En la agenda 2030 el Ministerio de Derechos Sociales e Igualdad de España y de la mano de Naciones Unidas lanza una premisa “No dejar a nadie atrás” pensando en las personas con diversidad funcional y en su presencia imprescindible. Esto significa trabajar en el proceso de investigar qué sucede para que se queden atrás. La pregunta sería es por sus características o es porque socialmente no se les da una respuesta adecuada.
Veamos por qué se quedan atrás.
Tener trisomía 21 no es sinónimo de estar enfermo, no existe tratamiento para lo que son sólo características como tener los ojos verdes y el pelo blanco.
Los programas de atención temprana pretenden igualarlos para que tenga un desarrollo lo más parejo a un niño sin trisomía 21: error. Tienen su propio ritmo de desarrollo y se salen del margen de un estándar. Y viene aquella frase de todos somos diferentes con iguales derechos. Estos espacios están aún llenos de prejuicios que congelan las emociones de los padres. Y unido a la atención de los niños, existen los talleres ocupacionales y los pisos tutelados. Parece que el camino está hecho o tal vez sea sólo un gran negocio para propiciar que sigan siendo dependientes. Toda una reflexión pues es un sistema que ya ha marcado de antemano cómo va a ser su vida.
El cambio está siendo demasiado lento. Se habla en congresos, en universidades, en conferencias, en cursos pero tiene que abordarse de otra forma. No puede ser que me suba a un escenario a dar una conferencia y me sorprenda una madre diciéndome que a su hija le están poniendo techo en atención temprana y que no llegará a según qué logros porque esos casos de los que yo hablo son excepciones. Entonces subo con más valor para hablar en boca de esa madre y de otros miles y miles que pueblan el planeta con la injusticia de ser estigmatizados por tener trisomía 21.
Un padre, una madre necesitan, primero, olvidar el ideario que tiene sobre las personas que conozca con trisomía 21 y conocer cómo hacer, si realmente su hijo entiende, cuáles son las expectativas, si llegará a ser autónomo… pero sobre todo, sin prejuicios porque, si una familia tiene dudas, llevará a una falta de credibilidad con su hijo que se transmitirá en cada gesto, en cada beso, en cada mirada. Una familia tiene que entusiasmarse con la herramienta que es la educación. Y para ello hay que dejar de oír que son excepciones o que no le expliquen algo porque no va a entender, que no haga deporte porque no se va a esforzar, que no le detalle si es una adelfa o una acacia porque no entienden, dile plantas. A todo eso es no. Entienden, sienten y palpitan en tus manos. Por eso hay que echar ganas y entusiasmarse en una relación de entendimiento y puro acompañamiento, solo es eso, tratar desde la normalidad.
Soy educadora social y cuando he visto a chavales en servicios sociales estigmatizados por el centro educativo o por su familia, sé que es el efecto Pigmalión, es decir, lo que han proyectado sobre ellos se cumple. Lo que se espera de ese chico es un techo infranqueable. Abramos la mente tanto familias como profesionales. Educamos desde nuestros prejuicios y sin esa evaluación, sin esa reflexión, no sabemos que les podemos avocar al fracaso o al éxito. Y en el momento en el que aparecen ideas para que en esa relación le transmita cómo lograr o alcanzar, entonces, solo hay un éxito tras otro, al menos, no habrá barreras. Porque creerá en sí mismo y en la relación de acompañamiento con su familia.
Tienen derecho a estudiar junto con el resto, porque a estas alturas no imaginamos un centro para chicas y otro para chicos, aún sabiendo que no tienen las mismas necesidades. Pero ¿por qué se plantea excluir a los chavales con trisomía 21? Un motivo es porque se ha hecho desde siempre y delante de toda la comunidad; hoy en día se sigue haciendo en las aulas de todo el mundo. También porque existe un principio recogido en la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas que defiende una educación inclusiva, una formación permanente a lo largo de toda la vida. El principio de equidad para darle a cada uno lo que le corresponde. Porque lo mismo que chicos y chicas son distintos y no nos preguntamos por su convivencia juntos en el aula, hacerlo por tener trisomía 21 y ponerles bajo sospecha por sus capacidades cognitivas, es algo impensable, pero sucede.
Los centros educativos enseñan haciéndoles repetir cursos creyendo que con más años se parecerán al resto de la población. Y sucede como entre un chino y un negro, no se terminan pareciendo. Se precisa formación del profesorado y de los equipos de orientación para dejar de sacarles de las aulas delante del resto de alumnado, es estigmatizante, porque se educa como hace medio siglo. Igualmente, una reducción de alumnos por aula. Docencia compartida. Formación en el diseño universal de aprendizaje recogido como didáctica en la ley de educación Lomloe, pero todo esto se incumple en una mala docencia que lleva al alumnado con trisomía 21 al ostracismo social y educativo. Hace falta una educación de calidad para todos.
Por eso cuando veáis a chavales y personas con trisomía 21 pensad que estáis delante de héroes que cada mañana lidian con prejuicios y condiciones que nadie querría en su vida. El cambio está en nuestra mirada, no en ellos.