Es finales de enero en Bamako, la capital de Mali. Son las tres de la tarde. El sol no perdona y va quemando todo. Un gran descampado frente a un colegio público, entre casas bajas, marrones, será el escenario del primer partido del equipo de fútbol del Association Sportive Football Club Fadjiri Lolo.
El campo es de la tierra marrón rojiza que todo lo llena en las calles de esta ciudad que se expande desde los márgenes del río Níger. Las líneas están pintadas de color negro. Los chavales esperan con paciencia a los equipos que tienen que llegar. Escuchan las últimas indicaciones del entrenador, un hombre de edad, enjuto y con gorra calada.
Las autoridades del barrio van llegando, como lo hacen también el resto de los equipos. Todos ellos, alineados en una de las bandas del campo, esperan los saludos oficiales. Comienzan los partidos.
La Association Sportive Football Club Fadjiri Lolo forma parte del sueño de Mamadou Coulibaly, un hombre que ha pasado casi la mitad de su vida fuera de África trabajando para tener un futuro mejor para sí y los suyos.
Mamadou nació en Costa de Marfil, país vecino al sur de Malí y con el que, actualmente, las relaciones no son las mejores. No solo porque hace unos días echara a la selección nacional de fútbol de Malí de la Copa de África, sino por los muy complejos intereses geopolíticos de esta parte del mundo. Hoy por hoy, un avispero en el que el yihadismo, los deseos de autonomía de la población tuareg del norte y los intereses comerciales y políticos de Francia, Rusia, China, la Unión Europea y Estados Unidos están compitiendo por hacerse con el control de la región y de sus recursos.
Mamadou vivió hasta los 18 años en Costa de Marfil, en una casa humilde junto a sus padres y sus muchos hermanos. Esta situación le impidió estudiar todo lo que le hubiera gustado, de manera que empezó a trabajar con su padre. Vendían pescado. No era una vida fácil, pero tenían para vivir.
Esto marca la diferencia con los niños y las niñas que años más tarde verá Mamadou en su barrio de Bamako. En Malí, la tasa de fertilidad es de seis hijos por mujer en 2020. Es un país con una población extremadamente joven. De hecho, el promedio está en 16 años. En la capital, Bamako, viven millones de menores de familias muy humildes, más del 40 % de ellas en riesgo de pobreza, a las que se suman las desplazadas internas.
Millones de estos niños trabajan desde edades muy tempranas en todo tipo de oficios. Muchos otros pasean por la calle, con vasos de plástico, mendigando dinero en cruces de caminos, semáforos, las puertas de las tiendas de alimentación o, como en el barrio de Mamadou, puerta por puerta.
Su padre tenía, cuenta él, algunos ingresos más que su vecino, al que de vez en cuando podía ayudar económicamente. Pasados algunos años, uno de sus hijos migró hacia Europa y, cuando regresó, traía dinero, tanto como que en poco tiempo pudo mejorar las condiciones de la vivienda de la familia. Y Mamadou se dijo: «Si él ha podido, yo también lo haré».
Es la historia de tantas y tantas personas en el Sahel en donde las condiciones tan duras de vida, así como los conflictos armados han obligado a dejar sus casas atrás. Mamadou pasó tres años de su vida trabajando con su padre para ahorrar lo suficiente como para emprender el viaje. Lo hizo desde Malí, a donde se habían trasladado.
Viajó por la ruta de Mauritania, que conduce a Canarias. Cuando llegó a la Península, hace 18 años, pasó uno de ellos en un centro de acogida gestionado por Cruz Roja en Málaga. Pasado ese tiempo, en el que «nos daban dinero, ropa, comida», tenían que dejar el recurso. Les dejaban elegir a dónde ir y él se decidió por Palma de Mallorca. «Yo veía la tele y Mallorca me llamaba la atención. No lo conocía de nada». Le dieron dinero para ir en autobús hasta Valencia y allí coger el barco hasta la isla. «Sin conocer a nadie. Llegué a las siete de la mañana. No sabía a dónde ir. Encontré a un nigeriano que hablaba un poco de francés, me ayudó». A los días consiguió su primer trabajo, alquiló una habitación y desde entonces no ha parado de trabajar. Hoy lo hace en el Aeropuerto de Palma.
En sus primeras vacaciones, pasó varias semanas en Bamako y allí empezó se dio cuenta de la situación de niñas y niños. «Muchos chavales estaban pidiendo dinero y comida casa por casa. Me sabía mal verlos así». La segunda vez que volvió, también por vacaciones, decidió que quería hacer algo para ayudar. «El problema es que no vivo aquí, sino en España ¿cómo lo hago?».
Mientras daba con una idea, cuando los niños llamaban a su puerta, les dejaba pasar para que comieran un poco. Es muy poco habitual dejar a estos chiquillos cruzar el umbral, pero Mamadou lo hizo. En esos días, él veía el fútbol en la tele, y los chicos, relata, también querían ver los partidos. De esa manera, compartían afición y comida. «Algunos no tienen familia, otros sí tienen pero son pobres y no pueden mantener a todos lo hijos. Se tienen que buscar la vida desde pequeños», resume Mamadou. Es la historia de millones.
Hasta las terceras vacaciones que pasó en Malí no dio con la clave. Empezó a hablar con sus vecinos para ver si entre todos podían poner en marcha el proyecto en el que hace unos días colocó su primera piedra en Bamako.
El objetivo es que los niños y las niñas tengan un lugar seguro en el que jugar fuera de las calles. Que puedan entrenar y compartir espacio y, además, darles, al menos, una comida el día del entrenamiento. «La base será el futbol porque les gusta a los chavales», explica Mamadou.
