«Los niños y las niñas son el futuro. Se les debe dar felicidad, seguridad en sí mismos y el deseo de ser buenos ciudadanos». Con estas palabras, Palmira Calvo Sanchis sintetiza el pensamiento y la práctica pedagógica de su madre, Paquita Sanchis, maestra entre los años 20 y 30 del siglo pasado, duramente represaliada por el régimen franquista, que la condenó a seis años y un día de prisión y la mantuvo apartada del magisterio durante un cuarto de siglo.
El documental En el yunque de la desgracia, dirigido por Alberto Herrero Salvador y producido gracias a las aportaciones de un puñado de micro mecenas, es un homenaje a la generosidad, la valentía y el compromiso de esta mujer adelantada a su tiempo, vital y luminosa. Un relato coral, por donde despuntan el dolor y la injusticia, construido a partir de las evocaciones de su hija Palmira, el emotivo testimonio de las que fueron sus primeras alumnos en Pina de Montalgrao (Alt Palància) y los enriquecedores comentarios de la profesora de Historia de la Educación, Carmen Agulló, que ya le dedicó un capítulo en su libro Maestras Valencianas Republicanas, que ha servido de base documental para la película.
Cuenta Alberto Herreros, natural también de Pina de Montalgrao, el primer destino como maestra de Paquita Sanchis, que fue la enorme gratitud que mostraban las vecinas de su pueblo y antiguas alumnas de Paquita, lo que lo hizo empatizar con la historia y decidirse a contarla. «Casi un siglo después, aquellas mujeres que hoy tienen más de 90 años siguen recordando con agradecimiento a la que fue su querida maestra. Es ese sentimiento de proximidad y empatía lo que he intentado aportar a esta película», explica el documentalista, autor también de la biografía de Paquita incluida en el libro 20 Maestros del siglo XX en Valencia.
Naturista y librepensadora
«Paquita fue una mujer muy valiente, enamorada de la pedagogía y la infancia. Fue pionera en muchos aspectos y supo abrazar, de forma coherente, todas las facetas en que se movió: las pedagógicas, las políticas, las sindicales y las naturistas», afirma por su parte, la maestra de maestros Carmen Agulló. «Prueba de su talante decidido, moderno y libre», continúa Agulló, «es que con sólo 22 años, ya con el título de maestra, se fue a Mazagán, en Marruecos, a dar clases a los hijos de un comerciante inglés, después de leer un anuncio en la revista naturista Helios. Impresiona pensar cómo una joven valenciana es capaz, a principios del siglo XX, de aventurarse, ella sola, en un viaje que la trasladará a África».
Paquita Sanchis nació en 1896 en la parte vieja de la ciudad de Valencia, en el seno de una familia de la media burguesía. Su padre, comerciante, influirá de manera determinante en su vida, tanto por el hecho de animarla a cursar estudios como para ponerla en contacto con el naturismo, el laicismo y el republicanismo, pilares básicos de su trayectoria vital.
Paquita será, de hecho, la primera mujer con un cargo en la Sociedad Vegetariana Naturista de Valencia, la organización más activa y pionera del territorio español, donde a principios del siglo XX, los baños de mar y de sol integrales, la alimentación vegetariana, el higienismo, la medicina natural o la danza libre inspirada en Isadora Duncan, eran prácticas habituales.
«El naturismo fue muy importante en la vida de mi madre», afirma Palmira Calvo, «pero no lo fue todo. También están la libertad, la cultura, sus ideas progresistas. Todo ello formaba parte de su ideario».
Maestra rural
Las primeras lecciones las recibe Paquita en la escuela de la Institución para la Enseñanza de la Mujer, creada bajo el patrocinio de la Institución Libre de Enseñanza, que ofrecía una enseñanza libre, activo y moderno, mucho más avanzado que el que, entonces, impartía en las escuelas públicas y privadas de la capital valenciana.
En 1913 inicia sus estudios de Magisterio en la Escuela Normal Femenina de Valencia, donde se titula como maestra en 1918. «Aunque aquí los valores y la metodología son mucho más conservadores, ella tendrá la suerte de tener una maestra excepcional: Maria Carbonell», explica Carmen Agulló. «Carbonell promovía una educación al aire libre, con excursiones en la naturaleza y salidas culturales. Daba mucha importancia a la higiene y la educación física y todo eso, que era muy innovador en ese momento, Paquita lo aplicará después, sobre todo en Pina del Montalgrao».
Era el año 1922 cuando Paquita llegó a este pueblo del interior castellonense, rodeado de montañas, a hacerse cargo de la escuela unitaria de niñas. Hoy no viven más de 50 personas y la escuela está cerrada, pero en aquel tiempo la población rozaba los 500 habitantes y el alumnado superaba los 80 niños y niñas. Algunas de ellas recuerdan al documental como aquella maestra moderna instauró la rutina de la higiene y antes de comenzar las clases, todas acercaban a la fuente pública a lavarse con agua y jabón y peinarse. En aquella época las cifras de mortalidad infantil eran muy elevadas, sobre todo en el mundo rural. En Pina, como tantos otros pueblos, no había agua potable en las casas y las condiciones de vida eran muy duras, especialmente por el frío que se sufría en invierno, al estar situado el pueblo a más de 1.000 metros de altitud.
