Yayo Herrero, además de se directora general de FUHEM*, es integrante de Ecologistas en Acción. Su trayectoria ha estado siempre vinculada a los movimientos sociales, a la ecología y también al feminismo.
Es, además, una de las personas que abrirá el primer coloquio de Diálogos por la Educación, iniciativa de la Educación que nos une para intentar llevar fuera del Congreso y del Ministerio la conversación alrededor del pacto por la educación y de la futura ley educativa. Una conversación que tratará sobre qué clase de educación necesitamos para el mundo que queremos construir. Hablamos con ella sobre los temas que se tratarán en este primer diálogo (día 22 de febrero, a las 19.00 en el Ateneo de Madrid).
Tras años de crisis económica ¿Cuál es la situación actual?
Estamos en un momento que podemos calificar como de gran encrucijada, en las relaciones entre seres humanos y también en las relaciones de los seres humanos con la naturaleza. Creo que la forma más clara de enmarcar los rasgos principales de esa encrucijada es una profundísima crisis ecológica; los ecosistemas del planeta están empezando a dar síntomas de colapso. Lo vemos en cuestiones energéticas y materiales, pero también en la dinámica del calentamiento global, en la alteración de los ciclos naturales, en la pérdida de biodiversidad, el sostén material de los seres humanos.
Esta situación de previsible colapso de los sistemas naturales, si no hacemos nada para remediarlo, coincide con un aumento de las desigualdades: en términos de renta, en términos territoriales (algunos lugares son utilizados como minas o grandes vertederos y las personas que viven en ellos muchas veces se ven forzadas a migrar). Tenemos el espejo delante de la mal llamada crisis de refugiados que refleja ese fenómeno de expulsión de muchas personas de sus territorios y de dificultad o de quedarse en una tierra de nadie desde la que no pueden llegar a ningún lado. También desigualdades de género. Este es el lado oscuro de la situación que vivimos. Viendo cómo crecen dinámicas de corte neo fascista…
Y en el otro lado, en el otro polo, se están produciendo un enorme crecimiento de la contestación social, de las movilizaciones. Tenemos movimientos en Polonia, en Rumanía, movilizaciones en diversos países europeos, lo que está sucediendo en Estados Unidos en respuesta al fenómeno de Donald Trump. Se da esa situación de mucha gente buscando y tratando de organizarse para gestionar un cambio.
La educación vive en este contexto. En el debatirse en para qué educa o para qué contexto educa. Y ese suelo material que pisamos es clave.
Con esta foto, ¿qué mundo queremos conseguir?
Yo aspiro, por una cuestión de simple viabilidad de la vida humana, a un mundo que sea capaz de ajustarse a los límites físicos del planeta. Eso implica apostar por cambios en los metabolismos económicos globales y por aplicar un principio de suficiencia global, es decir, aprender a vivir con muchos menos recursos, materiales, energía. Y hacerlo, además, en un marco de justicia. Siendo conscientes de que una parte de la población de este planeta necesita mayor consumo material y que, por tanto, los mayores decrecimientos materiales los tienen que hacer aquellos sectores de la población que consumen hoy muy por encima de lo que les posibilitan sus territorios.
En este complejo panorama ¿Qué papel puede jugar la educación?
La educación no es la responsable de arreglar esto, básicamente. Quiero decir que, con frecuencia, cuando hablas de estas cosas, en muchos foros alguien acaba diciendo: “Esto lo importante es abordarlo en la educación para que los niños y las niñas cuando llegue no sé qué año…”. Pero no tenemos tiempo y, además, los niños y las niñas que van a la escuela se educan con los profesores y profesoras y con las familias que tienen ahora. Y parece difícil conseguir cambios sustanciales con unas configuraciones curriculares y con un perfil de personas enormemente bienintencionado que educan pero que muchas de estas reflexiones no las tienen presentes.
Por tanto, lo que necesitamos son cambios, obviamente, en la esfera económica, en la política, en la redistribución de la riqueza. En todo ese marco, la educación juega o puede jugar un papel de ayudar a cambiar los imaginarios sociales necesarios para afrontar estos procesos o un papel continuista, ayudando a que esos imaginarios reproduzcan los mismos esquemas que nos están llevando a la situación en la que estamos.
Dicho esto, y dicho que la educación no es quien tiene que redistribuir la riqueza ni resolver los problemas de desigualdades ni quien responde a los cambios de modelos productivos, desde la educación se puede hacer mucho.
Ese mucho tiene que ver con una revisión de los programas curriculares. Creo que es muy importante hacer una revisión de qué es lo que niñas y niños estudian en los centros porque los contenidos señalan lo que a la sociedad le parece que es importante aprender para que los seres que se incorporan al modelo productivo sigan viviendo en ella… Creo que es importante hacer una revisión de qué valores; necesitamos que el conjunto de la sociedad aprenda a vivir con menos elementos materiales, menos energías y presionando menos sobre el planeta y en condiciones igualitarias, parece que los valores de suficiencia, superadores de un modelo de consumo, de la confusión entre bienestar y crecimiento económico… estas cosas pueden ser muy trabajadas en la escuela.
Pueden ser lugares donde niñas y niños aprendan a cooperar, donde se aprenda el valor de la cultura del cuidado, donde se empiecen a experimentar la organización en asociaciones, donde se aprenda a construir y reconstruir pero también a desobedecer, a transgredir.
¿Qué ha de ser la calidad educativa?
Cuando hablamos de calidad educativa está detrás siempre la pregunta de para qué mundo queremos educar o con qué modelos queremos educar.
Una educación de calidad será la que consiga formar integralmente personas críticas y con competencias para construir y para ayudar a empujar hacia ese mundo que queremos.
A veces tengo la sensación de que cuando hablas de calidad en la educación te vas directamente a un modelo de competencia en inglés, o que forme personas en relación con el crecimiento económico y el modelo productivo… Si decimos que detrás de esas lógicas económicas está el deterioro físico del planeta, del que dependemos para vivir, me resulta complicado llamar educación de calidad a la que forme personas para un mercado que se desarrolla en contra de la naturaleza.
Más bien creo que educación de calidad será aquella que contribuya a formar personas que sean capaces de vivir en esa sociedad, que se relacionen armónicamente con la naturaleza y que genere unas relaciones entre las personas fundamentalmente de cooperación y más igualitarias. Efectivamente, ambas visiones de la calidad o de la innovación educativa son radicalmente distintas.
Ahora queremos dibujar una nueva ley, enmarcada en un pacto. ¿Quién crees que debe opinar en este proceso?
Por empezar, por la parte de quién no debe decidir en solitario, no debe ser un tema exclusivamente de políticos ni expertos. Creo que el pacto educativo es enormemente importante porque marca qué cosas son fundamentales que se aprendan, o cómo deben aprenderse o quiénes deben aprenderlas para construir el marco social en el que queremos vivir.
Me parece fundamental que intervenga el profesorado, el alumnado, las familias… el conjunto de las comunidades educativas tienen que estar presentes y ser partícipes en un pacto educativo. Es absolutamente clave.
(*) Fundación Hogar del Empleado es una Fundación con más de 50 años de vida que empezó con el objetivo de dar cobertura a algunas necesidades no cubiertas desde el Estado, fundamentalmente, en lo relativo a la educación. Hoy cuenta con tres centros educativos concertados, además de ser una potente organización en el ámbito del estudio de las realidades ecosociales de nuestro país, así como del mundo.