El primero de los pasos era montar una asociación legal, así que ahí tuvieron que echar una mano los vecinos. Se tenían que encargar de arreglar los papeles mientras Mamadou estaba en España y, en la medida de lo posible, iba mandando el dinero para poder adelantar la burocracia.
Mamadou llegó a la ciudad acompañado de Sergi Cardona, un joven catalán que reside en Palma de Mallorca desde hace cuatro años. Se conocieron trabajando en un granja, a la vuelta del segundo, durante la pandemia, a España de su vida en el extranjero. Entonces se hicieron amigos y, como explica Cardona, ya empezaron a hablar de la posibilidad de viajar a Bamako juntos.
Han viajado cargados de maletas llenas de equipamiento deportivo (los uniformes de los chavales) y algunos balones. Un material que es parte de una donación de una fundación catalana. La primera donación que han conseguido. «He preferido venir a entregar la donación a los chavales, para que lo vean, que ha llegado donde tiene que llegar», explica Mamadou. Sergi, a modo de testigo de la entrega, da fe de que los materiales han llegado a manos de los niños, y de que el dinero para levantar la academia también se está utilizando en ello.
El contacto con la fundación lo consiguieron gracias a otra amiga, Clara, que había trabajado con una ONG en un país vecino, Níger, y tenía contactos que podrían ayudar. Ambos, Clara y Sergi, son amigos de Mamadou y, explica el segundo, cuando les comentó el proyecto se pusieron manos a la obra para intentar ayudar (búsqueda de recursos, dar a conocer el proyecto, viajar a Bamako, recoger testimonios, montar las redes sociales de la asociación…).
Han tardado casi un año en resolver el tema del papeleo para constituir la asociación, pero ya está hecho. En ese tiempo, Mamadou ha ido mandando dinero y en el barrio de Fadjiri Lolo han encontrado el espacio en el que levantar la academia de fútbol, un lugar en el que habrá vestuarios, un comedor común, así como una pequeña oficina para el entrenador. «La idea era construir el vestuario y que motivemos a los chavales, que estén a gusto, seguros. Que sepan que estamos a su lado». Todo ello para «ayudar a los niños haciendo algo que les gusta».
Cuando la aventura comenzó, solo eran cinco chavales los que iban a casa de Mamadou a comer y ver partidos; llegaron a ser 10 cuando comenzaron los papeleos para la asociación. Hoy, con la primera piedra puesta para el edificio, ya son 35 niños de entre 6 y 14 años, repartidos en dos grupos, los menores de 10 y los mayores. La inmensa mayoría, niños.
Mamadou insiste en que chicas y chicos estén seguros, fuera de la calle, que puedan sentirse tranquilos en un espacio como el que está construyendo. «De momento jugamos delante de un colegio, pero no es nuestro. El objetivo es que tengamos un espacio que sea nuestro, que sea seguro, que no nos echen en cualquier momento. Por eso comenzamos con los vestuarios, para que tengan sus necesidades cubiertas en el mismo lugar».
Han conseguido federar el equipo en la Federación de Fútbol de Malí. Esto les permitirá competir contra otros equipos dentro y fuera de Bamako.
Además del espacio para entrenar y jugar sus partidos, la academia tendrá un comedor común. La malnutrición es un problema muy extendido por Malí y su capital no es una excepción.
El país se encuentra a la cola del ranking del Índice de Desarrollo Humano elaborado por la ONU. Más de diez años de conflicto más o menos soterrado con los tuaregs y la guerra contra el islamismo radical no ayuda. El actual gobierno militar expulsó a Francia y sus intereses del país y en los próximos meses saldrá también la misión militar de seguridad de la Naciones Unidas. La cooperación internacional se ha visto resentida en los últimos años y los próximos meses no auguran que las cosas vayan a mejorar.
Todo esto, al final, se traduce en una población empobrecida con millones de niñas y niños trabajando en malas condiciones, amén de esos problemas de malnutrición. Por eso, la comida forma una parte importante también de este proyecto deportivo.
Como todavía no está construido el edificio que albergará el comedor y los vestuarios, están resolviendo el tema dando las comidas en casa del entrenador o en la de Mamadou cuando él está en la ciudad. El entrenador es también socio en el proyecto. Su trabajo se ve recompensado económicamente, pero como admite Mamadou, a un precio inferior del oficial teniendo en cuenta que tiene su carnet de entrenador, «pero lo hace por la situación en la que estamos», comenta.
«Me dan ganas de seguir ayudándolos. Me siento muy a gusto, quiero seguir en este proyecto», asegura Mamadou. Tanto es así que su sueño es que «podamos participar en España en algún torneo con los chavales el día de mañana. Ir, jugar y volver», afirma.
La asociación cuenta con perfiles en diferentes redes sociales: en TikTok, en Facebook y en Instagram. También es posible contactar con Mamadou Coulibaly en su teléfono español (602333526) para resolver cualquier duda sobre cómo colaborar con su proyecto. Además de recibir donaciones, Sergi explica que han hecho algunas camisetas del equipo que, de momento, han vendido entre las amistades. Esperan poder venderlas como forma más o menos regular de conseguir ingresos para la asociación, mantenida económicamente por Mamadou en su práctica totalidad.
Mientras ese futuro llega, han de levantar el edificio, poner una verja que delimitará su campo de juegos y tener una furgoneta para los desplazamientos.
Mamadou quiere que el proyecto no deje de crecer y pueda sostenerse económicamente. Sacar a los chavales de la mendicidad de las calles de Bamako, que estén seguros y no expuestos al trabajo infantil es una ardua lucha que este hombre sueña con conseguir y mantener a lo largo de los años.