Educación en la naturaleza
«La estancia de Paquita en Pina es un ejemplo casi paradigmático de las penosas condiciones del magisterio rural de la época, que tenía que desarrollar su labor docente en edificios mal acondicionados y con un déficit de mobiliario y de material que el Estado no acababa de solucionar», asegura Carmen Agulló.
Sin carreteras ni caminos para llegar al pueblo, Palmira Calvo cuenta la anécdota de cómo su madre hacía el trayecto entre Barracas, donde llegaba el tren que enlazaba Valencia con Zaragoza, y Pina, a lomos de un burrito. En 1925 había nacido Horacio, su hermano y primer hijo de Paquita, y cuando las vecinas de Pina veían la maestra llegar con el hijo en el brazo, encima del burrito, decían que parecía la Virgen María con el Niño. «Mi madre podía haber dicho que no a aquel destino. Nadie quería ir a los pueblos con mala comunicación», continúa relatando Palmira. «Pero dijo que sí, que hacía falta que los maestros fueron a esos pueblos. Y allí se quedó durante 8 cursos».
Paquita se había formado con los textos de Édouard Claparède, de Gloria Giner de los Ríos y Leonor Serrano, a quien conoció personalmente y mediante la cual descubrió la pedagogía de María Montessori. La conexión con el entorno, la observación entusiasta de la naturaleza más cercana, con constantes excursiones, permitir que las criaturas se movieron con libertad y evitar la competitividad y fomentar la ayuda mutua, formaban parte de su práctica educativa.
«Paquita construyó con sus manos un gran ábaco con alambre y bolas, y con un puntero largo les enseñaba a contar», explica una de sus ex alumnos. Y añade: «Éramos nosotros quienes teníamos que responsabilizarse de la estufa de leña, y muchas veces íbamos en los pinares a recoger piñas para encender el fuego».
La larga pesadilla
En 1930 Paquita Sanchis deja Pina del Montalgrao y se traslada a la escuela de párvulos de Llíria. Acaba de obtener el título de maestra puericultora, sección higiene escolar. Y es en esta población del Camp de Túria, altamente politizada y polarizada, donde vive la proclamación de la Segunda República, el nacimiento de su hija Palmira y el estallido de la guerra. En estos años, Paquita se afilia a la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza, la FETE -es la primera mujer afiliada a Valencia, en1931-. En 1934 ingresa en el partido Izquierda Republicana y 1936 se afilia al PSOE.
En septiembre de 1936, con la guerra ya librándose, la trasladan a Valencia, al Asilo Romero, rebautizado con el nombre de Fundación Pablo Iglesias, a fin de cumplir con el decreto de sustitución de las órdenes religiosas, donde atiende y enseña los niños huérfanos y refugiados. Valencia es en ese momento la capital de la República.
El 18 de agosto de 1939 viaja a Llíria a fin de buscar los avales necesarios para superar la depuración. Va en compañía de su hija Palmira, cuando la detienen y la encierran en una casa particular habilitada como cárcel de mujeres. «Mi madre se fió de lo que dijeron los vencedores: todo aquel que no tenga las manos manchadas de sangre no tiene nada que temer», cuenta Palmira, que conserva intacta la memoria de aquellos momentos durísimos, donde no se separó de su madre.
Volver a la escuela
La práctica naturista, una manera de vivir incomprensible para las mentes estrechas de los fascistas, parece que fue la causa de la detención. Juzgada en un consejo de guerra sumarísimo, Paquita fue acusada de propagar ideas marxistas y antirreligiosas y de incitar a la rebelión. Ella se defendió alegando que sus eran alumnos de párvulos y que ella era una servidora del Estado y como tal, había enseñado religión durante la dictadura de Primo de Rivera, y había dejado de enseñarla durante la República.
La condena fue desorbitada: seis años y un día de prisión, de los que acabará cumpliendo dos en el Convento de Santa Clara, donde compartirá los días, dando clase a reclusas anafalbetes, con la también maestra Empar Navarro, la inspectora de educación, Angela Sempere, y la madre y la hermana de otra destacada maestra, Enriqueta Agudo.
Al recuperar la libertad, Paquita, viuda, se dedicará a todo tipo de trabajos, incluso el estraperlo, para poder sobrevivir y alimentar a sus dos hijos. El régimen franquista le impidió ejercer el magisterio durante 25 años, hasta el 1964. Tenía 68 años cuando pudo reincorporarse a una escuela de Mislata. Su hija Palmira recuerda en el documental la reacción de los niños y niños a su llegada. «¡Qué horror, una señorita vieja!», exclamaban. Pero cuando dos años después, Paquita se jubiló y dejó el centro, los mismos niños y niñas lloraban de pena porque no querían que se fuera. «La adoraban», dice emocionada Palmira. «Y ese afecto, ganado por el respeto hacia el que sabe, no impuesto por rutinas, por los castigos, por el miedo, eso es lo que mi madre y sus compañeras maestras supieron transmitir y que perdimos por culpa del franquismo».