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Lucy, una niña de 10 años del Reino Unido, decía a los investigadores del informe Life in ‘likes’. Children’s Commissioner report into social media use among 8-12 year olds, que no se sentía bien cuando sus padres compartían fotos suyas en las redes sociales. “Mi madre sólo dice ‘dame una foto’, pero a mí no me gusta que las publique en las redes”. Helen, de 8 años, relata también una historia similar en el informe: “Mi madre compartió una foto mía en la que tenía un hámster en la cabeza y eso fue muy vergonzoso para mí. ¡Estaba casi desnuda! Menos mal que al menos tenía una toalla conmigo”.
Lucy y Helen no son casos aislados. Miles de padres en el mundo publican fotos de sus hijos, menores de edad, en sus perfiles de redes sociales. Quizás no recuerden la poca gracia que les hacía que sus propios padres mostraran las fotos de ellos mismos a sus familiares o incluso a sus amigos. Tampoco estoy seguro de que los padres que publican las fotos pregunten a sus hijos si les parece bien que las fotos sean compartidas en sus redes y que sean vistas por cientos o miles de usuarios. Hay muchos casos en los que los mismos niños o niñas, al ser tan pequeñas, no podrían ni siquiera reclamar.
El estudio realizado en el Reino Unido, que cuenta con diferentes oficinas que velan por los derechos y la protección de los niños y que promociona la alfabetización mediática crítica, revela diversas realidades inadvertidas. La primera tiene que ver con la protección de los niños a la exposición mediática. La segunda, con el imaginario que concibe a las redes sociales como un espacio seguro para la publicación de imágenes infantiles. La tercera, con la creación de una necesidad de exposición mediática de los niños en las redes. La vida traducida a “Me gustas”.
En la tele no, en las redes sí
La exposición mediática de los niños está ampliamente regulada. En todas las escuelas de periodismo se enseña que la Ley General de Comunicación Audiovisual española protege a los menores de edad. Su imagen y su voz no pueden ser utilizadas sin su consentimiento o el de sus representantes legales. Además, la Ley Orgánica 1/1996 de Protección Jurídica del Menor prohíbe expresamente la “difusión de datos o imágenes referidos a menores de edad en los medios de comunicación cuando sea contrario a su interés, incluso cuando conste el consentimiento del menor”.
El artículo 4 de la ley orgánica también indica que “los menores tienen derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen. Este derecho comprende también la inviolabilidad del domicilio familiar y de la correspondencia, así como del secreto de las comunicaciones”. El texto normativo indica, asimismo, que “la difusión de información o la utilización de imágenes o nombre de los menores en los medios de comunicación que puedan implicar una intromisión ilegítima en su intimidad, honra o reputación, o que sea contraria a sus intereses, determinará la intervención del Ministerio Fiscal”. Por último, la Ley de protección al menor es clara al señalar que “se considera intromisión ilegítima en el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen del menor, cualquier utilización de su imagen o su nombre en los medios de comunicación que pueda implicar menoscabo de su honra o reputación, o que sea contraria a sus intereses incluso si consta el consentimiento del menor o de sus representantes legales”.
Resulta sorprendente que, si una ley se aplica para la difusión de la imagen de un menor de edad en un medio de comunicación como la televisión, la prensa escrita o la radio —y que existan sanciones para los emisores—, no pase lo mismo con las redes sociales cuando su potencial de difusión puede superar los índices de audiencia de cualquier medio de comunicación tradicional. Mientras que en el primer caso existe una responsabilidad de los medios, y por ello cuentan —de momento— con un equipo editorial que prepara y revisa las publicaciones y con periodistas que conocen la legislación y desarrollan un trabajo profesional con la información, en el segundo caso los responsables de cada publicación son los usuarios. En este caso, los padres.
La exposición mediática de los niños es una actividad regulada por la ley. No se trata de que las niñas no puedan salir en la televisión o en las redes. Se trata de que la misma ley protege a los niños y niñas del ecosistema mediático que rodea la producción de información y entretenimiento. El ordenamiento sabe que los diferentes canales comerciales privilegian los contenidos comerciales a los objetivos educativos y culturales en todos los medios de comunicación, incluidas las redes sociales. Porque sí, las redes sociales son medios de comunicación porque difunden y promueven la información pública, no privada. La diferencia es que mientras los medios tradicionales son producidos por profesionales de la información, las redes sociales se nutren de contenidos producidos por los usuarios, que, en su mayoría, no son profesionales de la información. Pero tendemos a pensar que la red social es un espacio privado —o propio—, protegido y en el que no tenemos ninguna responsabilidad como usuarios individuales.
