La escuela, ese lugar que nos inspira inocencia y sensibilidad, que nos transporta a una época feliz y despreocupada. Las risas de niños y niñas en el recreo, los dibujos coloridos en las paredes; poco podemos imaginarnos que en este idílico escenario puedan llevarse a cabo prácticas como el abuso de poder, traiciones entre compañeros/as, tratos de favor y un largo etcétera. No, las escuelas no escapan tampoco a las prácticas sucias del ser humano.
Abuso de poder
Una de las cosas que me atraía de trabajar en una escuela pública era la idea de que no hubiera un/a jefe/a todopoderoso al que se tuviera que obedecer sin rechistar. Antes de ser profesora, me imaginaba la escuela como un lugar horizontal, donde la gente trabajaba codo a codo y tomaba decisiones paralelamente. Esto, sin embargo, no es siempre así, y a pesar de que hay quienes se esfuerzan por gestionar la dirección de una manera horizontal, desde arriba se aprieta por reforzar la figura de dirección dándoles más responsabilidades, pero también más poder de decisión y gestión. Así bien, la figura como tal toma peso cada día, se ratifica y en ocasiones hay quienes hacen uso de su lugar privilegiado para autopremiarse.
He escuchado historias de todo tipo: directores/as a quienes no se les cobra el servicio de comedor, que no justifican sus ausencias, que durante las colonias se escapan por su cuenta a hacer compras o hacer una excursión tranquilos. Quienes faltan a sus clases sin justificación, exigen conocimientos al claustro cuando ellos mismos no las tienen, que tienen gestos desconsiderados con los compañeros que no les agradan, que se permiten hablar con desprecio y altivez o hacer tratos de favor a quienes sí les agrada. Directores incompetentes o tiranos a quienes nadie se atreve a desbancar. Por desgracia, a menudo el claustro calla y atiende, por muy injustas que sean sus decisiones, sus actos o su trato. Como ocurre en otros lugares, las críticas se quedan en los pasillos, porque ¿quién se atreve a denunciar al poderoso? ¿Qué pasará conmigo si lo hago? ¿Quién se atreve a poner sobre la mesa las vergüenzas de cualquiera?
Amiguismos
Uno se preguntará qué tipo de favores pueden existir en una escuela, especialmente en una pública donde gran parte del profesorado tiene su puesto de trabajo asegurado. Sin embargo, hay muchas variables que hacen que un curso escolar pueda ser más o menos agradable, más o menos fácil. Me explico.
El grupo de alumnos que te asignan, por ejemplo, es uno de los grandes motivos de desigualdades. Llevar adelante un grupo en el que hay alumnado complicado (ya sea por el tipo de familias, por las dificultades de aprendizaje o por aspectos actitudinales), puede llegar a ser muy estresante y desgastante. Por este motivo, y de una manera velada, o no, hay grupos más o menos deseados. Asignarle a alguien, curso tras curso, el más complicado, es una manera velada de invitarle a irse de una escuela. Por otro lado, es bien sabido que hay quienes se acercan al despacho a pedir expresamente que no se le asigne un grupo en concreto, y ahí es donde entra el juego de amiguismos, no todo el mundo puede permitirse el lujo de hacer esta petición.
Otro de los grandes disputados son los cursos: ciclo superior, ciclo inicial, primero, I5, I3… Generalmente, hay preferencias, o hay recelo por alguno de ellos. A pesar de que cualquier docente debería estar capacitado para impartir cualquier nivel, es cierto que, ya sea por el temario o por la edad del alumnado, se prefiere un ciclo que otro. Los retos que plantean los distintos cursos difieren mucho entre sí, y si no has estado nunca en un ciclo o curso, puedes llegar a sentirte como pez fuera del agua, falto de estrategias, perdido. El inicio a la lectoescritura, por ejemplo, es un momento complejo que requiere de conocimientos específicos y la experiencia en este campo es de gran ayuda. Así bien, al terminar el año, el profesorado cruza los dedos y espera impaciente a saber qué curso le será asignado. No todos tienen la misma suerte en este reparto a dedo.
El horario y las asignaturas son otros de los grandes temas de disputa y comparación: ¿Cuántos días me toca vigilar patio?, ¿tengo hora de trabajo personal a primera hora de la mañana, a última de la tarde del viernes, me la han partido en dos medias?, ¿mi reducción de jornada está compactada?, ¿tengo medios grupos?, ¿hago refuerzo, las matemáticas de todo el cole, doy mi especialidad o me han puesto de tutora? Aunque parezcan temas triviales, la manera en que se distribuyen las clases, los refuerzos o las asignaturas que se imparten, entre otros, también repercuten directamente en cuán a gusto estaré en el puesto, la carga de trabajo que asumiré y en los recursos de los que dispondré, y, por ende, en mejores condiciones para hacerlo. Dar inglés el viernes por la tarde puede llegar a ser toda una pesadilla, ser tutora cuando soy especialista de educación física puede representar todo un dolor de cabeza.
Podría nombrar cientos de cosas más por las que el profesorado puede ser beneficiado: horas de veladora que se les asignan a los alumnos con NNEE de mi aula, las de coeducación o refuerzo que se me conceden, si me han puesto en la comisión que quería, si se me concede, o no, el permiso (no retribuido) que pido para cogerme un día libre, si se me autoriza comprar el material de aula que quiero, si me han puesto de paralela con la persona con la que me llevo bien, etc.
Estos son algunos ejemplos de las diferencias que pueden existir en un claustro, y por desgracia, estas decisiones o repartos no siempre se realizan desde una perspectiva pedagógica; en ocasiones, la relación que se tenga con dirección es crucial. Ser amigo, o incluso algo más, con algún miembro de dirección puede reportarnos grandes beneficios y hay quien no duda en hacer uso de esta condición.
Traiciones
Entre profesorado también existen juegos de traición. Parece mentira, pero en todos lados hay quien o quienes corren de manera reiterada al despacho a quejarse o, dicho en otras palabras, a hablar mal de los compañeros/as. Las campañas de desacreditación también son una práctica recurrente para desbancar a alguien de su puesto o para librarse de quien no es bienvenido.
Los chismes, el critiqueo… todo esto, lamentablemente, es el día a día de muchas escuelas. Lamentable, primeramente, porque ninguna de estas prácticas favorece en nada al ambiente de trabajo, y, en segundo lugar, porque estamos siendo hipócritas. No deja de sorprenderme el hecho de que como adultos y docentes nos dirijamos al alumnado dando lecciones de “buen hacer para con el otro/a”, y luego seamos nosotros mismos los que llevemos a cabo y/o aceptemos prácticas tan poco éticas. Hay cierto punto de falsedad en todos estos mensajes que lanzamos, por lo que, antes de decir nada, deberíamos preguntarnos si nosotros mismos cumplimos con lo que predicamos, si estamos en posición de dar lecciones al respecto.
De joven me encantaba leer a Roald Dahl porque mostraba sin reparos algo que creo que todos los niños y niñas intuyen: que los adultos no son perfectos como buscan aparentar. Que más allá de las apariencias (recuerdo especialmente el libro de Las brujas), también tienen sus rincones oscuros. Eso me tranquilizaba, no eran ilusiones mías.