula es un infierno dolorosísimo. Los niños allí aparcados, llorando como salvajes y no les puedes atender a todos, bueno, horrible. Tengo 14 criaturas, de las cuales muchas no llegan al año todavía, 14. Y un apoyo que está para tres clases y casi no viene, en fin, estoy sola con 14. Yo, con este hacinamiento, no puedo. Es inhumano, me parece maltrato infantil.
Lo que está describiendo una compañera, educadora de 0-3, es el principio de curso en su escuela, el periodo de adaptación. Algo que, desafortunadamente se vive de forma parecida en muchos otros centros de Infantil, bien sean escuelas o colegios. Diversos factores llevan a la situación descrita: por un lado, la Administración no protege este proceso y restringe su duración a una semana; por otro, los centros y sus claustros tienen dificultades a la hora de consensuar y organizar un funcionamiento más respetuoso, cuando no manifiestan falta de sensibilidad generalizada y de profesionalidad. Finalmente, las familias no disponen, con frecuencia, del tiempo o la flexibilidad laboral suficiente para acompañar a sus hijos e hijas, o no lo hacen por no ser conscientes de la transcendencia de un desprendimiento respetuoso y graduado.
Algunos prefieren denominar al periodo de adaptación como proceso y otros como periodo de incorporación. En todo caso, supone que criaturas y familias se enfrentan a una novedad, a un cambio y, muchas veces, a la primera experiencia de separación. Y es importante tener esto en cuenta, conocerlo y respetarlo profundamente. Para lograr este respeto, es necesario entender una serie de conceptos claves. El primero es el apego y la necesidad de vínculos seguros con figuras de apego para un crecimiento equilibrado y sano. Después tenemos la combinación de los conceptos de seguridad y de autonomía, pues esta última nace de un fuerte sentimiento de seguridad interna y externa. El miedo, la inseguridad o las carencias emocionales dificultan el saber desenvolverse sin la familia y el confiar en un mismo. El concepto de resignación también es clave porque a veces se confunde con adaptación. Un niño o niña deja de llorar después de un tiempo, por instinto de supervivencia. Esto no significa que esté adaptado desde el bienestar, significa que se ha resignado a que no se cubran sus necesidades, con todo lo que esto implica en la construcción de su personalidad y de su carácter. Para terminar, empatizar con el sentimiento abando no, que es lo que pueden llegar vivir niños y niñas en esos momentos de separación, aunque sea cuestión de minutos u horas. El abandono causa sensación de desolación, estrés y soledad, un estado nocivo para un desarrollo pleno.
Desde las escuelas y colegios podemos trabajar para flexibilizar y mejorar estas condiciones. Se trata de que la escuela se adapte a los niños y niñas y no solamente al revés. Hay que recordar que la presencia de las familias es fundamental. Son la fuente principal de seguridad para las criaturas en este periodo y su presencia planificada y acordada, permite que establezcan un buen vínculo con su nueva figura de referencia, la cual les acompañará en el desprendimiento y ayudará a construir tolerancia y apertura hacia los nuevos espacios y personas. El proceso se tiene que plantear sin prisas, adaptado a cada caso, respetando los ritmos, sin juicios ni comparaciones. Siempre es mejor si es progresivo, sea al principio en presencia de las familias, o después cuando estas ya se retiren. Es conveniente dosificar los elementos de novedad cada día: tiempo de permanencia, lugares y espacios, personas, materiales y/o actividades, etc. La prioridad en estas primeras semanas debe ser la observación de necesidades en las personas para dar respuestas adecuadas y asentar unas bases sólidas.
También es esencial cuestionarse algunas creencias tradicionalmente relacionadas con la adaptación. Un ejemplo de ello es el llanto. En un periodo de incorporación respetuoso con las necesidades de cada uno, puede no haber llantos, o haber algunos, pero sin el carácter de desgarro que presenciamos con frecuencia. El llanto es una respuesta natural y sana a una situación de estrés, miedo o dolor; su intensidad o continuidad nos avisa de que la criatura no se encuentra lista para progresar en la separación.
En cuanto a la forma de despedirse por las mañanas, la criatura siempre tiene que ser consciente de la retirada de sus padres, para no vivirla como un engaño, pero no existen normas de tiempo o procedimientos; cuando la criatura esté preparada, el momento fluirá de forma natural.
Y finalmente, toda criatura tiene derecho a una incorporación de calidad, lo más respetuosa posible, sea cual sea el contexto: primera escolarización a mitad de curso o con cuatro años. Que algunas criaturas estén acompañadas por sus padres y otras no, puede dificultar la gestión del grupo, pero no es excusa para negar esta oportunidad y necesidad de presencia a quienes sí la tienen. Debemos adaptarnos y ofrecer el mejor acompañamiento emocional posible, individual y grupal, en cada contexto.
En definitiva, si queremos mejorar el inicio de curso, y por consiguiente, el resto del año y de la escolaridad, es imprescindible sensibilizar la mirada hacia estos procesos vitales y organizarse a nivel de centro y de aula. La responsabilidad de una adaptación o incorporación exitosa no puede ni debe recaer exclusivamente en los y las más pequeños. Entre lo ideal y lo real, un cambio siempre es posible. Seamos los y las profesionales que la infancia necesita y démosle al inicio de curso la dedicación y la calidez humana a las que todos y todas tenemos derecho.
Frederique Consalvi. Plataforma en defensa del 0-6