Hace muchos años que utilizo algunas historias de Mafalda y sus amigos en mis clases de la Facultad de Educación. Sobretodo para ilustrar ciertos aspectos del funcionamiento de la llamada pedagogía tradicional (e incluso de la que no se considera tan tradicional).[1] Algunos ejemplos:
Este es un buen ejemplo de una cierta escuela que falsifica todo lo que toca. En este caso, las preguntas. En la vida normal, uno sólo pregunta sobre aquello que no sabe. Muchas preguntas escolares, las examinadoras, son preguntas falsas. Cuando en clase la maestra pregunta a Pepito, «Pepito, ¿quién descubrió América?», lo que en verdad está preguntando no es eso, pues eso (quien descubrió América) ella ya lo sabe. Lo que la maestra no sabe y realmente quiere saber es si Pepito sabe quién descubrió América. Entonces la pregunta auténtica sería: “¿Pepito, sabes quien descubrió América? Pero como en estas situaciones la relación educativa parte de la desconfianza, esta pregunta verdadera no funcionaría ya que la respuesta podría ser siempre afirmativa y listos.
Pero no sé por qué me esfuerzo en explicar y comentar estas tiras de Mafalda, si en realidad se explican la mar de bien ellas solas. Como estas tres últimas. [2]
Es un ejemplo de una determinada escuela que falsifica todo lo que toca. En este caso, las preguntas. En la vida normal, sólo se pregunta lo que se no sabe. Las preguntas escolares examinadoras son preguntas falsas. Cuando en clase la maestra pregunta, por ejemplo a Pepito, «¿Quién descubrió América?», lo que de verdad está preguntando no es «¿Quién descubrió América»: esto ella ya lo sabe. Lo que la maestra no sabe y realmente quiere saber es si Pepito sabe quién descubrió América. Pero debido a que, en estas situaciones, la relación educativa está basada en la desconfianza y el control, la pregunta verdadera ( «¿Sabes quién descubrió América?») no funcionaría ya que la respuesta siempre podría ser afirmativa y listo.
Pero no sé por qué me esfuerzo en explicar estas tiras de Mafalda, si en realidad se explican solas en grande. Como estas tres últimas. [2]
Seguro que algunos hipercríticos con la escuela actual y nostálgicos de la educación de antaño -cuando en las instituciones educativas todo era orden, disciplina y respeto a la autoridad de los maestros- dirán que estos cambios de fondo que deseaba Manolito (que los alumnos peguen a los maestros) desgraciadamente ya se están produciendo.
Pero quisiera acabar con unas cuantas imágenes de otro gran dibujante (Honoré Daumier, 1808-1879) que, igual que Quino, quiso representar también mediante un espléndido tono humorístico, la escuela de su tiempo. [3] El tiempo de Daumier fue aquel en el que, como afirman los nostálgicos actuales, en los centros educativos todo era orden, disciplina y respeto a la figura del docente.
[1] También en un libro sobre la escuela tradicional dedicamos un apartado entero a comentar algunas de las tiras del dibujante que ahora nos ha dejado: La aborrecida escuela. Junto a una pedagogía de la felicidad y Otras cosas. Barcelona, Ed. Laertes, 2002, pp. 41-45.
[2] Todas las tiras proceden de la edición de Mafalda publicada por la Editorial Lumen de Barcelona, Concretamente en los volúmenes 2 y 7.
[3] Daumier, H., Professeurs et Moutards, París, Ed. Vilo, 1969.