En esta época del año tenemos muchas fechas que conmemorar para recordar en el mundo entero que las mujeres somos seres humanas plenas y, por tanto, acreedoras de un espacio justo de reconocimiento como lo que somos: sujetos políticos, culturales y sociales. Las mujeres de este mundo no sólo traemos y alimentamos nuevas vidas, sino que sostenemos con nuestro trabajo la calidad de la existencia de millones de seres vivos, incluidos animales y plantas, porque también nos solemos encargar de la agricultura y la ganadería en gran parte. Las mujeres movemos el mundo y, precisamente por eso lo podemos parar.
Desde hace algún tiempo corría por la tierra una convocatoria para hacer huelga de mujeres por el 8 de marzo; independientemente del seguimiento que haya tenido –enorme, por cierto– tiene un significado simbólico muy importante: somos la mitad del mundo y también del mundo de la ciencia, de la creatividad, del pensamiento, de las artes, de la política y de la economía. No debemos soportar por más tiempo la desigualdad de oportunidades, de trato y de condiciones en nuestros salarios, en nuestros tiempos, en nuestras libertades y en los espacios de poder. No debemos hacer por más tiempo tanto trabajo gratuito y silenciado en beneficio de otras personas. Necesitamos que se nos reconozca con la boca grande.
La huelga se planteó para que se notara: en las tareas domésticas y de cuidados, en el consumo, en nuestros puestos representativos, laborales y profesionales, en la presencia estudiantil. Las mujeres y las niñas somos la mitad del mundo y como tales queremos por justicia lo que nos corresponde.
Y, ¿por qué hablamos también aquí del 11 de febrero?
Ese día, desde 2015, la ONU lo proclamó como día internacional de las niñas y las mujeres por la ciencia. Y esto es por el gran déficit que se observa de carreras científicas y tecnológicas en mujeres. Nuestra científica María Blasco (directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas) nos explicaba un día que esto ocurre también porque las mujeres en ámbitos científicos sufren del llamado “síndrome de intrusismo” (“Quién me manda estar aquí, este no es mi lugar”) y porque no obtienen mentorización adecuada para sostener en el tiempo sus carreras (apoyo, incentivo, consejos, relaciones). Todo ello les merma energía y motivación. A esto hemos de añadir una orientación académica y profesional con sesgos sexistas, la ausencia de imágenes de mujeres en estos ámbitos y los prejuicios sociales y familiares. Por eso, aunque muchas jóvenes obtengan buenas notas y resultados en las áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) muy pocas eligen quedarse en ellas y desarrollar su profesión en esas especialidades, con continuidad, entusiasmo y sentido del logro. Se hartan de las pegas, los comentarios, la doble exigencia, los límites a sus libertades en el ámbito familiar, etc…
Ahí residen precisamente los obstáculos invisibles del llamado “techo de cristal”. Nadie se lo va a prohibir, pero serán muy pocas las personas que las incentiven y crean en ellas como científicas de primera.
Las mujeres, entre el 11 de febrero y el 8 de marzo y, entre medias, el 22 de febrero, del que ya hablamos en el anterior artículo, tenemos que recordar al mundo que somos más pero estamos menos.
Y, en la educación ¿qué se puede y debe hacer? Porque parece que todo es cuestión de educación, ¿no es así? En mi libro publicado bajo el título La Igualdad también se aprende. Cuestión de Coeducación, me explayo sobre la urgencia y necesidad de no aprender de manera velada pero machacona y continua la ausencia de las mujeres de la obra humana. Estos no aprendizajes tácitos nos explican porqué las mujeres y las niñas están más dispuestas a quedarse en segundos planos, a no practicar su autonomía ni desarrollar una autoestima alta. Donde no nos vemos, no nos vemos y seguimos sin vernos. Donde nos vemos, nos vemos y seguimos viéndonos. Al lado, debajo o detrás de los hombres, cuidando del bienestar de otros y otras, renunciando por amor a muchos de nuestros proyectos personales, rebajando nuestras espectativas externas en favor de nuestra familia.
Y, ¿eso es bueno? Creo que sería bueno sin discusión si mujeres y hombres se plantearan igualmente que la vida está hecha de múltiples facetas y que de atender a su equilibrio depende el nuestro. Creo que ya no es de recibo esa especialización que viene de antiguo y que se llama división sexual del trabajo que, en realidad, es una división jerárquica e injusta del trabajo en función del sexo de nacimiento y del género adquirido: más por menos o menos por más. Esta división injusta de los trabajos, las remuneraciones, oportunidades y recursos repercute enormemente en la imagen que en la sociedad y en la cultura se proyecta: las mujeres y los hombres siempre dependientes, siempre buscando la complementariedad en vez de la autonomía y la interdependencia.
Nuestras chicas y nuestros chicos pueden aspirar a otra cosa: a ser seres humanos completos y no complementarios, de igual categoría como personas y a realizar un proyecto propio de vida, solidario y compatible con las vidas ajenas.