Todavía son las primeras horas del confinamiento obligatorio en el que vivimos en este país de 15 millones. Las noticias de China, y luego Europa y Estados Unidos, nos fueron alertando y alarmando, pero no lo suficiente para que pudiéramos cambiar el ritmo y la manera de vivir. Sin embargo, ya con seis casos registrados y una persona muerta, la cosa se ha desvelado de manera dramática. Ya el Gobierno ha planteado prohibiciones y esperamos que con eso la contención sea posible.
Los dos casos iniciales fueron de personas provenientes de Italia y de España. Algunos de sus familiares que los acompañaban también están en cuarentena, pero la cosa se pone dramática por el hecho de que la primera persona fallecida era dueño de una fábrica de maquilación textil, la cual se considera foco ahora de una posible expansión exponencial en el territorio nacional.
Me parece que, en una reflexión ligera, existe una ventaja y una desventaja para países como los latinoamericanos, sobre todo, aquellos que todavía sus cifras de infectados no son tan alarmantes. La ventaja es que después de la difusión de noticias angustiantes de Asia y de países tan cercanos y queridos para nosotros, como España e Italia, la situación ya nos tenía en alerta. Tampoco es comparable el flujo turístico nuestro con el europeo, aunque en Guatemala somos un país de flujos migratorios forzados, porque estamos entre México y Honduras y esa es otra realidad que tampoco podemos desatender. Aunque su origen oficial está en China, para Guatemala el conavirus vino de Europa. Y eso es distinto a que de aquí hubiera ido para allá.
Esta supuesta ventaja hizo que los gobiernos, de una u otra manera, fueran preparándose para la emergencia. Aunque no pudo evitarse el desabastecimiento, el frenesí por comprar, la neurosis colectiva expresada en largas colas para comprar papel higiénico (como se había empezado a ver en la televisión proveniente de Estados Unidos).
Por otro lado, los países latinoamericanos en general tenemos una desventaja: nuestras condiciones estructurales. La precariedad en los sistemas de salud hace que cualquier emergencia se convierta en una situación extremadamente dramática. Una pandemia como esta nos puede arrasar de maneras insospechadas. En Italia el sistema de salud vivió colapso por este conavid 19. Algo un poco menor en países como los nuestros, se convierte en una tragedia de tamaño monstruoso.
Y aunque no parece el momento más adecuado para recordar viejas condiciones estructurales, me parece que tampoco es momento para olvidarlas completamente. El empobrecimiento agudo de grandes segmentos poblaciones en Guatemala, junto a la precariedad en salud y en educación, así como el enorme desempleo de miles y miles de jóvenes, son factores que no pueden quedarse olvidados. Tienen que tomarse en cuenta en este preciso momento, porque la pobreza mata muchísimo más que cualquier virus y porque después de que este conavid 19 sea dejado de lado, la pobreza y la exclusión seguirán haciendo de la suyas, en silencio, sin focos de medios de prensa, sin alarmas, sin llamados a la unidad, sin acciones internacionales.
Creo que, aunque un virus parece un elemento de la naturaleza, y esta pandemia parece que nos hace olvidarnos de sus autores y verdaderos responsables, no podemos dejar de lado que quizá nunca sabremos plenamente quién o quiénes lo crearon, y por qué o para qué lo diseminaron. O a quién se le salió del control. Los portadores individuales, sobre todo cuando tenían conocimiento de la situación, fueron claramente responsables, no así quienes no sabían nada de lo que pasaba. Pero los auténticos responsables, aquellos que por el control del poder en el mundo hacen y deshacen (sin importar la vida y la dignidad), seguirán en la sombra y sin ser señalados contundentemente.
En esto no somos europeos, asiáticos o americanos, somos humanos ante un problema común. Estamos en esto todos los seres humanos, el confinamiento es para todos. Pero también la esperanza en un mundo distinto nos pertenece y este es tiempo para construirla.