Él lo vio en la televisión, en un noticiario matinal, mientras se tomaba el zumo de fruta y un café descafeinado. Ella lo escuchó por la radio en el coche, camino de la escuela, a diez quilómetros de su casa. Leonard Cohen había muerto. Y cuando a media mañana se encontraron para empezar los talleres, Daniel sacó el acordeón de su estuche. Marga abrió el armario y cogió la guitarra. El grupo de niños y niñas del taller de p3, p4 y p5, sentados en corro, vieron cómo sus dos maestros empezaban a tocar y a cantar. Les seguían con los ojos abiertos, atentos, pero sin sorpresa ni aspavientos, acostumbrados a momentos como éste. Sonaba Suzanne, aunque ellos no sabían el nombre de la canción.Pero sonaba bien, dulce.
Cuando la música enmudeció, Marga preguntó por qué habían cantado esa canción y si sabían de alguna noticia del día. Óscar, de cuatro años, firme y decidido, explicó que su padre le había dicho que se había muerto un señor que cantaba con una voz muy ronca y que se llamaba Leonardo… Messi. Efectivamente, había muerto un músico, pero no, no se llamaba Leonardo Messi, sino Leonard Cohen, aclararon Marga y Daniel.
Y el maestro con el acordeón, enfiló las primeras notas de Hallelujah y el ritmo de la canción volvió a llenar el ambiente del aula. Niños y niñas empezaron a bailar, como un vals lento, la melodía del cantautor. Y lo hicieron tranquilamente un buen rato, hasta que la canción de Cohen se terminó. Y más tarde, vinieron otras canciones, de hoy y de ayer. Canciones de los niños y de las niñas, canciones del maestro y de la maestra.
Fuera, más allá de las ventanas de la escuela, en una mañana de otoño, llovía. Llovían listados, protocolos, cuadrículas, Trumps, LOMCEs, decretos, corrupciones de las grandes y también de las pequeñas de cada día. Caían aplicativos, parrillas administrativas para rellenar. Enormes catástrofes y minúsculas miserias. Mientras, en el interior del aula, niños y adultos compartían momentos de una vida en común, y seguían bailando al son de Leonardo Messi… perdón, de Leonard Cohen.
Al cabo de un rato prosiguieron con sus talleres, sus proyectos y sus construcciones. También trabajaron en la noticia del fallecimiento del músico. A las cinco, como es habitual, las familias miraron la documentación del día, esta vez sobre Leonard Cohen, mientras algunos niños salían del edificio tatareando a su aire y a su modo, Hallelujah…
Creciendo juntos, cantando juntos, bailando un vals en un parvulario de una escuela de pueblo. Cualquier parecido con la realidad no es exactamente una pura coincidencia. (*) Es una reconstrucción aproximada de un momento vívido y vivido como tantos otros en el quehacer de un aula, entendida como un espacio adecuado para compartir, también los sentimientos de los adultos. El aula como lugar propicio de encuentro y de trabajo conjunto de las personas que allí conviven y aprenden.
(*) Gracias a MPM por regalarme la historia.
Antoni Tort. Profesor de la Universidad de Vic.
Foto: cc Marc Cornelis / flickr.com