Cuando empezó mi lucha en contra de los deberes escolares estaba bastante sola. Todavía no había LOMCE, corría el año 2007 y, tarde tras tarde, mi casa se convertía en un centro de adiestramiento en el que unos niños que progresaban adecuadamente tenían que realizar montones de cuentas de los cuadernillos de una famosa y antigua marca sin ningún objetivo pedagógico aparente. Esto nos mantenía en casa, encerrados, sin poder salir a pasear o a hacer los recados típicos de un hogar. Esta situación duró hasta que decidí relajar las costumbres. Desde entonces, me he negado a ser la garante de un sistema que se colaba por las ventanas de mi casa imponiendo nuestros ritmos y nuestras ocupaciones.
Durante el curso 2014-2015, la implantación de la LOMCE en los colegios de Educación Primaria hizo que la carga de horas lectivas de distintas asignaturas variase, lo que llevó a una reestructuración de los horarios. Este cambio hizo que las clases pasasen de los tradicionales 60 minutos a una duración de 45 minutos. Todo el ecosistema escolar se debió ver afectado de tal forma que, a partir de ese curso, las quejas de las familias por una carga excesiva de deberes escolares fue en aumento. Esto, unido a la supuesta necesidad de fomentar lo que se ha venido a llamar «cultura del esfuerzo», ha dado lugar incluso a huelgas de deberes, siguiendo la estela de Francia.
La verdad es que, personalmente, no me puedo quejar. Desde que en casa decidimos relajarnos, hemos gestionado bastante bien el tema. Tenemos claro que la familia tiene que hacer cosas de familia, no de escuela. No se puede dejar de salir a pasear, ir a clase de Judo o jugar a las videoconsolas por seguir haciendo tareas escolares después de las cinco horas lectivas obligatorias. El tiempo de ocio es necesario para la salud, y mucho más si hablamos de niños y niñas de primaria. Y además, la familia es un ente autónomo, con libertad y capacidad para decidir en qué actividades embarcarse.
El tema de los deberes escolares ha sido el origen de un gran enfrentamiento entre familias luchando por su autonomía y profesorado luchando por rascar tiempo para impartir el currículum estipulado. Desde mi punto de vista, no podemos perder el norte. Cuando el río suena, agua lleva, dice el refrán, y tantas familias pidiendo que se frene la intromisión de la escuela en el tiempo de ocio de niñas y niños, tiene que ser por algo. No creo que las familias de hoy en día estén criando «niños blanditos» o que el profesorado se haya vuelto loco de repente. Los nuevos planteamientos de la LOMCE no funcionan.
Por mi experiencia como madre y como profesora puedo decir que no he observado un cambio generacional que suponga un deterioro de la especie o algo por el estilo. Por el contrario, los llamados millennials han estado sometidos a presiones que nosotros, babyboomers, no conocimos, y las están superando desarrollando capacidades que sus mayores nunca hemos tenido y, por tanto, no les hemos podido enseñar. Han crecido con la era digital y con una crisis del sistema que les va a obligar a desarrollar nuevas formas de subsistencia. Por tanto, el debate de los deberes creo que responde a algo más que a una repentina flojera de la sociedad.
Por otra parte, ni nuestras escuelas ni nuestra sociedad son homogéneas: hay escuelas de barrio obrero, escuelas de clase media, escuelas con un porcentaje alto de niños y niñas inmigrantes. Sus necesidades educativas, sus recursos, sus características como grupo son muy diversas. Hemos de ser conscientes de que, cuando hablamos sobre el problema educativo, lo hacemos manteniendo un estereotipo de escuela y de familia que pueden distar mucho de la realidad de una parte importante de la población. Los deberes escolares significan cosas muy distintas para distintos grupos familiares. Depende del tiempo del que dispongan las personas adultas al cargo, de sus recursos culturales, educativos y económicos, de las competencias o dificultades de aprendizaje que tengan las niñas y niños, etc. Lo cierto es que la queja por los deberes puede ser por motivos muy diferentes, aunque el estereotipo casi caricaturesco sea «los padres no quieren complicarse la vida ayudando a sus hijos con las tareas y meten a los niños en miles de extraescolares todas las tardes».
El debate en una sociedad madura tiene que huir de la jerarquización y la imposición. La responsabilidad de la educación de nuestras hijas e hijos es, en primer término, de la familia. La escuela es una valiosa institución que nuestra sociedad mantiene para asegurar que esa educación llegue a todos y todas por igual. En ese sentido, los deberes escolares, que en la actualidad son una práctica impuesta desde la escuela, deberían reformularse desde una perspectiva comunitaria. No tiene sentido convertir a la escuela en una institución que vigila y regula las actividades familiares y castiga si no se hace lo que ella ordena.
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