Tampoco como padre si, como en el caso de Lucy y Helen, se pone en peligro su imagen, sus datos personales y su identidad violando su intimidad como niñas. Niños y niñas que todos los adultos debemos proteger.
Nuevos medios, nuevas amenazas
Según el estudio del Comisionado británico para la infancia, un tercio de los usuarios de internet tiene menos de 18 años, y tres de cada cuatro niños entre los 8 y los 12 años tienen perfiles propios en las redes sociales —alguien debe permitirlo en casa, o incluso ayudarles o promoverlos, porque las condiciones de acceso a las plataformas del social media exigen una edad mínima de 13 años para inscribirse—.
Publicar las fotos de las niñas y niños en internet, así como su identidad relacionada a ciertos datos personales —también protegidos por numerosas leyes de protección de datos— hace vulnerables a los menores. Tal y como se describe en el informe “Protección de datos”, elaborado por Unicef Argentina, “la mayoría de los niños, niñas y adolescentes (y gran parte de sus madres, padres y cuidadores) no están al tanto de los posibles riesgos que existen al compartir datos personales en internet. Muchos tampoco saben que esos datos son de su propiedad y que tienen derecho a exigir que no se difundan, a rectificarlos o a no compartirlos con terceros”.
La exposición de la imagen y de los datos personales de los niños en las redes sociales permite, por ejemplo, la realización de prácticas socialmente censuradas como el acoso escolar (bullying) o incluso el inicio de la comisión de delitos como la captación de niños en línea (grooming), un proceso por el cual un individuo, por medio de Internet, trata de ganarse la amistad de un menor de edad con fines sexuales. De acuerdo con la publicación “La seguridad de los niños en línea. Retos y estrategias mundiales”, realizado por el Centro de Investigaciones Innocenti de Unicef, “las zonas del ciberespacio que permiten a los delincuentes sexuales captar o manipular a las posibles víctimas incluyen las salas de chat, los sitios de redes sociales y la mensajería instantánea”.
Lo normal es que los padres cuiden a sus niños y niñas de los posibles peligros que existen en el entorno cuando salen a la calle. Resulta curioso que ellos, los adultos, no reconozcan los peligros que existen en internet y particularmente en las redes sociales para sus mismos hijos. Los nuevos retos tecnológicos exigen una preparación adulta de los padres y, sobre todo, una lectura crítica de las mismas redes por parte de ellos. Sobre todo si son los usuarios y no un equipo editorial responsable, los que publican el contenido de las redes. Nadie es más responsable que los padres por el contenido que ellos mismos publican de sus propios hijos. También sobre la edad en la que se inician en el uso de las redes.
¿Mediatizados por completo? Píldora azul, píldora roja
Un estudio publicado en diciembre de 2017 por la Revista Informação & Sociedade: Estudos, realizado por investigadores del Gabinete de Comunicación y Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona en la que participaron más de 1000 estudiantes de periodismo de 17 países de Iberoamérica, demostraba que la segunda motivación principal para crear un perfil en las redes es la moda o el estatus social que pueden otorgar las plataformas asociadas al social media.
En la misma línea, la investigación realizada en el Reino Unido demostraba que los niños y niñas eran conscientes de que en la red social debían mantenerse fieles a sí mismas. Sin embargo, las niñas se preocupaban sobre todo por verse “guapas” y los niños por sentirse “guay” y por usar la ropa adecuada para ello. Al mismo tiempo, los niños que participaron en el estudio aseguraban que las redes sociales les permitían mantener una apariencia que era muy importante para sentir la aprobación social y para buscar su propia identidad —una curiosa contradicción que se manifiesta, sobre todo, cuando el niño comienza la secundaria—.
