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Actualmente, es importante y necesario analizar la situación de la educación escolar y cómo se está introduciendo la iniciativa privada mediante las grandes empresas. Lo que se ha venido en llamar una filantropía estratégica mediante una responsabilidad social corporativa o empresarial que se une en la gestión de los recursos humanos en las grandes empresas. Y que se comprueba con el aumento del presupuesto de esas grandes empresas en ese apartado dentro de la gestión de los recursos humanos. Ello parece evidente en los últimos tiempos y no creo que sea solo por la crisis que han padecido los sectores públicos en España o por la dejadez de la administración educativa con posturas más neoliberales de desconfiar de lo público y evidenciar con sus políticas la validez y rigurosidad de lo privado. Quizá algo tenga todo eso que ver pero hay algo más en ese interés por la educación: el negocio y la legislación tributaria que favorece las inversiones de recursos para este tipo de programas.
Y uno puede pensar que eso solo pasa en nuestro entorno y no es cierto. Pues no. Aunque sea reciente algunas de esas políticas empresariales en educación en nuestro país, es una experiencia largamente conocida en otros países en sectores de ayuda humanitaria, sectores sociales, impacto ambiental, programas de salud y de reducción de la pobreza, etc. Desde hace décadas se ha introducido donde predominan desde hace tiempo políticas neoliberales o neoconservadores en educación, salud, inversión social, etc. y que en muchos de ellos, se han dado cuenta que lo que empezó siendo aplaudido por ser una ayuda a la escasez de recursos o descentralización de éstos, se está convirtiendo en otra cosa. Y salta la alarma internacional. Ver La nouvelle philanthropie : (Ré)invente-t-elle un capitalisme solidaire? de Virginia Seghers de 2009, De Nieuwe Mecenas de Renée Steenbergenen 2008, Venture Philanthropy in practice de Chris Carnie en 2010 o el reciente La carga del hombre blanco: El fracaso de la ayuda al desarrollo de William Easterly en 2015.
Si miramos a nuestro alrededor y empezamos a vislumbrar esas políticas de “responsabilidad social corporativa” vemos que lo nuevo en nuestro país es el desembarco en la educación. Podemos comprobar que la gestión privada ya no se hace ofreciendo becas de estudio, visitas, apoyando programas de mejoramiento de la infraestructura escolar, dando equipos, libros y materiales didácticos, que todavía se hace, sino que empiezan en nuestro contexto a implicarse en las políticas y prácticas de la innovación, de la tecnología, en las estructuras de gestión y organización escolares, en la gestión general de las escuelas y en la formación del profesorado del sector público. Se pasa del tradicional concepto de caridad, donación, obsequio o regalo, a un discurso de responsabilidad por conseguir resultados, por ayudar a generar conocimiento, a mejorar la educación aportando valor que no se suministra desde lo público. Para estas empresas se trata de actuar de raíz en vez de aliviar carencias y replantearse la manera en cómo desarrollan su negocio, su modo de trabajar y ayudan a nuestro modus vivendi. En esencia, no solo se trata del qué, sino del cómo. Y, ¿por qué este interés educativo actualmente en España? ¿Se presenta de forma sibilina externalizar la educación pública escolar? ¿El sector público educativo ha de ser igual que el sector privado? ¿Aumenta la despreocupación de los responsables públicos en educación dejando en manos del mercado y las grandes empresas la educación de una determinada población infantil y juvenil? Son interrogantes importantes para ver el rumbo que, en el futuro, puede tomar el sector público de la educación.
Ya sea por los medios de comunicación o por las redes sociales, vemos todos tipos de empresas que se están introduciendo de esta forma en las escuelas o en secotres educativos. No únicamente las cercanas: Educaixa, Banco de Santander, editoriales de libros de texto y otras más generalistas, Fundación telefónica, sino también más lejanas de aquí y en otros países, como Google for Education en España y sur de Europa, Samsung (con proyectos de tabletas), Disney, Banco Mundial, Coca- Cola, Microsoft, Apple, Cisco, Huawei, Nestlé, Ford, e-Bay, Unilever, McDonals, fundaciones, etc., y las que irán viniendo y las que me dejo que hace años actúan en otros países. Y aparecen con ampulosos conceptos de márqueting educativo: escuela inteligente, escuela digital la revolución digital, tecnología avanzada en las escuelas, innovación del futuro, innovar para mejorar, ganar en excelencia… La tecnología (la filantropía ha entrado de lleno en la era digital), y la innovación son las palabras clave de “esa aportación social corporativa a la educación”. Se aplican procesos empresariales en la planificación y ejecución de las actividades educativas.
