Nuestras vidas están llenas de sobresaltos. La inseguridad se ha instalado en los quehaceres habituales. Las dudas son parte habitual de lo nuestro humano actual. Lo falso y lo verdadero han derrumbado sus fronteras. Lo efímero es lo que permanece y lo que permanece se esfuma. Los fenómenos naturales extremos se suceden. Convivimos y comemos muchas veces con guerras, sunamis, explosiones, inundaciones, accidentes e incidentes brutales. A esto se le ha dado en llamar “lo líquido”. Sobre todo cuando pasa por la “cultura”, que es lo propio de lo humano.
Cuando hablamos de cultura nos referimos a todo aquello que se inventa, se retiene, se enseña, se divulga, se extiende, se mejora, desaparece, es sustituido. Y, en este punto, tenemos que recordar que la cultura es propia sólo de los seres humanos, humanizados gracias a la educación. La educación como servicio ampliado y público -aunque sea privada- lleva ya muchos años extendida por gran parte del mundo como un bien común y de mejora para las personas y para las sociedades.
La educación se lleva muchos recursos públicos y maneja muchas inteligencias múltiples: las del alumnado y las del profesorado. En el sistema educativo se permanece muchos años, tanto el alumnado como el profesorado, y, como seres humanos en proceso, asisten a múltiples variaciones de los lenguajes, de los mensajes sociales, de los hallazgos científicos y tecnológicos, de las modas y costumbres de uso de los tiempos libres, de asueto, diversión, gasto del dinero, etc…
Por eso ahora es más difícil que nunca lo fue, anclarse en certezas curriculares para que sean bien aprendidas y para siempre. ¿Cómo que para siempre? Ni siquiera lo que sabemos o creemos saber que ya ocurrió en el pasado es para siempre, porque, por suerte cada vez hay más personas dispuestas a seguir indagando y despejando dudas para alumbrar otras certezas, ignoradas u ocultas por intereses a veces desconocidos o no muy fiables.
Casi siempre nos enfrentamos a enseñar algo sin haberlo aprendido, como docentes y como madres y padres.
Continuamente estamos bajo exigencias de “puesta al día”, para la que no tenemos casi tiempo, ganas o energías. El profesorado y las familias -instancias hasta ahora encargadas de la educación), se enfrentan a oponentes poderosísimos, alejados del entorno material, como son todo lo no contrastado que circula por las redes, la obsesión de “compartirlo” y experimentarlo todo sin comprobar y la creación de nuevos ídolos de saberes fragmentados, que alcanzan éxito y fama como por arte de magia y son dignos de ser creidos, admirados y seguidos digan lo que digan y hagan lo que hagan. Todo esto es muy atractivo, porque es de recompensa inmediata, que está en la cultura de “lo quiero todo y lo quiero ya”.
Las viejas maneras de aprender, que resisten y persisten también en nuestros días, mediando la reflexión, el contraste, la memoria, la búsqueda, la adquisición para que se fije el conocimiento adquirido, y la realización de exámenes para poder evaluar estos procesos, van siendo desbancadas por la confianza ciega en que todo está en internet y que sólo tengo que buscar para encontrar.
Las chicas y los chicos escolarizados, que se conocen desde los primeros niveles de educación infantil, primaria y secundaria, se van desconociendo cada vez más según crecen. La experiencia de la educación mixta nos les acerca más ni los hace más iguales. Lo que cuenta son los mensajes en las redes, tintados cada vez más de rosa o de azul, como fórmulas de separación y de distinción, no de cercanía y compañerismo. Así se cultivan los gustos, necesidades, diversiones, pasatiempos, consumos, divergentes y no coincidentes para la mayoría de ellos y de ellas.
Si a esto unimos la ausencia de aprendizajes escolares para la Igualdad, la comunicación y los lenguajes no sexistas, la obra humana de las mujeres, la débil presencia de educación emocional, afectiva, sexual, y la orientación académica y profesional normalmente sesgada, tenemos un programa de aprendizajes muy poco útiles para la mejora de las sociedades y muy superficiales y narcisistas para la población diana.
Tenemos a niñas y a niños entretenidos con productos de usar y tirar, desactualizados cada día para irlos buscando cada día y que causan adicciones casi invisibles disfrazadas como gustos propios.
Un trabajo muy esperanzador sería poner a chicas y a chicos ante la realidad de sus propios proyectos de vida, ampliando sus conocimientos y asistiendo a sus procesos vitales con reflexión y calma.
No hay nada más novedoso que hacer lo que no se hizo nunca en la escuela: educar para manejar la propia vida y relacionarnos con nuestras y nuestros iguales.