Parece como si el ecosistema mediático obligara a los niños a tomarse la píldora azul —asumir el mundo virtual, como ilusión— y a condenar el mundo de la niñez bajo las realidades físicas y emocionales de su propio crecimiento —la píldora roja—. Pero si las niñas son objeto de una publicación constante por parte de sus padres en las redes sociales, casi desde que nacen, lo que puede pasar es que tengan una experiencia traumática cuando no puedan estar en ellas. No se trata de una distopía. Así lo han demostrado experimentos en los que se les pide a jóvenes que convivan 24 horas de sus vidas sin ninguna exposición mediática. Algunos de ellos incluso vieron la muerte al acecho y no fueron capaces de terminar el experimento ¡de 24 horas!
Los niños, según el informe, confesaron que se sentían a gusto cuando recibían los “Likes” de sus amigos en sus redes. Algunos niños de 11 y 12 años presentaron signos de dependencia a los propios “Me gusta” y admitieron el uso de técnicas y estrategias para garantizar un alto número de “Likes” en sus publicaciones. Los investigadores, que realizaron grupos de discusión con los niños, resaltan que algunos de ellos empiezan a ver sus actividades off-line de acuerdo a su potencial de ser socialmente compartidas en sus redes sociales.
Las redes sociales hacen creer a sus usuarios, niños y padres incluidos, que la posibilidad de ser una celebridad mediática está al alcance de un clic. Hay casos que les dan la razón y ellas, las redes, impulsan a los usuarios a comportarse como tales. ¿Vale la pena llevar a los niños a ese extremo? ¿Qué es lo que nos lleva a querer ser una celebridad mediática? Vivir desde que se nace en la realidad virtualizada de las redes —aunque realmente sin virtudes— puede llegar a tener dos tipos de consecuencias para los niños que hoy, por su corta edad, no pueden decidir si quieren o no que sus padres publiquen fotos y datos suyos en la red.
En el primer caso, como se desprende del informe y de diferentes estudios de uso de las redes sociales, los niños asumen que su realidad pasa por estar en las redes. Si dejan de estar en ellas, simplemente no existen. Desaparecen virtual y físicamente. Quedan aislados de lo que ocurre en sus círculos más cercanos. En el segundo caso, quizás con la píldora roja, verán su vida tan mediatizada que condenarán de diferentes formas a sus padres. El aspecto traumático, en este caso, es ver su vida infantil o adolescente publicada en la red y al alcance de cualquier usuario. El relato de Elsa, de 8 años, en el informe del Reino Unido, resulta evidente: “Una vez que estaba cantando en la ducha mamá escondió la cámara y fingió que necesitaba el baño, luego presionó el botón de grabación y comenzó a grabarme”.
¿Niños YouTubers?
Algunos niños desarrollan nuevas aspiraciones que las redes sociales convierten en realidad. Sin esperar a ser adultos pueden vivir el futuro como niños. Copian modelos de éxito viral e imitan estéticas, estilos, producciones. En un rápido análisis por la aventura transmedia —el relato audiovisual que continúa en otros medios diferentes al principal— del programa Máster Chef Junior 5 que culminó en enero de 2018, puede encontrarse que todos los participantes del programa tienen cuentas en Twitter —a pesar de que muchos de ellos son menores de 13 años— con el mensaje de que son cuentas “supervisadas por los padres” de los niños. Algunos de ellos llegan a los 3.000 seguidores en Twitter, promocionan en sus redes productos comerciales y copian modelos básicos de las tendencias más mediatizadas. Algunas de ellas incluso se definen a sí mismas con el hashtag #MiniFashionBlogger.
Los niños de Master Chef Junior aprovechan el filón mediático. Unos cuantos son ahora YouTubers y alcanzan los 10.000 o 15.000 seguidores en sus respectivos canales. Una “mini YouTuber”, en su canal, dice que presentará algunos juguetes y en uno de sus vídeos, con más de 12.000 visualizaciones, habla de los seis bañadores —por supuesto, de diferentes diseñadores— que se ha llevado para sus vacaciones de verano de 2017.
Sus cuentas en Instagram alcanzan casi los 60.000 seguidores y la observación de la interacción que generan en algunos de los perfiles, como también se ve en los comentarios de sus vídeos en YouTube, permite apreciar los riesgos a los que se exponen. Insultos, burlas, pedidos de información personal, ironías sobre su cuerpo, declaraciones de amor, peticiones nada acordes a sus edades, lenguaje ofensivo…
También estas cuentas están, la mayoría, supervisadas por los padres.
¿Alguien puede supervisar a los padres?