Se sigue la guía práctica de Rockefeller Philanthropy Advisors que sugiere la siguiente estrategia: Acotar el tema, estrechar el campo de actuación y definir el objetivo a conseguir.
Y la intervención se vende con un buen marqueting social y educativo utilizando todas las formas de las modas educativas al menos en el lenguaje. Han aprendido el lenguaje y las modas. Con la general excusa que las empresas saben qué tipo de habilidades y capacidades que el sistema educativo debería proveer para mejorar la productividad y por tanto prometen desarrollar el trabajo docente y de aprendizaje de forma colaborativa, atención individualizada, innovación necesaria, mejora de la autonomía o aumentar la motivación entre otros conceptos que atraen al posible consumidor escolar (aunque la nueva terminología habla de “coproductores activos” para evitar la mala fama de “consumidor”). Se vende como una Responsabilidad Social Corporativa, con un enfoque más de participación que los típicos acercamientos a los clientes escolares y escuelas (por ejemplo por las ventas o regalos del típico comercial). Se pasa de la donación típicamente benéfica a la inversión social y la filantropía estratégica (recordemos que el concepto filantropía es apoyo y el amor hacia otras personas). Parece ser una nueva participación comercial más sutil de una audiencia futura cautiva o una cierta mercantilización con la finalidad normal y legítima de las empresas de aumentar las ventas y para ello cuanto más conocidos y mejor imagen mejor. Y no quiero negar que hay organizaciones que les mueve un motivo altruista, algo así como un deber moral de contribuir a repartir algo de los muchas ganancia que tiene, también quiere tener una buena reputación por las deducciones fiscales, o para dar a conocer mejor y más “humano” sus productos o servicios o mejorar su imagen haciendo ver su gran preocupación por los problemas educativos.
Y con esto no quiero decir que las aportaciones no sean atractivas, y tampoco que no se ha de acercar la educación al mundo laboral, por supuesto que sí, sobre todo cuando en muchas escuelas carecen de recursos, hay un abandono del sector público y hay desigualdades en el afianzamiento entre las escuelas y los territorios. Diversos organismos internacionales, sobre todo el Banco Mundial (que no entramos a analizar su “filantropía” sobre todo en América Latina), señalan la necesidad de que la educación, no sólo sea tarea del gobierno, sino también de otros sectores, o como se dice de toda la tribu, pero de una buena tribu.
Pero no se puede llegar como salvadores del desastre educativo creando una imagen positiva de la marca o preservar una determinada escuela subvencionada. Y es cierto que el sector privado empresarial puede contribuir con la educación de muchas formas, más cercana a que la mejora de la educación mejora la vida de sus trabajadores (no únicamente su productividad) y que puede ayudar a mejorar el país. Su dinero será bien recibido. Si quieren ayudar a la educación que estimulen la formación permanente de su personal, ofrecer becas de estudio, apoyar programas de mejoramiento de la infraestructura escolar, donando equipos y materiales didácticos, etc. Y si quieren que se desarrollen las competencias de sus trabajadores también pueden crear alianzas con el sistema de educación superior, para impulsar el desarrollo científico, la investigación y la innovación. Que necesitados estamos.
Y también podría ser interesante que las empresas hicieran análisis críticos de la educación, para mejorarla y pero dejando en manos de los profesionales esa mejora. Deberían ser más aliados de las políticas públicas y de la educación en general, que promotores de éstas.
No pido que se retiren y no quiero hacer un discurso anti empresarial ni antifilantrópico visceral, pido una reflexión y un análisis de lo que puede pasar en el futuro (que parece que va a más) ya que ahora estamos a tiempo de evitarlo si perjudica a sectores de la educación escolar. Me preocupa que estas empresas u organizaciones marquen la agenda educativa o que hagan innecesario el sector público en la educación (aunque sea piscológicamente).
