Con motivo de la celebración del 150 aniversario del nacimiento de María Montesori, estaba finalizando una columna sobre las implicaciones de “colocar al niño y la niña en el centro”, pero los acontecimientos que vivimos la han relegado al mes que viene. No, no me refiero a los sucesos relacionados con la Covid-19, sino a otros que nos van afectando y nos van a afectar también directamente y a mucho más largo plazo, por larga que se prevea la pandemia.
Estos días estamos siguiendo los intensos, y a veces improductivos y repetitivos, debates sobre la nueva ley de educación (LOMLOE). En este contexto, recuerdo de forma especial las reflexiones de Federico Mayor Zaragoza, en una ponencia impartida en 2002, en el congreso “La educación crea futuro». Decía que, nada más ser nombrado ministro de Educación, pensó en acometer una reforma de la enseñanza secundaria, porque le parecía que debía mejorarse. Comenzó a documentarse sobre la historia de este ciclo educativo y descubrió que en los últimos 150 años este tramo de enseñanza había experimentado treinta reformas. Lo que significaba una cada cinco años. Mayor Zaragoza pensó que no había ningún proceso de cambio sustantivo que pudiera llevarse a cabo en cinco años y que quizás lo que los centros y los docentes necesitaban en aquellos momentos era una cierta tranquilidad para trabajar. Yo añadiría, para reflexionar, repensarse y transformarse porque vivimos en contextos en continuo devenir. En continua transformación.
Pero llevo también mis reflexiones a otro lugar que solemos olvidar y que lo considero de lo más importante. Las leyes de educación, las discusiones en este ámbito, se suelen centrar en un foco extremadamente reducido “la Escuela”, ni siquiera “la Educación” (llevo debatiendo sobre lo que implica este reduccionismo desde hace años). De ahí que no se considere “el fuera de campo”. Algo fundamental en la construcción de la realidad. En el mundo de la imagen se entiende por fuera de campo “la parte de la escena que no está en el encuadre delimitado por el campo óptico de la cámara. Este campo puede ser invariable (plano fijo) o variable (plano panorámico y/o travelling y/o un zoom óptico), en ambos casos el fuera de campo no se graba en la película (https://n9.cl/i8n6c). ¿Qué es lo que no se está grabando en esta película? ¿Qué se deja fuera?
Estas preguntas me llevan a una catarata de otras muchas. ¿Está teniendo en cuenta esta nueva propuesta de ley el mundo que nos rodea? ¿Se ha preguntado por la visión y la experiencia de la sociedad que se están ofreciendo a niños, niñas y jóvenes desde la política, la economía y la tecnología?
La propuesta de ley afirma que las “sociedades actuales conceden gran importancia a la educación que reciben sus jóvenes, en la convicción de que de ella dependen tanto el bienestar individual como el colectivo”. A su vez, el Documento base sobre La Reforma de Currículo de le Marco de la LOMLOE, elaborado por el Ministerio de Educación y Formación Profesional, afirma: “La primera y más importante finalidad de cualquier sistema educativo ha de ser lograr que todos y todas las jóvenes puedan lograr su máximo desarrollo integral”. Y, continua, es “necesario profundizar en una propuesta curricular que […] ayude a nuestros estudiantes a adquirir las competencias que les permitirán desenvolverse con garantías en la sociedad de las próximas décadas”.
¿Estamos seguros de que algo tan imbricado en el tejido económico, tecnológico y social como “el bienestar individual como el colectivo” depende exclusivamente de la educación escolar? Porque como este mismo documento reconoce “quizá el elemento más perturbador del momento en que vivimos es la incertidumbre ante el futuro. Los procesos económicos, sociales, tecnológicos, políticos y culturales derivados de la globalización a escala mundial están produciendo cambios a tal velocidad que resulta imprescindible plantearse, mirando al futuro, qué, para qué y cómo enseñamos y evaluamos”. Para lo que propugnan la adquisición “de ‘competencias transformativas’ –creación de valor, resolución de tensiones y dilemas y asunción de responsabilidades–, que también deben quedar integradas en el currículo, al menos de forma transversal”.
Si tenemos en cuenta el libro Capitalismo 1679-2065 (2020, Editorial Ariel), en el que el profesor Santiago Niño-Becerra argumenta que “la dinámica histórica hoy va contra la ciudadanía”; que la ciudadanía dejará de ser necesaria, que la tecnología hace cada vez más prescindible el factor trabajo; que tener un puesto de trabajo será un privilegio, que la tecnología ha terminado de hundir al factor trabajo y está dejando a millones de personas no en el paro, sino simplemente en excedente. ¿Qué papel tendría que desempeñar el sistema educativo? ¿Puede afrontar solo, sin debatir con todos los entes que representan los papeles más destacados en configurar la sociedad? Y sobre todo ¿qué tipo de sociedad queremos contribuir a crear?
La educación formal sigue siendo un espacio destacado en la vida de los individuos. Puede abrirles oportunidades, mundos, marcos de pensamiento, posibilidades increíbles, pero también encerrarlos, “aburrirlos”, marginarlos, impedirles desarrollar su potencial… Aquí nace la constante necesidad de seguir mejorándola. Pero, cada vez parece más claro que no puede afrontar sola los retos actuales. De ahí la importancia de considerar el “fuera de campo” en los nuevos vientos de reforma de la ley de educación de implicar de forma responsable a los “auténticos” forjadores del tiempo presente y en devenir. Porque, como ya he planteado en otras columnas, en palabras de Rita Mae Brown en Sudden Death, o Albert Einstein (se les atribuye a los dos) “locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”.