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Hace pocos días, convocado por ATD Cuarto Mundo, participé en un encuentro interesante y profundo en el Centro Cultural Cerisy, en Francia. El contexto de dicho evento es el centenario del nacimiento del fundador del Movimiento Cuarto Mundo, Joseph Wresinski. Y aunque este no es un espacio suficiente para plantear las principales reflexiones, sí puedo resaltar un énfasis del mismo: la necesidad de que la voz de los excluidos y empobrecidos aparezca con fuerza, valor e incidencia.
Somos generalmente los académicos o los funcionarios quienes monopolizamos el pensamiento y la palabra cuando se trata de plantear qué educación necesita nuestra sociedad, pero sin antes plantear qué sociedad es la que necesita el ser humano para desarrollarse plenamente. Es decir, en el atropello que hacemos de la voz de los pueblos, también nos autoengañamos en un discurso que se reduce a lo pedagógico y lo didáctico, pero que se aleja de la visión y la palabra política, la que lanza luces sobre el ejercicio de poder en nuestras sociedades. Esa que necesitamos para descubrir a qué intereses y poderes sirve realmente un sistema educativo como el que tenemos.
Por eso, cuando la voz de los empobrecidos y excluidos oxigena las discusiones sobre educación, ocurre que podemos ser “tocados” por la realidad cruda y puede que así lleguemos a comprender de manera más seria la realidad en que se niega el derecho a la educación. Estas voces quizá no nos ofrecerán las categorías y los conceptos técnicos, ni el orden o estructura discursiva que consideramos de alto nivel académico, pero en ellas está, con mucha fuerza, la única manera de comprender la relación que viven los pueblos con la educación formal.
También es por allí por donde podremos transitar para descubrir que en la ausencia de voces diversas y demandantes está uno de los grandes factores de éxito para la imposición de la visión educativa global: con valores muy claros hacia el trabajo, pero sin política; hacia la competitividad de los grandes proyectos de los poderes establecidos; sin participación política y ciudadana; con tendencia a la privatización que busca disminuir el ejercicio público del derecho a la educación.
Ha sido este encuentro, además, una ocasión muy especial para descubrir el potencial ético, político y pedagógico de lo que Cuarto Mundo desarrolla de maneras muy consistentes: el cruce de saberes. Es decir, la construcción colectiva, movilizante y transformadora de conocimientos entre universitarios y población no escolarizada y empobrecida, protagonista directa y concreta de la negación del derecho a la educación.
Necesitamos mantener, con la fuerza de la historia de los pueblos, esa llamada a las y los universitarios hacia una actitud y un proyecto de vida comprometido con las luchas y las demandas de los excluidos de todos los derechos humanos. Solo en la medida que la comunidad universitaria viva en carne propia el compromiso y la lucha por la sociedad a la que se debe, podremos empezar a apostar por una pedagogía que libere y ayude a transformar las realidades económicas, sociales, políticas y culturales que niegan la dignidad y la vida a plenitud. De lo contrario, seguiremos presenciando cómo la pedagogía, como ya lo hemos expresado antes, es el gran instrumento de los poderes para mantener el control ideológico y cultural necesario para que la economía de la exclusión se profundice y consolide.
Para ello necesitamos creer en el pensamiento y la voz de los excluidos de cualquier lugar del planeta. Necesitamos sentir en lo profundo que su pensamiento y su expresión no son solo una fuente de conocimiento para las investigaciones académicas tradicionales, sino que son un método en sí mismos, como dijera Wresinski. Aún me resuenan las palabras de un hombre francés, pobre y participante en el encuentro en Cerisy, que para mí representan toda una propuesta de educación psicosocial liberadora y política: “No tienes la culpa de nada. Toma la palabra”.