No debemos aceptar todo porque nos vendan que estamos desesperados e impotentes con los resultados de la educación o con los errores de los gobernantes del sector público y su falta de implicación organizativa y presupuestaria de todo tipo. Con los nuevos gobiernos llegaron artículos y papeles dirigidos a los gobernantes que piden que las empresas se han de implicar más en la educación y aportar conocimientos y fondos, puesto que son ellos que tienen mucha influencia educadora y los receptores del personal que se ha formado en el sistema educativo. Lo dicen sobre todo gurús con intenciones conocidas de beneficio propio o de aumentar su imagen para aumentar las ventas de sus productos normalmente editoriales y de asesoría. Lo podemos comprobar en la cantidad de jornadas donde esos “gurús” que pueden tener o han tenido una relación con la educación participan en tertulias, convenciones, conferencia plenarias de grupos de empresas que seguramente le pagan bien por decir esas cosas.
Y el discurso cala porque se dice que las empresas son las mejores aliadas y promotoras de las políticas y gestores públicos (y estos responden que está muy bien y que apoyan. ¡Ahorro que tenemos en los presupuestos para dedicarlo a otros cosas no educativas!). También se argumenta que buscan mejorar la equidad en el acceso en una educación de alta calidad (cuando pueden provocar mucha desigualdad entre las escuelas públicas). Todo ello se está diciendo y reciben aplausos cuando, es posible, que detrás haya un cierto olor a desconfiar de la eficacia y la eficiencia del sector público con la paradoja de la avenencia de la administración pública. Se presentan como los salvadores de la nueva calidad educativa, de la equidad e inclusión y de formar mejor al profesorado (contando, por supuesto, con determinados sectores privados o semiprivados y algunos muy unidos a esas empresas).
Mi duda razonable, después de la reflexión anterior, es si se trabaja por las escuelas y la mejora de la educación de un país (que no dudo que algunas sí) o para establecer una imagen social filantrópica o mejor una nueva filantropía o “filantrocapitalismo” o filantropía 3.0. , con una retórica del patrocinio, donde se accede a muchos profesores y profesoras y a miles de niños, niñas y adolescentes. ¿Pero no estamos de acuerdo que la educación ha de estar al servicio de los fines sociales más generales con la ciudadanía y con una misión pública de la escuela más que a intereses privados? ¿O, no y yo soy el confundido o el utópico?
Ya se sabe y se repite constantemente que estamos en una economía del conocimiento globalizado, pero esto no implica que los gestores públicos se desentiendan de ser proveedores del servicio público al que se deben y que se admiren del servicio privado y le encomienden o le permitan tareas educativas. Para ellos, el sector privado hacen las cosas más rápidas, más baratas y mejor. Es posible que no tengamos remedio y que esto sea un futuro del acercamiento a la privatización educativa ya puesta en práctica en algunos países avanzados y mucho en las economías emergentes, pero creo que la gestión pública ha de establecer un límite entre lo público y lo privado. El gestor público está obligado a intervenir para regular la intervención privada y evitar la polarización educativa que repercute en la social (escuelas mejores y escuelas peores, escuelas innovadoras y escuelas que lo son, escuelas esponsorizadas y escuelas que no, escuelas con formación específica y escuelas que no…).
Y los gobiernos no quieren o no pueden afrontar problemas que otros les solucionan. No se puede mirar a otro lado como si no pasara nada, decir que se apoya y colabora y que les parece muy bien (¿será porque le hacen su trabajo aunque con objetivos diferentes o similares?). El gestor público no puede caer en los discursos sobre modernización y eficiencia de que lo hacen otros mejores que ellos. Si es así tenemos un problema de responsabilidad en la administración y las políticas públicas. La pregunta clave es ¿qué tipo de educación queremos y qué sociedad queremos? Y no es una cuestión de ir en contra de las empresas que pueden hacer un servicio interesante pero siempre gestionado, coordinado y controlado por el sector público, ya que es una cuestión de compromiso con lo público, de ética y valores a desarrollar y, que no nos digan que tenemos problemas de eficiencia y rendimiento y que ya se ha encontrado la solución en la filantropía.