“Ser humano no significa ir más allá de lo humano, sino intensificar lo humano, profundizar en lo más humano: ahí está lo más valioso” (J. Mª Esquirol en Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita, p.9)
La espiritualidad se ha identificado con la religión durante mucho tiempo y se ha encerrado en su campo de juego. Hoy se reconoce como una característica humana fundamental y como patrimonio de toda la humanidad. Tenemos conciencia de que la espiritualidad laica, liberada de su secuestro por la religión, tiene que ser cultivada por la necesidad que sentimos de dar respuesta a tantas preguntas y por el propio cultivo de nuestra aspiración al desarrollo máximo de todas las dimensiones de ser humanos. Saber la unidad que somos, en común-unión con todos y con todo, es lo que da sentido a nuestras vidas. La deconstrucción de la visiones teístas basadas en los mitos y relatos construidos por las religiones nos llevan a seguir preguntando por el misterio de la vida en el camino hacia una sociedad posteista.
La experiencia espiritual es patrimonio de toda la humanidad. Pero la identificación con una religión determinada se convierte en patrimonio identitario de una parte de la humanidad, de quien se identifica con esa visión. Por eso no todos los seres humanos son religiosos, sencillamente porque muchos no comparten las creencias de ninguna religión. Sin embargo, sí podemos afirmar la espiritualidad como un elemento constituyente de todas las personas.
Sabemos que se manifiesta en gran parte de los momentos de la vida cotidiana: en el encuentro humano con uno mismo y con los demás, en el afecto y la empatía, en la comunicación y el lenguaje, en la apreciación de la belleza, en la pasión de vivir con dignidad, en la compasión en la fragilidad humana, en el proceso de autocreación, en el reconocimiento de los límites, en la vulnerabilidad, en el dolor y en la alegría de vivir.
Cuando nos planteamos el modelo de escuela pública que queremos desarrollar es claro que proponemos una escuela laica en la que la religión confesional quede fuera de ella. Entendemos que así lo demanda una sociedad laica como la nuestra, respetuosa con la libertad de conciencia de todos los que la habitan. Sabemos bien que en esa escuela hemos de practicar y aprender la relación convivencial con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y con la vida… En ese respeto a la libertad de conciencia se cuestionan las creencias religiosas impuestas, contrarias a la ética universal de los derechos humanos. Pero en ningún caso se cuestiona el cuidado de la dimensión espiritual, igual que no se cuestionan otras dimensiones del ser humano. Por eso la espiritualidad se ha de tener en cuenta en una educación integral que busca el desarrollo pleno de todas las capacidades y potencialidades humana.
Es ahí donde aprendemos la práctica de una espiritualidad laica caracterizada por:
- La toma de conciencia de que todos tenemos un dimensión espiritual a la que hemos de aprender a prestar atención y cuidar.
- Saber que se muestra en múltiples momentos del vivir, consciente de los acontecimientos cotidianos y que se atrofia en la inconsciencia de que, con demasiada frecuencia, somos sometidos a las servidumbres del poder que nos convierte en objetos deshumanizados.
- La conciencia de saber de la dificultad de dar sentido a nuestra existencia, de los interrogantes que nos desvela el misterio de la vida, de la conciencia de los límites, de la fragilidad, de lo inabarcable, de lo impredecible, de la vulnerabilidad y fragilidad humanas.
- Saber que la conciencia de ser para la vida y la muerte en el enigma indescifrable de la aventura del ser humano, también son manifestaciones de eso que llamamos espiritualidad, que es común a todos los humanos.
- También se nos muestra en el asombro y sobrecogimiento que nos produce la naturaleza.
- La espiritualidad siempre se nos manifiesta en la experiencia amorosa y fraterna del encuentro con el otro…
- Podemos hablar de una espiritualidad laica con los referentes de la ética universal de los derechos humanos, del respeto y la profundización de la comunidad humana fraterna, igualitaria y libre.
- La apertura a todas las aportaciones positivas de las diferentes religiones a la humanización y liberación de la humanidad.
- El reconocimiento de que la compasión (como pasión compartida por una vida digna para todos) es un componente fundamental del espíritu humano en la lucha por la justicia social y contra la desigualdad, especialmente necesaria ante la vulnerabilidad y la fragilidad que hoy experimentamos.
- Hace imposible la indiferencia ante el dolor, el sufrimiento, la fragilidad humanas y la segregación de los más débiles.
- Saber que el espíritu humano se manifiesta constantemente en el dialogo interior de cada uno, en el que mantenemos con los demás y en el diálogo con la naturaleza y con el cosmos.
- Algo vital nos empuja a restablecer los vínculos perdidos con la naturaleza que de otro modo estamos destruyendo. Vemos signos en todas partes: el amor a los árboles, la empatía con el mundo animal, la conexión con la Tierra y el universo.
La educación necesita interrogarse sobre la dimensión espiritual del ser humano. Quienes defendemos el modelo de una escuela pública laica, ¿hemos reflexionado seriamente sobre el significado del cuidado y la atención a la espiritualidad y su educación en la comunidad educativa más allá de las diferentes opciones creyentes, agnósticas o no creyentes?. Desde el respeto a la libertad de conciencia en la escuela podremos dialogar e ir definiendo los rasgos de una espiritualidad laica.
Aprender la espiritualidad laica implica aprender a saborear la relación amistosa y amorosa con los demás, a saberse en conexión profunda con el nosotros fraterno del que cada uno formamos parte, a disfrutar de la ternura que nos produce la sencillez, la ingenuidad aprendida y consciente, a saber agradecer cada día lo asombroso de la vida que tenemos y queremos, aprender la capacidad de resistir y combatir lo que destruye la dignidad humana, la vida digna y los procesos de humanización.
El profesorado cultiva su espiritualidad en su acción educadora en la escuela pública dando a su trabajo un sentido crítico emancipador. Ello requiere compartir procesos autorreflexivos y reflexivos de lectura crítica del mundo, de rechazo a todos los dogmas y dioses que nos tienen maniatados. Así cada docente experimentará una espiritualidad laica profundamente conectada con su práctica docente que le da sentido.
Creo que hoy tenemos el desafío de separar definitivamente religión y espiritualidad. Trabajar para que en el espacio de la escuela pública se desarrolle una espiritualidad laica en la que todos nos encontremos dando sentido a nuestro convivir, donde seamos capaces de construir la comunidad del apoyo fraterno y el cuidado mutuo, donde aprendamos a dialogar con el misterio de la vida, los límites y la intemperie del ser precario que somos, con el nacimiento y la muerte, con la incertidumbre y las pequeñas seguridades que nos da el reflexionar juntos y el compartir.
Quizás hoy, entre todos, tengamos el deber de alumbrar y desplegar desde el diálogo y el respeto, con dolor y una gran esperanza, una espiritualidad laica en y para la escuela pública por la que nos desvelamos cada día.