Las políticas y cambios de mejora de la situación de desigualdad de género se suelen focalizar en las mujeres. Bien es verdad que las mujeres llevamos la peor parte en los sistemas de dominación, como es el patriarcal, por ejemplo. Es cierto, también que las mujeres alzaron sus voces y llevaron a cabo sus protestas y acciones reivindicativas hace ya siglos y que llevamos también unos cincuenta o sesenta años pensando, escribiendo y sacando a la luz de forma crítica la condición de subordinación que todas las mujeres del mundo han sufrido y siguen soportando. Bien es verdad que nos rebelamos contra las injusticias de género y que hemos generado toda una teoría crítica y lobbies, para que se pongan de manifiesto y se acabe con ellas.
El sistema de dominación masculina que es el patriarcal perjudica seriamente la salud humana, pero a una parte –a las mujeres- se lo muestra de forma más o menos velada y a la otra -a los hombres- se lo oculta o les venda los ojos, para que lo perciban como ventaja.
La mayor parte de hombres suelen caer en la trampa de la superioridad, sin caer a la vez en la cuenta del precio a pagar. Como ellos tienen el mandato de ejercer el poder por el dinero, por la fuerza, por la palabra o la posición económica, ceden a las exigencias y entran en el juego “voluntariamente”. Claro que se les promete honor, riqueza, fama y dominio sobre la naturaleza y sobre las mujeres en particular. Por eso caen y caen en un doble sentido: caen en la trampa y caen al abismo tropezando antes con múltiples obstáculos que van sorteando con un enorme desgaste personal.
Dar la talla y más, estar a la altura y más, adelantarse para tener ventaja, ceder a las presiones de ser cada vez más rápido, hábil, pillo o eficiente, tiene alto precio para la salud física, psíquica y social. Y este precio ellos lo pagan gustosos sin darse cuenta que también ese precio lo pagamos las mujeres, ya que estamos en sus vidas, naturalmente.
La socialización masculina, dominante y hegemónica, generalizada y normalizada, es una preparación continua para no sufrir con el sufrimiento, para no sentir con los sentimientos, para no emocionarse con las emociones, para no entrar dentro de sí mismos, para estar siempre jugando y jugándosela, para minusvalorar los daños colaterales. En otros tiempos esto se llamó la forja del carácter y, para ello, los hombres eran sometidos a duras pruebas, como, por ejemplo, el servicio militar, los juegos de honor y enfrentamiento y los peligros de la naturaleza.
Quizás en otros tiempos esto era necesario para la supervivencia y defensa de las sociedades, pero hoy en día es un peligro para ellos mismos, para la naturaleza y para la humanidad en su conjunto.
Pensemos en los sujetos agentes de acciones o situaciones como las que siguen: accidentes deportivos y de tráfico, peleas, liderazgos exigentes bajo presión, desprecio del autocuidado, enredos y delitos financieros, delincuencia, transgresión de normas y leyes, acciones violentas para solucionar conflictos. Pensemos por un momento: ¿Quiénes son la mayoría de protagonistas? Son hombres, pero casi nunca lo decimos, porque pudiera pensarse que ello es producto de la misandria (misoginia aplicada a los hombres). Sin embargo son datos constatables estadísticamente, cuando disponemos de ellos desglosados por sexo.
Todo esto se aprende y se inculca desde el nacimiento. Es producto de la educación sexista, y se convierte en misoginia y en machismo frecuentemente. La misoginia y el machismo también perjudican a quienes los practican.
A nivel escolar podemos observar cifras de fracaso y abandono escolar, sujetos de peleas, acosos y abusos sexuales, conflictividad en las aulas, conductas altaneras y disruptivas, etc…
Por eso, cuando hablamos hoy en día de coeducación, hemos de focalizar con detalle en los chicos. Ellos viven una enorme contradicción, como herida narcisista. Los chicos, todavía y de forma masiva, reciben fuertes mensajes sociaizadores sobre la superioridad como fórmula de éxito.
En el ambiente escolar el discurso correcto es de igualdad y la realidad que les circunda es aplastante: muchas profesoras, maestras del saber, muchas alumnas con resultados excelentes, las madres que se encargan de encauzar sus vidas. Esto causa ira y daño narcisita y fabrica individuos lastimados y airados, para quienes es más importante aparentar que ser. En ello usan gran parte de sus energías, que los abocan a adicciones y a aficiones viciosas en extremo para inhibirse de semejantes cargas, que los apartan del desarrollo de virtudes sociales, tales como la empatía, la conciencia moral, la autoestima, las relaciones íntimas y de confianza y el amor.
Dentro del sistema escolar también aprenden que los hombres lo han hecho todo en la ciencia, en la economía, en la política y en la cultura, que a su alrededor hay muchos que mandan y que deben conseguir que otros los respeten que, en realidad quiere decir que los teman.
Como todas estas cuestiones caen del lado de lo hegemónico no nos atrevemos a desmontarlas, o lo achacamos a una educación defectuosa individual o simplemente a trastornos psicosociales de algunos de ellos.
Pero, en efecto, son trastornos psicosociales de la jerarquía entre los géneros, que no se debe mantener por más tiempo, para dar la oportunidad a nuestros niños y a nuestros adolescentes y jóvenes varones de vivir una vida más plena y relajada: pueden ser buenos y buenísimos sin compararse con nadie, sin tener que ser los más. Pueden ser fuertes y fortísimos sin tener que desbancar a otros. Este programa educativo empieza a ser urgente y debería ser prioritario.
Coeducación imprescindible. No necesitamos hombres tan hombres y tan clónicos sino hombres humanos y diversos, hechos de mimbres múltiples, donde pueda completarse cada uno de ellos a su medida. Esta sería la nueva educación masculina. Reto donde los haya.