Cuando hablamos de la educación escolar, casi siempre lo hacemos para destacar sus carencias o torceduras. En verdad que tiene muchas y que poco a poco se ha ido apartando de los principios democráticos de soberanía e igualdad. También es cierto que para dibujar un panorama alternativo y positivo hay que tener a mano el negativo crítico de la foto, pues sin él, no cabría ni siquiera la posibilidad de transformación.
¿Quién debe introducir estas transformaciones? ¿Las administraciones educativas? ¿El profesorado? ¿Las asociaciones profesionales? ¿Las personas expertas y experimentadas en cuestiones pedagógicas? ¿Alguna que otra persona iluminada? ¿El capitalismo salvaje disfrazado de neoliberalismo condescendiente?
No paramos de hablar de un pacto de estado para la educación y, si no me confundo, en este pacto entran sólo los contenidos curriculares, contenidos que van ganando puestos en el territorio de la competitividad, la excelencia, la búsqueda de la distinción y el apartamiento de áreas del conocimiento relacionadas con la habilidad de pensar, de aprender a aprender, de comunicarse, de analizar sociedades del presente y del pasado, de profundizar en las diversas culturas de los pueblos de este mundo. Por otra parte, los contenidos curriculares se dotan en exceso de materias instrumentales de prestigio (inglés e informática) y materias relacionadas con la cultura de la ganancia y del emprendedurismo, del esfuerzo individual y de la llamada innovación creativa.
Muy acorde con los tiempos y lo que se pretende que salga de la escuela: un pelotón de individuos aislados y anónimos, pugnando por conseguir el mejor lugar, sin bases éticas que lo acerquen a sus semejantes, con despreocupación por lo que ocurra en su planeta, en su país o en su pueblo. Un ser humano gregario y desactivado, que no sufra ni padezca con el mal o dolor ajeno, que no crea sino en la ganancia económica, en la popularidad, la fama o el éxito, que pague altos precios por mercancías dudosamente útiles o de buena calidad, que se disponga a aceptar “lo que hay”, como si no pudiera haber otra cosa.
Así, no tendrá ganas de estudiar. ¿Para qué? No cree que ello le vaya a mejorar como persona, dándole elementos críticos y analíticos con los que desenvolverse y poder aspirar a una vida más digna y más libre. Las matrículas universitarias no solo han descendido significativamente por efectos económicos y subida de tasas. También por el desprestigio del saber a favor del dinero. Por eso muchos chicos tienen como horizonte convertirse en youtubers influencers lo más pronto posible y las chicas también y, además, en bloggeras de moda. Para ello sólo hay que someterse a evaluación continua de su estupidez y a hacer las cuentas de sus seguidores y seguidoras. Es posible que Youtube exija dentro de unos muchos años alguna acreditación, examen de ingreso o titulación ad hoc. Es posible que piense en recoger todo el corpus de conocimientos banales y llamativos, generados en pocos años y pretenda transmitirlos curricularmente, es posible, todo es posible o lo será si en ello se empeñan capitales y voluntades de ganancia.
Pero y, mientras tanto, hay un Caballo de Troya preparando y mejorando siempre sus pertrechos, para irrumpir a la luz del día con un atractivo discurso de igualdad, empatía, respeto, solidaridad, cooperación, reconocimiento, bienestar, paz y salud. Este Caballo de Troya es la Coeducación para la Igualdad, el Feminismo pedagógico, la corresponsabilidad en la obra humana.
¡Cuántas profesoras de todos los niveles! ¡Cuántos proyectos coeducativos de centro! ¡Cuántos planes de Igualdad! ¡Cuántas experiencias innovadoras respecto a la Coeducación para la Igualdad! ¡Cuánto trabajo en equipos interdisciplinares! ¡Cuánta creatividad productiva! ¡Cuántas producciones de materiales y recursos didácticos escritos, artísticos, audiovisuales, digitales, multimedia! ¡Cuánto tiempo dedicado a la formación! ¡Cuántos espacios tomados!
Delante y detrás de todo ello hay un objetivo certero: conseguir que las visiones del mundo vayan cambiando. Hay un motor evidente: las y los docentes feministas, con formación e implicación. Hay un discurso atractivo, innovador, ético, social y sumamente educativo: mirarnos como iguales y cooperar en la obra humana, sin condicionamientos de género, de sexo, de orientación sexual o de características corporales. Ese discurso es feminista y es el que se pone en práctica muchos días de muchos meses en muchas aulas y en muchos centros educativos. Ha hecho un camino invisible pero encomiable, como el Caballo de Troya, pero, claro, aún es casi exclusivo de minorías y vanguardias que no logran la categoría de influencers a quien mucha gente quiera seguir. Se rechazan porque no es un discurso narcisista, porque es crítico, porque no tiene muchos modelos que ofrecer, porque sus imágenes son escasas, porque no dispone de dineros, tiempos y espacios generosos.
Pero el discurso ¿minoritario? y las prácticas coeducativas de éxito para la paz de género, la salud, la convivencia pactada, la sexualidad satisfactoria y la corresponsabilidad social y familiar es algo que una inmensa cantidad de personas desean para ellas mismas y para sus hijas e hijos.
Esta es la propuesta de las minorías y las vanguardias feministas: insistentes, centinelas, obstinadas, resistentes. Con la acumulación de experiencias y la presión iremos logrando que las leyes se cumplan y que toda personita escolarizada aprenda y aprecie las ventajas de la igualdad.
En otros tiempos pareció imposible que las niñas y los niños fueran juntos a las mismas escuelas y que las chicas siguieran carreras de educación superior.