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Dedicado a las resistentes del Forn de Barraca en defensa de la Huerta y para detener la ampliación de la V21
Estamos en emergencia climática. La presencia del tema en los medios es total así como la movilización en casa y en otros países. Los partidos ponen la imagen de la cumbre por el clima de la ONU junto a sus logos. También los políticos se ponen el círculo de colorines alrededor de sus fotos a sus perfiles de twitter. El presidente del Gobierno se muestra abiertamente a favor de políticas de emergencia climática. Parece que por fin la clase política, empresarial y mediática han entendido el problema.
Pero no.
Y digo no porque mientras se llenan la boca con bonitas declaraciones y fundamentadas palabras, la destrucción continúa. Continúan ampliando autovías a la entrada de las ciudades, siguen arrasando huerta, siguen ampliando puertos, continúan con planes urbanísticos expansivos con la idea de que el suelo es una mercancía, continúan planificando trenes de alta velocidad, continúan fragmentando el territorio y los ecosistemas, continúan artificializando suelo. Sin propósito de enmienda. Continúan haciendo lo que hacían. Lo que han hecho siempre. Lo único que saben hacer.
Y emergencia significa parar y actuar de inmediato en la dirección correcta. Emergencia es lo que justifica detener proyectos en curso y revisar profundamente los que están en cola. Pero no es que no paralicen los proyectos en ejecución. Ni siquiera revisan los que están en estudio. No hay un plan hacia nada concreto. Una revisión de políticas territoriales profunda, una dirección estratégica hacia un cambio de orientación. O bien los pocos planes que hay en la dirección correcta se quedan en el papel ya que en la realidad se acaba haciendo lo contrario.
Un caso concreto. Valencia. Septiembre de 2019: a pesar de haber declarado el presidente Puig la emergencia climática justo antes de las elecciones autonómicas en mayo, el Gobierno español, de su mismo partido y el Ministerio de Fomento, con un ministro valenciano, sigue poniendo asfalto por encima de la comida, porque está haciendo una ampliación absurda de la autovía que entra en la ciudad.
Asfalto por encima de la comida porque la Huerta ha sido históricamente la despensa de la ciudad y un suelo de excelente calidad mejorado por generaciones de agricultores que mantiene su fertilidad y que continúa produciendo alimento. Un espacio que nos hará falta en los tiempos de incertidumbre que se acercan.
Y más que la comida. La Huerta de Valencia, como todos los sistemas agrícolas periurbanos, aporta protección y resiliencia frente a los efectos del cambio climático. Lo hemos visto en la Vega Baja del Segura tan sólo hace unos días. La huerta de la Vega es la que ha evitado aún más desgracias. La ocupación de la huerta es la que ha agravado los problemas. Los sistemas agrícolas junto con los naturales son los que van a protegernos contra las avenidas de lluvias torrenciales, contra las olas de calor, contra el efecto isla de calor urbano y, sobre todo, contra las incertidumbres que con certeza sufriremos.
También una ampliación absurda porque desde los años 90 del siglo XX la ingeniería de tráfico ya ha establecido que aumentar los carriles de una autovía sólo genera más tráfico, el tráfico inducido, haciendo más grande el problema. Los problemas ‘de tráfico’ deben abordarse con gestión, no con más asfalto. Es un caso claro de derroche de recursos, veinte millones de euros, que serían tan necesarios para otros fines.
Otra lección sobre las planes y proyectos territoriales: cuando tras las advertencias pasan las cosas que los grupos en defensa del territorio y por el clima han señalado en sus alegaciones nadie se hace responsable. Y lo que es peor, no se aprende del error. En la educación nos pasamos el tiempo evaluando para que el aprendizaje del alumnado mejore, para mejorar nuestra praxis. Para saber qué cosas han salido mal y no repetirlas o buscar alternativas. ¿Por qué no hay evaluación de políticas territoriales? ¿Por qué, plan tras plan, proyecto tras proyecto, vuelve a repetirse el mismo error que acabamos pagando la ciudadanía, en dinero, en futuro o en desgracias?
Descarbonizar es necesario porque va a las causas del problema. Pero más necesario aún es prepararse para las consecuencias. El problema es que los responsables de tomar las decisiones aún no han entendido que esto se consigue con la (buena) gestión del territorio. Concretamente hacer un giro de 180º en política de infraestructuras y urbanística. El suelo tiene mucho más valor para producir alimento y verde que como solar. Hasta que no entendemos esto seguiremos en paradojas imposibles y falsos debates que asocian crecimiento y bienestar.
Una reflexión final aplicada a la enseñanza
Es desesperante. Cuando sabes que una actuación, plan general o autovía no sólo es perjudicial para el medio y nuestras vidas y que va en la dirección contraria a una emergencia climática, sino que además no solucionará los problemas que la justifican. Cuando aportas evidencias de lo que dices, pero los responsables continúan adelante… ¿Cómo explicas a tu alumnado lo del debate constructivo y el convencimiento con argumentos, si en la vida real no se toman las decisiones que nos afectarán a todas de esa manera?
Llegas a la conclusión de que las decisiones en la vida pública están basadas en la superstición y el mito. Porque, sin querer, estamos sometidos a un colonialismo ideológico del que a menudo no somos conscientes. Tengo compañeros profesores que aceptan acríticamente las razones aducidas por el ministro o los responsables de turno cuando justifican la barbarie. Cosas como que el AVE es un buen negocio, hacer grandes infraestructuras es progreso, el bienestar está ligado al crecimiento y, sobre todo, la actitud reverencial hacia la autoridad, los ‘expertos’, ‘los que saben’, convirtiéndose su opinión en incuestionable, perdiendo así nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos. Pues bien, animo, aliento, ruego a mis compañeras y compañeros de profesión a que cuestionen las opiniones del poder, de la norma, del pensamiento estándar, del consenso social. Aún tenemos libertad de cátedra, una de las cosas más bonitas de nuestra profesión. Ejerzámosla críticamente animando a nuestro alumnado a ser crítico. A no aceptar porque sí las explicaciones que no entienden o que contradicen lo que piensan, a defender posturas disidentes, a pedir evidencias, a analizar una idea y no dejarse impresionar por la autoridad o poder de quien emite esta idea.
Sólo así podremos empezar a vislumbrar una sociedad más justa y mejor para la mayoría. Que la escuela ponga también su grano en la emergencia climática. Es imprescindible y, sobre todo ahora, urgente.
Josep Gavaldà
Profesor y miembro de Per l’Horta