En nuestra amada Latinoamérica, la pandemia ha develado la historia estructural cargada de innumerables vulnerabilidades, esas que se expresan por la exclusión de pueblos enteros, por la violación de todos los derechos humanos, por brechas que se agigantan entre empobrecidos y enriquecidos. En ese cóctel de vulnerabilidades, existe una a la que educadores y educadoras tenemos que poner muchísima atención en este tiempo difícil, pero también para cuando salgamos de él.
La vulnerabilidad epistémica es esa condición de fragilidad ante el bombardeo informativo, ante posiciones que construyen y agigantan el miedo. Somos vulnerables epistémicos cuando nuestros esquemas mentales no están fortalecidos con filtros críticos que permitan discernir, descubrir o develar los intereses de control y dominación que puede haber en la hiperinformación o en la desinformación. O filtros ante el desaliento, el alarmismo y la confusión. O debilidad para dejarnos atrapar por un pesimismo que envenena y secuestra la esperanza, tan necesaria para salir fortalecidos de esta noche oscura global.
El manejo de la información masiva es un componente importante en los escenarios de poder que necesitan ejercer las estructuras globales de poder, junto a los gobiernos, sus instrumentos cruciales y necesarios. Para ello, y junto a ello, el sistema escolar que hace sus aportes en favor de construir sociedades fácilmente manipulables.
Una educación que se reduce a la mera transmisión de saberes, o a la adquisición de capacidades o habilidades tan preciadas para la creación de gigantes conglomerados de mano de obra barata (y desesperada aún más con la actual crisis), representa una de las herramientas ideológicas fundamentales para que el mundo siga siendo el mismo. Ella siembra, instala, permite la germinación y lanza al viento la incapacidad para pensar de manera autónoma, la carencia de posiciones críticas, en la que se aplican filtros al exceso de información (o a su carencia).
La vulnerabilidad epistémica proviene de una débil formación de pensamiento crítico, autónomo y creativo. De una falta de atrevimiento y aventura para pensar, sentir y actuar de maneras contrarias a las que nos imponen o por las que nos seducen.
Niños, niñas, adolescentes y jóvenes pasan años y años dentro de las aulas sin lanzar miradas serias, personales y críticas sobre el mundo en que viven. Tampoco sobre sí mismos, sin llegar a elaborar nuevos imaginarios sobre la vida, mucho menos sin llegar a construir nuevos sentidos o significados para lo que son y para lo que quieren ser, o lo que quieren aportar.
Hemos visto, aquí en Latinoamérica, cómo la gente todo lo cree. O, por el contrario, no cree en la necesidad de ser responsable ante la situación del COVID-19. Hemos visto cómo los gobiernos inventan o crean situaciones que más favorecen sus propias agendas, sin ponerle atención a la condición de salud y de vida de las mayorías. Todo eso, si nos descuidamos educativamente, será el abono para enriquecer una vida pospandemia sin activismo ciudadano y político, sin movilización de jóvenes hacia otra cultura política. Sin aprendizajes profundos sobre lo que vivimos hoy.
Somos vulnerables epistémicos porque nuestros esquemas mentales no están enriquecidos de manera permanente por el básico y mínimo ejercicio de pensar, de sentir y de aspirar a otro mundo en el que la dignidad, la inclusión y la solidaridad sean las señas de identidad prevalecientes.
Nosotros, educadoras y educadores del mundo, necesitamos hacer de la pandemia una escuela para la criticidad y el compromiso con la vida plena de cada ser humano en el planeta. Propiciar formas personales, íntimas, pero también científicas y críticas de comprensión de la realidad. Permitir que sea el pensamiento autónomo pero responsable el que nos haga actuar en esta realidad compleja, es también una llamada de atención para hacernos fuertes epistémicamente. Para que no sea fácil, para los poderes, controlarnos, manipularnos, meternos el miedo que paraliza; para que no les sea fácil lo que afirma Chomsky: “Uno de los objetivos principales de la política social es mantener pasiva a la población, las personas con poder querrán eliminar todo lo que tienda a estimular el que la gente participe en la planificación, porque la participación popular amenaza el monopolio de poder de las empresas, estimula a las organizaciones populares, moviliza a la gente y, probablemente, daría lugar a una redistribución de beneficios, etcétera” (En Chomsky, Noam, Chomsky esencial, p. 93).
Y que una educación que nos haga fuertes epistémicamente sea también una educación para descubrir lo que nuestros esquemas de pensamiento nos afectan a la hora de construir relaciones con los otros. Descubriremos cuánto del tormentoso mundo que vemos afuera está construido desde los recónditos espacios de nuestro propio mundo interior.