Ustedes lo recordarán: La LOMCE etiquetaba a la Filosofía como materia específica en un bloque de más de 10 asignaturas, entre las que las administraciones educativas o los propios centros debían elegir de una y cuatro de ellas para ofrecerlas a los alumnos de cuarto de ESO. En cambio la calificaba como troncal y obligatoria en primero de bachillerato en todas las modalidades y la consideraba de nuevo opcional (en este caso, Historia de la Filosofía), tanto para la modalidad de Humanidades y Ciencias Sociales, como para las de Ciencias y Artes. Una vergüenza prescindir de la Filosofía como uno de los saberes indiscutibles de la formación básica, la que llega a todos, y dejarla bajo mínimos en la secundaria postobligatoria. En octubre pasado los diputados enmendaron este destrozo por unanimidad, aunque su aplicación práctica puede demorarse todavía, vista lo enrevesada que está la legislatura…
Más allá de las disputas gremiales, ¿cuál es el papel y la función de la Filosofía en la formación integral de los adolescentes y jóvenes de hoy? Desde luego no puede ser una filosofía empeñada en resolver problemas hipotéticos, que solo reconocen como tales los propios filósofos, o misterios del pasado que la ciencia se ha encargado de ir respondiendo, cada vez con más precisión y matices. Tampoco tiene demasiado sentido convertirla en un tratado autorreferencial y casi endogámico, donde se entrecruzan biografías más o menos extravagantes y controversias unas veces entretenidas y otras casi esotéricas, aunque no seré yo quien ponga en duda su interés y su hechizo si se presentan con el debido atractivo por parte de un profesor o profesora suficientemente enrollado.
La Filosofía es un saber irremediablemente adjetivo, dependiente de otro saber sustantivo, el científico. La Filosofía no puede existir al margen de las ciencias naturales y sociales si no quiere convertirse en pura abstracción, en abstrusa elucubración vacía.
Porque la Filosofía quiere ser una reflexión crítica sobre el conocimiento producido por las distintas ciencias, es decir sobre la cultura de los humanos en la acepción más extensa de la palabra, sobre los problemas y dilemas que preocupan, angustian o enfrentan a nuestros contemporáneos. Lo propio es dudar de todo lo que nos viene dado, inquirir por todas y cada una de las afirmaciones y sentencias que nos caen encima sin más argumento que el de autoridad, por obvias y normales que nos parezcan, contrastar y analizar desde otras perspectivas lo que se da por sabido…
¿Cómo queda el animal racional ante el auge de la tecnología y la robotización? ¿Es posible y deseable el determinismo genético? ¿Son algo más que palabras la dignidad, la libertad, la identidad? ¿Estamos efectivamente amenazados por el anunciado choque de civilizaciones? ¿Es posible convivir en paz y armonía en una sociedad como la nuestra cruzada por desigualdades tan enormes y por diferencias tan sustanciales? ¿Sostenibilidad es igual a empobrecimiento de las sociedades occidentales? ¿El trabajo ha dejado de ser un derecho? ¿Somos de verdad dueños de nuestro destino? ¿Es justificable la violencia en determinadas ocasiones para forzar el abordaje de los conflictos? ¿Es, como dicen, la democracia representativa la menos mala de las formas de gobernarnos? ¿Son útiles los partidos políticos ante la instantaneidad y la accesibilidad de las redes sociales? Ninguno de estos interrogantes encontrarán respuesta cierta en la Filosofía: lo que sí podemos exigirle es que nos ayude a plantearlos adecuadamente y con rigor, y a imaginar alternativas posibles para afrontarlos y, si cabe, resolverlos.
Solo la reflexión filosófica, el hecho mismo de filosofar, justifica la presencia de la Filosofía en el sistema educativo. En consecuencia, el protagonismo, la iniciativa, las preocupaciones, los deseos y los intereses del alumnado, son absolutamente esenciales. Como punto de partida y como eje de las clases de Filosofía. La actividad filosófica es inherente al sujeto, porque supone una mirada a su propio interior y al mundo que le rodea, que deberá empalabrar con el bagaje intelectual y lingüístico del que disponga en aquel momento de su vida. Ambas son condiciones innegociables: la realidad, tal y como es vivida y experienciada por el alumno, y la traducción de esa realidad en palabras, que le obligarán a poner nombre a lo que hasta ahora eran solo intuiciones, pensamientos o, lo que es lo mismo, a poner en claro sus ideas, disponibles de este modo para la exposición, el diálogo y la discusión públicas.
Ese punto de partida no está reñido con la información que pueda aportarnos la Filosofía, sino que dicha información acudirá en ayuda de los alumnos filósofos, para dimensionar adecuadamente los problemas planteados, para darles mayor complejidad, para convertirlos en preocupaciones universales. Y no solo la Filosofía viene en nuestra ayuda: también la literatura, el cine, algunas series, el arte… pueden ser herramientas útiles para ampliar horizontes, para cambiar el punto de vista, para provocar verdaderos conflictos cognitivos, para salir del estricto mundo vivenciado, para mostrar caminos de salida o senderos ya transitados en el pasado, para iluminar el objeto de nuestra atención…
El derecho a la vida, la pena de muerte, la eutanasia, el aborto, la objeción de conciencia, la guerra… son temas permanentemente actuales y sin embargo de gran calado filosófico. La libertad, la responsabilidad, la felicidad, la justicia, los valores en general, la conciencia moral… son susceptibles de ser pensados y debatidos a partir de situaciones personales reales, de dilemas próximos y sentidos en primera persona. El amor, la sexualidad, la intimidad, la convivencia… ¿quién podrá decir que la Filosofía habita en el limbo, cuando interpela a lo más profundo y a lo más cotidiano de la vida humana?
La Filosofía es, en definitiva, una experiencia vital; no se puede distinguir entre el contenido filosófico y el método. En palabras de Martha C. Nussbaum: «Hay unas capacidades cruciales que corren el riesgo de perderse en el frenesí competitivo, capacidades fundamentales para la salud interna de cualquier democracia y para la creación de una cultura internacional capaz de abordar constructivamente los problemas más urgentes del mundo. La capacidad de pensar de manera crítica, la capacidad de trascender las lealtades locales y de abordar los problemas internacionales como un ciudadano del mundo, la capacidad de imaginar con empatía las dificultades que viven otras personas».
Xavier Besalú es profesor de Pedagogía de la Universidad de Girona