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En estos días, el instituto público que tengo el honor de dirigir actualmente, el IES San Benito, en San Cristóbal de La Laguna (Canarias), cumple 45 años. Fue el 3 de mayo de 1980 cuando el ministro de Educación de aquella joven democracia, José Manuel Otero Novas, firmaba el Real Decreto por el que se creaba el Instituto Nacional de Bachillerato Mixto de San Benito-La Laguna, por desdoblamiento del Instituto Canarias Cabrera Pinto, a pocos kilómetros.
45 años son muchos. Pronto, medio siglo. Generaciones y generaciones de estudiantes, docentes y familias que han dejado su huella como una forma de presencia en lo que nos rodea y nos hace eternos, como las huellas que se dejan en la biodiversidad, claves para entender nuestro impacto en la Tierra.
Resulta entrañable cuando, una parte importante del alumnado más pequeño, con apenas doce o trece años, reconoce a sus padres, madres, hermanos mayores u otros familiares en las fotografías antiguas colgadas en los pasillos de la planta baja. También lo hacen muchas otras personas que acuden al centro para cualquier gestión y se reconocen en esas “orlas”, instantáneas imborrables que demuestran que el tiempo, muchas veces, se detiene para hacerse eterno.
Creo firmemente que muchos colegios de nuestros pueblos y barrios han escrito la propia historia de ese lugar. Una parte de su historia. Celebrar que un centro público sigue en pie, décadas después y lleno de vida, es un signo de reconocimiento y lucha contra la cancelación del recuerdo, contra el olvido.
Pienso, por ello, que cada centro debería rescatar su propia historia, como parte de ese derecho a saber, que es casi un derecho humano más. Rescatar el pasado de nuestros colegios e institutos y contribuir con alguna pequeña acción simbólica para que no se borre aumenta el compromiso de nuestros jóvenes actuales con su escuela, la participación en ella y los valores democráticos.
Hay determinados lugares de nuestra geografía que están impulsando desde hace algunos años los museos pedagógicos como espacios no sólo para la exhibición pública, sino para que se formen los futuros docentes. Considero esa labor importante también, ahora que se habla tanto del prestigio de la profesión de enseñante, que debe mimarse con esmero por la importante contribución que hace a la sociedad.
La conmemoración que preparamos en el IES San Benito, actividades dirigidas al alumnado, pone a los chicos y chicas en el rol de curiosos investigadores y espectadores de cómo eran las clases de otro tiempo, la cafetería, si existía o no la biblioteca, cómo se organizaban los recreos, si había muchos exámenes y si el profesorado era estricto o no. Si se podía salir a desayunar fuera o si existían los partes de incidencia. Poner a los estudiantes a indagar sobre todo ello puede crear un sentimiento de pertenencia positivo a una comunidad que es importante y, por qué no, un sentido especial de lo que hacemos y compartimos dentro de las paredes de un centro educativo.
El legado de todas las personas que en el pasado ocuparon un espacio de nuestra escuela debe permanecer. Sobre todo porque la mayoría de estos centros forman parte de la historia de la Democracia española, un legado en el que se empezó a construir la universalización de la educación a partir de los cambios que se iban dando en leyes, territorios y poblaciones. Algo que costó mucho edificar y que fue fruto de un enorme esfuerzo colectivo que resulta necesario dignificar.
Las familias que ocuparon un lugar especial en las asociaciones, los docentes jubilados, los antiguos directivos y los estudiantes que pasaron por las aulas y ahora ocupan puestos de trabajo fundamentales de nuestra sociedad: todos son nuestro centro, nuestra memoria, nuestro recuerdo y nuestra huella colectiva. Entrevistarlos, rescatar sus fotografías y exponerlas, volverlos a nombrar para que no sean desterrados por el olvido o, simplemente, invitarlos a formar parte de alguna forma de esas celebraciones, son pequeñas muestras de un cariño y un reconocimiento que muchas veces no se lleva a cabo.
Por todo eso, y por mucho más, nuestras escuelas tienen que tener su historia, recuperarla. Un patrimonio propio que no cuesta tanto rescatar y que, a buen seguro, si se trabaja con buenos mimbres, puede servir para mejorar la convivencia y, al final, pasar a formar parte de nuestras raíces como marco de una cultura universal que siempre nos unirá.