Hay dos ideas que desde siempre rondan en mi mente: los cambios son para bien y solo las cosas buenas perduran en el tiempo. La segunda afirmación, es evidente: todos sabemos quiénes son Goya o Mozart, porque sus aportaciones artísticas son tan inmensas que han pasado a la historia y no hay generación que no los conozca. La primera es más cuestionable porque, en palabras del gran sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, vivimos en un mundo cambiante, en una sociedad en constante actualización donde el ser humano se convierte en un consumidor en permanente adaptación (Bauman y Leoncini, 2018).
Los cambios tecnológicos sucedidos en estas últimas décadas han hecho del ser humano un apéndice de su teléfono móvil, un ser dependiente de un dispositivo inteligente que lo mantiene conectado cada segundo de su vida.
¿Conectado con qué? Con su mundo “ficticio”, sus amigos virtuales que son esos seguidores que dan me gusta a sus publicaciones, esas personas que comparten gustos personales; no nos conformamos con una red social, completamos perfiles en Instagram, Facebook, Telegram, Twitter… Cuantas más, mejor.
Un estudio realizado en 2019 mostraba datos sobre el tiempo que los jóvenes (entre 14 y 24 años) invierten en redes sociales y el 70% considera que es una dedicación excesiva, algo que les deja expuestos frente al acoso y los comportamientos obsesivos por el número de seguidores (INFOCOP, 2019). Y es que algunos adolescentes presentan sentimientos de soledad y manifiestan sentirse excluidos cuando el número de seguidores es menor o reciben pocos me gusta en sus publicaciones (Pérez y Quiroga-Garza, 2019).
Aunque las innovaciones tecnológicas tienen muchas ventajas, también tienen algunos inconvenientes, algo que se puede compensar con actividades en las que potenciar la interacción social, la resolución de conflictos, la cooperación, el trabajo en equipo, etc. Sin duda uno de los recursos que han perdurado en el tiempo, evidenciando sus extraordinarios resultados son las bandas de música. En estas agrupaciones lo primero que se aprende es a valorar la riqueza de la diversidad: conviven instrumentos diversos con características diferentes y todos aportan su sonoridad.
Atención a la diversidad
Encontramos en las aulas un panorama muy variado en procedencia geográfica, capacidad económica, entorno sociocultural, tradiciones, capacidades, ritmo de aprendizaje, etc. Exactamente igual que en las bandas de música instrumentos de viento, metal, madera, doble lengüeta, lengüeta simple, percusión de parche, de metal, distintos registros; todos con sus particularidades, con sus virtudes y sus dificultades. Sin embargo, todos son importantes, no podemos prescindir de ninguno porque todos son especiales y necesarios. En la música se aprende a respetar la diferencia, la música une a quienes la hacen posible valorando lo que les hace especiales.
Como vemos en la viñeta, uno de los aspectos más necesarios en la educación radica en reconocer la individualidad de la persona, su originalidad e irrepetibilidad (Besalú, 2002). Nadie queda excluido, la música de banda es una actividad inclusiva. Podríamos incluso considerar que en las bandas es posible aprender o practicar para la inserción social, puesto que en ellas encontramos similitudes con ciertos aspectos fundamentales en la sociedad: jerarquía, equilibrio, valores, normas, etc. comprendiendo las bandas como una microsociedad (Gisbert Caudeli y Chao-Fernández, 2019).
Socialización
Otra de las virtudes de formar parte de una banda de música consiste en experimentar en primera persona la importancia de nuestra aportación individual en el grupo, una forma de acercarse a la transformación social como un agente activo de cambio. Mediante la música se favorece un acercamiento a la historia y repertorio musicales, con sus beneficios artísticos y expresivos. Además, se adquiere espíritu crítico y capacidad reflexiva que se convierten en herramientas útiles en todas las disciplinas y ámbitos vitales. Mediante su instrumento, el músico reinterpreta el hecho musical, dotando al individuo de un recurso que le permite conocerse, expresarse y tomar decisiones según su personalidad (Beitia, 2017).
El repertorio bandístico nos ofrece un acercamiento a culturas y tradiciones alejadas, así como propios, con lo que se refuerza la propia identidad cultural y social. Incorporamos a estos beneficios, el hecho de que los jóvenes se mantienen activos en un grupo alejado de violencia, delincuencia y comportamientos tendentes a la marginalidad, reforzando valores que permiten al músico integrarse activamente en una sociedad con independencia de su nivel económico o social (Marín Hernández, 2012).
Potenciar la creación, desarrollo y mantenimiento de las bandas musicales fortalece los valores individuales, el arraigo cultural y la interacción social. El entramado de las agrupaciones musicales es tan sólido que les ha permitido perdurar durante siglos sobreviviendo a crisis y modas, forjando grandes intérpretes y pedagogos musicales y contribuyendo a la formación integral de numerosas generaciones en las que la música ha acompañado el crecimiento de niños y jóvenes que atesoran en sus corazones los recuerdos de sus felices ensayos y conciertos con su banda.
Permitamos a la juventud vivir esta maravillosa experiencia, que disfruten de la vida real más allá de videojuegos y dispositivos que nos alejan de las personas, que su desarrollo vital esté ligado a su impulso creativo, su autoconocimiento y su poder para cambiar el entorno. La música es un elemento con el que combatir la desigualdad y proporcionar igualdad de oportunidades (Baremboim, 2011).